Carta que se le encontró a un ahogado
Parte IV
El día clareaba poco a poco.Eran las tres de la madrugada.
Lentamente una inmensa claridad invadía el cielo.
La canoa tropezó con algo.
Me incorporé: habíamos llegado a un islote.
Permanecía en éxtasis, encantado.
Frente a nosotros, en toda la extensión, el firmamento se iluminaba de un rojo violáceo, salpicado de nubes entrelazadas semejantes a un humo dorado.
El río estaba de color purpúreo y tres casas de la orilla parecían arder.
Inclinéme hacia mi compañera para decirle:
—Mire usted.
Pero me callé de pronto enloquecido y solamente la vi a ella.
También ella estaba bañada en la luz rosada, un rosa de carne mezclado con un poco del matiz del cielo.
Sus cabellos eran de color de rosa, de color de rosa eran también sus ojos y sus dientes, su traje, sus encajes, su sonrisa.
Todo era del color de rosa.
Y tan enloquecido estaba que creí tener a la aurora ante mí.
Se levantó dulcemente tendiéndome sus labios.
Inclinéme hacia ellos, estremecido, delirante; sintiendo muy bien que iba a besar el cielo, la dicha, un sueño convertido en mujer, un ideal descendido a la humanidad.
Pero entonces ella me dijo:
—Tiene usted una oruga en el pelo.
¡Y por esto sonreía!
Me pareció que había recibido un fuerte golpe en la cabeza.
De pronto sentíme como si hubiera perdido toda la esperanza que tenía en el mundo.
Esto es todo, señora. Es pueril, tonto, estúpido. Desde ese día creo que no amaré jamás... Pero... ¿quién sabe?"
El joven sobre cuyo cuerpo se halló esta carta fue sacado ayer del Sena, entre Bougival y Marly.
Un marinero compasivo que lo había registrado para saber su nombre presentó el papel que acabamos de copiar.