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lunes, 28 de febrero de 2011

CUENTOS REENCARNACIONISTAS ¡NO SE LEVANTA! Historia de dos hermanas- Primera Parte

CUENTOS REENCARNACIONISTAS
¡NO SE LEVANTA!
Historia de dos hermanas

Primera Parte
Juan Bautista y Margarita se encontraban muy alegres junto a la pila de bautismo en la iglesia de San Antonio. 
El padre Marino, español de porte delgado y huesudo, arengaba en latín ininteligible, mientras esparcía agua bendita a Hortencia, la primera hija del matrimonio. 
Los patrones de Juan Bautista, Don Marcos y Doña Merenciana, su esposa, dueños del almacén "Arco Iris", hacían las honras de padrinos. 
La fiesta del bautizo fue simple y pródiga en dulces, saladitos, refrescos y cervezas, terminando casi de madrugada, después de muchas danzas rítmicas ejecutadas por el acordeón de Germano.
Hortensia era morenita, de cabellos negros y ojos castaños. 
Era muy viva a los cinco meses. 
Los padres eran pobres y el advenimiento de la primera hija, aunque significaba un acontecimiento auspicioso, aumentaba las preocupaciones al tener mayores gastos en el hogar.
Infelizmente,cuando había pasado un año del nacimiento de Hortencia, su padre comenzó a sentirse mal, febril y con dolores en el bajo vientre.
A pesar de utilizar cuantas hierbas conocían y que eran recetadas por las comadres de la vecindad, el médico tuvo que ser llamado urgentemente. 
Pero, ya era tarde, pues Juan Bautista cuando era transportado hacia el hospital,falleció de peritonitis.
Margarita, además de viuda, quedó grávida, sin jubilación ni seguro de vida alguno 
ante la imprudencia del esposo, pues no preveía el futuro para la familia.
Transcurridos cuatro meses de la muerte de Juan Bautista, nacía Guiomar,otra niña morena, bien de salud y que significaba nuevos gastos. 
Margarita decididamente enfrentó la situación y se puso a lavar,planchar y zurcir ropas para poder criar a las hijas.
Por suerte, gozaban de buena salud, pero a medida que crecían, era fácil observar el temperamento y el carácter de ambas. 
Guiomar, era tranquila y afable pero tenía un espíritu calculista, mezquina,  exigía recompensa por el mínimo de los favores prestado a cualquiera.Hortencia, aunque era más pródiga,era irascible y orgullosa.
Margarita pedaleaba la máquina de coser todo el día y muchas veces hasta de madrugada, a fin de obtener el mínimo sustento para la familia.
Infelizmente la mala alimentación, el trabajo excesivo y fatigoso, le coparon la resistencia orgánica y la tuberculosis le afectó los dos pulmones. 
Ni llegó a sufrir los momentos más crueles de dicha enfermedad. 
Murió a los pocos días, justificando totalmente los dichosde los vecinos: ¡"Margarita estaba al pie de la sepultura; la tuberculosis sólo le dio un empujón!"
Hortencia tenía quince años, cuando quedaron sólitas en el mundo,obligadas a tomar toda clase de empleos para poder sobrevivir. 
Eran dos infelices huérfanas entregadas a su propia suerte, en medio de un mundo agresivo y malo.
Cierta mañana, Hortencia se levantó mal, pues alguna cosa extraña le corría por los huesos, a la altura de la columna vertebral, en donde una fuerza extraña parecía inclinarle el cuerpo hacia adelante. 
Asustada y afligida, semanas después percibió que los brazos le colgaban demasiado hacia adelante, contrariando su forma habitual. 
Lentamente se iba modificando su aspecto. 
Transcurrió algún tiempo y ya comenzaba a moverse con un balanceo grotesco, con los brazos y las manos colgando, semejante a la oscilación de los péndulos de los relojes. Su rostro,amarillento, era de trazos duros y antipáticos. 
La cabeza angulosa, cubierta por una cabellera apretada y totalmente descuidada, le daba aspecto antihigiénico.
Ese aspecto asqueroso le hacía la vida más difícil. 
Le negaban trabajo y los conocidos, trataban de evitar el encuentro. 
En las fiestas de la iglesia local, era despreciada y terminaba acurrucándose por las cercanías, mas era obstinada y su mirar duro no escondía su agresividad.
Guiomar, de cuerpo bien formado, con cierto aire de voluptuosidad, paseaba del brazo con las compañeras, como suelen hacer las jóvenes casamenteras. 
Hortencia, mientras tanto, veía la imposibilidad de formar un hogar que le brindara seguridad en el futuro.
La extraña enfermedad avanzaba rápida y cruel. 
Cuando Hortencia fue examinada por un especialista de la Capital, el diagnóstico fue brutal y desconsolador:hipertrofia de la columna vertebral con deformaciones irreversibles. 
Mientras tanto, se iba curvando de a poco hacia el suelo. 
Los brazos, hacia adelante, le daban un aspecto ridículo; algunos meses después tocaba el suelo con las puntas de los dedos, acongojando a los piadosos y daba repulsión en los menos insensibles.

Guiomar quedó desconcertada con la desgracia insuperable de la hermana y deploraba el cargo oneroso que le causaba el aspecto de su hermana, pues su hermosura y donaire, la llenaba de sueños. 
Pero, terminó por hacerse indiferente ante la desgracia de Hortencia, y su alma primaria e inescrupulosa sentía cierta satisfacción mórbida, al verla caminar tambaleante, oscilando sus caderas y rodillas, tocando el suelo con los dedos sucios y las uñas ennegrecidas.

Hortencia al cumplir los veinticinco años, su fisonomía simiesca, causaba repulsión y asco. 
La cabeza era un mapa geográfico, con mil arrugas, por el esfuerzo que debía hacer para mirar hacia adelante, sin poder levantar la cabeza. 
El movimiento espasmódico y antinatural era motivo de escarnio para los niños juguetones e inconscientes, que le pusieron el mote de "reloj de pared". 
La infeliz maltrecha, algunas veces había pensado en el suicidio, pero el espíritu aún bastante egocéntrico, apegado a la vida física, le daba fuerzas para continuar en aquel cuerpo deformado. 
Confiaba en el milagro de una cura imprevista,
le vibraba en el alma la esperanza de encontrar algún mago poderoso, que fuera capaz de librarla de esa enfermedad tan repulsiva. 
Ese pensamiento la animaba- y echaba a andar por las calles, malgrado reconocer que era una caricatura humana. 
Cierta vez, se sintió afectada en lo más íntimo de su ser, cuando alguien manifestó la estupidez de que Dios al intentar "hacer las criaturas a su imagen, producía monstruos".

Guiomar, enojada, le ponía la comida en el plato y Hortencia se alimentaba como un perro, hambriento, engullendo los alimentos en tal forma, que sacudía su maltrecho cuerpo cuando debía destrozar un pedazo
de carne entre los dientes y sus huesudas y rígidas manos, que no se doblaban a pesar del esfuerzo. 
Cuando se lavaba introducía el rostro en la palangana de agua y después se refregaba la cara hasta los hombros.
El baño de cuerpo entero, sólo era posible con la ayuda de Guiomar, o de cualquier alma caritativa.  
Infelizmente, Guiomar, espíritu irresponsable y ocioso, cada día se desviaba más de la ruta de mujer honrada, a cambio de dinero fácil. 
Algunas veces regresaba a su casa con signos de embriaguez, siendo censurada por Hortencia, la que fue abofeteada en forma desconsiderada, llena de odio y exclamando bajo los efectos del alcohol:

— ¡Eres una bruja!... ¡Bruja! ¡Me has de pagar todo lo que me haces!

Al día siguiente, ya sobria, sentía remordimientos por haber golpeado a una impedida, y se ponía a llorar, mientras que la infeliz hermana, curtida por tan humillante destino, le suplicaba con gesto de dolor:

— ¡Guiomar! ¡Llévame de esta aldea miserable! ¡Llévame a la Capital, y allí puedes abandonarme!

Y después de moverse bamboleante por el cuarto, envuelta en trapos, Hortencia se anidaba en ese lugar inmundo, con lágrimas ardientes en los ojos, que ya habían perdido el brillo por el intenso sufrimiento.
Guiomar consiguió juntar algún dinero y resolvió librarse de la hermana, atendiendo a sus súplicas. 
En una madrugada fría, partieron en una carroza, llevando el permiso del juez a fin de pernoctar durante una
semana, en el albergue nocturno. 
Al atardecer llegaron a la Capital y rumbearon hacia el albergue, donde encontraron una sopa nutritiva, reposo y el baño refrescante. 
A la mañana siguiente, muy temprano,
salieron a la calle con Hortencia, lo que resultó denigrante, llegando a notar los rostros de repulsión de algunos transeúntes. 
Los ojos fríos y duros demostraban su rebelión interna, que completaba con sus gestos
bruscos y agresivos. 
Era un ser disonante e indeseable para la ciudad, mientras tanto, Guiomar cada vez se rebelaba más de ser el cicerone de una criatura teratológica. 
Irritada y cruel, comenzó a hostilizar a Hortencia, haciéndola responsable de la conducta de su vida libertina e inútil.
Días después, un acontecimiento inesperado transfiguró a Guiomar, brillándole los ojos de codicia y avidez, ante tal descubrimiento; no había pasado una hora, que Hortencia se había recostado sobre la pared de una finca arruinada, fatigada de sus andanzas, entonces decenas de personas condolidas de aquella criatura informe, le dejaban dinero sobre la falda, ropas y cosas de cierto valor. 
Era un acontecimiento inédito para el lugar pobre donde vivían. 
Allí, ambas apenas conseguían adquirir los medios para alimentarse, pues en los últimos días aceptaban ropas y ayuda de los conocidos más generosos. 
Por la noche, Guiomar contó lo recaudado y quedó perturbada. 
Se encontraba ante una fuente muy productiva de renta y con la posibilidad de recoger dinero fácilmente, únicamente con la tarea de cuidar a su hermana deformada.