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martes, 4 de septiembre de 2012

Carta que se encontró a un ahogado Parte II-Guy de Maupassant

Carta que se encontró a un ahogado
Parte II-
Guy de Maupassant

Una noche me tropecé con una encantadora personita, muy exaltada, la cual, para satisfacer una fantasía poética, quería pasar la noche conmigo en una lancha, en medio del río; yo hubiera preferido un cuarto y una cama, pero, a pesar de todo, acepté la barca y el río.
Estábamos en el mes de junio.
Mi amiga había escogido una noche de luna para dar rienda suelta a su exaltacion.
Comimos en un ventorrillo, a la orilla del agua, y a las diez nos embarcamos.
La aventura me parecía estúpida; pero como mi compañera me gustaba, no me enfadé.
Sentándome en el banco frente a ella, tomé los remos y partimos.


No podía negar que el espectáculo era encantador.
Bordeábamos una isla montañosa, llena de ruiseñores, y la corriente nos impulsaba rápidamente por el agua, cubierta de reflejos plateados.
Por doquiera oíamos el grito monótono y claro de los sapos; croaban las ranas en las orillas, y los rumores del agua corriente formaban alrededor nuestro un sonido confuso, casi imperceptible, inquietante, que nos daba una vaga sensación de miedo misterioso.
El encanto de las noches cálidas y de las aguas brillantes con el reflejo de la luna nos invadía.
Daba gusto vivir y, navegando de aquel modo, soñar y sentir al lado de una mujer tierna y hermosa.
Encontrábame algo conmovido, emocionado, embriagado por la claridad de la luna y con la obsesión de mi compañera
"Siéntese usted a mi lado", me dijo.
Obedecí.
Ella repuso: "Dígame versos".
Pareciéndome demasiado, me negué a complacerla.
Insistió.
Decididamente le gustaban las cosas por todo lo alto; quería que se tocara la cuerda del sentimiento a toda orquesta. desde la luna hasta la rima.

Acabé por ceder y le recité, por burla, una deliciosa composición de Luis Bouilhet, cuyas estrofas dicen:

Odio ante todo al lacrimoso vate
que frente al estrellado firmamento
musita un nombre, al que sin Lisa o Juana
le parece vacío el universo.



¡Oh, qué graciosa gente la que cuelga

faldas sobre la fronda de los llanos,
y en la verde colina cofias blancas
para que el mundo tenga algún encanto!



¿Qué sabe de la música divina,

vibrante voz de la Natura eterna,
quien no gusta de ir solo en las cañadas
y al susurrar del bosque sueña en hembras?