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miércoles, 20 de enero de 2010

Al Hombre Sin Nombre La Mujer Eterna-YOLANDA BEDREGAL- Bolivia, 1916 1999)

 Al Hombre Sin Nombre 
La Mujer Eterna
Yolanda Bedregal



Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huída y rebeldía.
Hombre de ahora y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia.
aunque soy sólo pétalo de lágrima.
Hombre nuevo y eterno,
escúchame.
sobre tu pecho roto
llamo y clamo.
Mi palabra golpea
-obsesionante ala obsesionada-
contra las sienes.
Mi palabra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz de la herida
bautizará por un instante,
hombre frágil,
a la mujer eterna.
eterna como el sueño fugaz.
Yo te miro sin ojos desde siempre.
tú me llevas en ti desde que existes.

Si antes no lo sabías,
ahora
ya no lo puedes olvidar.
Yo he crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.
Ahora me inclina un hálito a tu mano,
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.
Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.
Ya no lo puedes olvidar.
Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
beso en las palmas juntas
y una paloma que huye de tus dedos.
Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.
Existo para ti en este momento;
y para mí no existo

porque soy más que eterna en cinco letras.
En el altar de Hombre fuerte como la vida,
hombre de hierro y hielo,
metal, sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.
Mujer de canto y llanto
eterna como el sueño.

jueves, 14 de enero de 2010

EL LIBRO DE ARENA-Jorge Luis Borges

EL LIBRO DE ARENA
Jorge Luis Borges

                                                       “ ...thy rope of sands...”
                                                     George Herbert (1593-1623)


La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes...
No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano.
Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta.
Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados.
 Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente.
 Estaba de gris y traía una valija gris en la mano.
En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava.
 En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
- Vendo biblias - me dijo.
No sin pedantería le contesté:
- En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
- No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.

Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.

- Será del siglo diecinueve - observé.

-         No sé. No lo he sabido nunca - fue la respuesta.

Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos.
En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:

- Mírela bien. Ya no la verá nunca más.

Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.

Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:

- Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?

- No - me replicó.

Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:

- Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de una rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Me pidió que buscara la primera hoja.

Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.

- Ahora busque el final.

También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:

- Esto no puede ser.

Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:

- No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta:

- Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:

- ¿Usted es religioso, sin duda?

- Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.

Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas.
Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.

- Y de Robbie Burns - corrigió.

Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:

- ¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?

- No. Se lo ofrezco a usted - me replicó, y fijó una suma elevada.

Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.

- Le propongo un canje - le dije -. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.

- A black letter Wiclif - murmuró.

Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.

- Trato hecho - me dijo.

Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.

Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.

Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las Mil y Una Noches.

Me acosté y no dormí.
A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz.
Busqué el libro imposible, y volví las hojas.
En una de ellas vi grabada una máscara.
El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cual, elevada a la novena potencia.

No mostré a nadie mi tesoro.
 A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito.
Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía.
Me quedaban unos amigos; dejé de verlos.
Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle.
Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio.
Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar.
Nunca se repitieron.
De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.

Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso.
De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas.
Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque.

Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas.
Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles.
 Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.
                             Fin

Nota: El libro de Arena es uno de mis relatos favoritos de Borges, especialmente por coincidir con él en  su extremista  y exquisito gusto por la lectura,  de lo cual hace mención recurrente en sus escritos.
Una vez declaró este genial escritor: "Me jacto de haber sido un agradecido lector, antes que un buen escritor" declaración con la estoy totalmente de acuerdo y con la cual me identifico plenamente.

miércoles, 13 de enero de 2010

LOS OJOS HACEN ALGO MÁS QUE VER-Isaac Asimov

LOS OJOS HACEN ALGO MÁS QUE VER
Isaac Asimov


Después de cientos de miles de millones de años, pensó de súbito en sí mismo como Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido en sí. 
Una clara memoria trajo las ondas sonoras que él no escuchó ni podía escuchar.
Su nuevo proyecto le aguzaba sus recuerdos más allá de lo usualmente recordable. 
Registró el vórtice energético que constituía la suma de su individualidad y las líneas de fuerza se extendieron más allá de las estrellas.
La señal de respuesta de Brock llegó.
Con seguridad, pensó Ames, él podía decírselo a Brock. Sin duda, podría hablar con cualquiera.
Los modelos fluctuantes de energía enviados por Brock, comunicaron:
—¿Vienes, Ames?
—Naturalmente.
—¿Tomarás parte en el torneo?
—¡Sí! —Las líneas de fuerza de Ames fluctuaron irregularmente—. Pensé en una forma artística completamente nueva. Algo realmente insólito.
—¡Qué despilfarro de esfuerzo! ¿Cómo puedes creer que una nueva variante pueda ser concebida tras doscientos mil millones de años? Nada puede haber que sea nuevo.
Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames se apresuró en ajustar sus líneas de fuerza. Captó el flujo de los pensamientos de otros emanadores mientras lo hizo; captó la poderosa visión de la extensa galaxia contra el terciopelo de la nada, y las líneas de fuerza pulsada en forma incesante por una multitudinaria vida energética, discurriendo entre las galaxias.
—Por favor, Brock —suplicó Ames—, absorbe mis pensamientos. No los evites. Estuve pensando en manipular la Materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de Materia. ¿Por qué molestarse con Energía? Es cierto que nada hay de nuevo en la Energía. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿No nos enseña esto que debemos experimentar con la Materia?
—¡Materia!
Ames interpretó las vibraciones energéticas de Brock como un claro gesto de disgusto.
—¿Por qué no? —dijo—. Nosotros mismos fuimos Materia en otros tiempos… ¡Oh, quizás un trillón de años atrás! ¿Por qué no construir objetos en un medio material? O con formas abstractas, o... escucha, Brock... ¿Por qué no construir una imitación nuestra con Materia, una Materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?
—No recuerdo cómo fuimos —dijo Brock—. Nadie lo recuerda.
—Yo lo recuerdo —dijo Ames con seguridad—. No he pensado sino en eso y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame que te lo muestre. Dime si tengo razón. Dímelo.
—No. Es ridículo. Es... repugnante.
—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos desde los inicios cuando irradiamos juntos nuestra energía vital, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!
—De acuerdo, pero hazlo rápido.
Ames no sentía aquel temblor a lo largo de sus líneas de fuerza desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora para Brock y funcionaba, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que, durante tanto tiempo, esperaban algo novedoso.
La Materia era muy escasa entre las galaxias, pero Ames la reunió, la juntó en un radio de varios años-luz, escogiendo los átomos, dotándola de consistencia arcillosa y conformándola en sentido ovoide.
—¿No lo recuerdas, Brock? —preguntó suavemente—. ¿No era algo parecido?
El vórtice de Brock tembló al entrar en fase.
—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.
—Existía una cúspide y ellos la llamaban cabeza. Lo recuerdo tan claramente como te lo digo ahora. —Efectuó una pausa y luego continuó—. Mira, ¿recuerdas algo así?
Sobre la parte superior del ovoide apareció la «cabeza».
—¿Qué es eso? —preguntó Brock.
—Es la palabra que designa la cabeza. Los símbolos que representan el sonido de la palabra. Dime que lo recuerdas, Brock.
—Había algo más —dijo Brock con dudas—. Había algo en medio.
Una forma abultada surgió.
—¡Sí! —exclamó Ames—. ¡Es la nariz! —Y la palabra «nariz» apareció en su lugar—. Y también había ojos a cada lado: «Ojo izquierdo..., Ojo derecho».
Ames contempló lo que había conformado, sus líneas de fuerza palpitaban lentamente. ¿Estaba seguro que era algo así?
—La boca y la barbilla —dijo luego— y la nuez de Adán y las clavículas. Recuerdo bien todas las palabras. —Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.
—No pensaba en estas cosas desde hace cientos de millones de años —dijo Brock—. ¿Por qué me haces recordarlas? ¿Por qué?
Ames permaneció sumido en sus pensamientos.
—Algo más. Órganos para oír. Algo para escuchar las ondas acústicas. ¡Oídos! ¿Dónde estaban? ¡No puedo recordar dónde estaban!
—¡Olvídalo! —gritó Brock—. ¡Olvídate de los oídos y de todo lo demás! ¡No recuerdes!
—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.
—Porque el exterior no era tan rugoso y frío como eso, sino cálido y suave. Los ojos miraban con ternura y estaban vivos y los labios de la boca temblaban y eran suaves sobre los míos.
Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se agitaban, palpitaban y se agitaban.
—¡Lo lamento! —dijo Ames—. ¡Lo lamento!
—Me has recordado que en otro tiempo fui mujer y supe amar, que esos ojos hacían algo más que ver y que no había nadie que lo hiciera por mí... y ahora no tengo ojos para hacerlo.
Con violencia, ella añadió una porción de materia a la rugosa y áspera cabeza y dijo:
—Ahora, deja que ellos lo hagan —y desapareció.
Y Ames vio y recordó que en otro tiempo él fue un hombre. 

La fuerza de su vórtice partió la cabeza en dos y partió a través de las galaxias siguiendo las huellas energéticas de Brock, de vuelta al infinito destino de la vida.

Y los ojos de la destrozada cabeza de Materia aún centelleaban con lo que Brock colocó allí en representación de las lágrimas. 
La cabeza de Materia hizo lo que los seres energéticos ya no podían hacer y lloró por toda la humanidad y por la frágil belleza de los cuerpos que abandonaron un billón de años atrás.


F i n

lunes, 11 de enero de 2010

Aftermath-Julio Cortázar

Aftermath
Julio Cortázar



Dime por qué todavía te deseo, por qué tu nombre vuelve

como el hacha a la herida en una amarga visitación de la

medianoche,

a la vera de un campo funerario donde larvas se multiplican

húmedas babas, recuento interminable de torpezas,

dime desde esa nada donde ahora te atrincheras, dime

por qué me basta componer un mecanismo elemental de

sílabas,

discar en el cogollo de la niebla las cifras de tu nombre

para que solitariamente

me agobie la esperanza de una menuda migración de dedos

por mi pelo,

de una fragancia donde habita el musgo.


De un silencio más fogoso que todas las vigilias.

domingo, 10 de enero de 2010

Antelación del amor-Jorge Luis Borges

Antelación del amor
(Jorge Luis Borges)




Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la privanza de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida situándose en palabras o acallamiento
serán favor tan persuasivo de ideas
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis ávidos brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha en la selección del recuerdo,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
Arrojado a la quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera quizás como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí.

Frente al mar -Octavio Paz

Frente al mar 
Octavio Paz 


1

¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.

2

Las olas se retiran
ancas, espaldas, nucas?
pero vuelven las olas
pechos, bocas, espumas?.

3

Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.


Diferencias que distancian-ElliSalle

Diferencias que distancian
Elli Salle



Llego a la conclusión

que, aunque nos amemos

somos demasiados distintos;

tus sueños no son mis sueños

por más que luches en agradarme;

por más que luche

en interesarme por lo que haces:

por el tiempo que dedicas en alegrarme,

en llamadas o momentos calculados.

En instantes extremos,

cuando se ve cercana otra dimensión,

se valora, se reinventa,

y es como si te dijeran :

“esa no es la dirección”.

Estuviste en momentos difíciles

con tus palabras a distancias muy consoladoras

que hicieron más llevaderas

las horas incómodas de la existencia.

¿qué estoy siendo malagradecida?

no, todo lo contrario,

es cuando más reconozco

que, pese a tus límites

entregaste a mi situación

más de lo que hubiera esperado jamás,

pero fue tu cortesía que obligaba

porque hay un compromiso

construido sobre arena,

no en roca como yo quisiera,

y siempre me estás diciendo:

“dejemos que fluya”

“lo que deba suceder, sucederá”,

pero mi tiempo es hoy

con todos mis proyectos,

esos que tan lejanos son de los tuyos:

tú, el campo que es tu pasión,

lo trabajas con esmero y dedicación

el tiempo que te queda libre;

te gusta el silencio y yo lo rechazo muy seguido;

te aíslas de la gente, yo la busco;

me emociona un poema que he hecho para ti,

tu me dices : "muchas gracias amor"

no vibras con mis cosas,

comprendo que tienes razones,

esas que nunca me has dado para comprenderte mejor

pero que adivino, lo intuyo:

hay algo que te ata,

tal vez, no una pasión,

quizá, una costumbre más fuerte que el amor;

algo va bajo tu piel y yo no puedo ver.





El amor es transparencia,

el amor sabe de urgencias,

el amor ignora horarios,

el amor no suma, ni resta,

el amor se entrega sin miedos

y de miedos estás cubierto.





Sé que, tal vez, llore,

es mejor que sea hoy por el tiempo que ha pasado,

mañana se agrandaría el mar

y está bien como está en cantidad.

Muchos se ríen, se confunden con esta forma de querer

que siempre he versado:

“que termino, que voy, vuelvo, lo intento”

pero todo se debe a la inseguridad

del valor poco serio que tú me das,

y esperar a “que fluya”;

“que suceda lo que tenga que suceder”

es muy cómodo amor.

-hoy debe suceder lo que tenga que suceder-

me voy…

antes que sea más difícil para mi.

Comprendiendo la despedida.-Redwing

Comprendiendo la despedida.
Redwing


He visto el tiempo marcharse despacio
tras los pasos desesperados que te seguían
paso a paso despacio a tus pies postrados
como plegarias a un dios que no sabe de despedidas.

Poco a poco la soledad se hizo amiga del silencio
brindando en el bar de los quebrantos con su copa
en un sinfín de botellas añejas en el rincón de tu recuerdo.
(Que infame suele ser el tiempo a veces.)

Calles vacías entre la niebla y un mapa a ninguna parte,
he muerto hace tiempo y aún cuento las horas
tomando los minutos como punto de partida a la nada,
mi camión sale tarde a la luz de luna esta noche.

Que pesada es la carga de mis maletas…
entre los vidrios rotos de los sueños muertos.

Hoy los sentidos no sienten sino vergüenza
ante el latido errático de una rendición anunciada,
todo cae tan lentamente en el olvido…
como las lágrimas perdidas sobre el pavimento.

¿Que más vacío se puede estar si no queda nada?,
¿que más vencido se está si no queda más por que luchar?,
aún sigo contando los segundos y las estrellas en el cielo…
y todo es falso si la realidad es solo el odiado porvenir de un adiós.

Aquí sigo, tras los pasos del silencio que escapa entre botellas rotas
y los recuerdos que a flor de piel se mueren y renacen esta noche
sobre los sollozos y las maldiciones… de un amor entrando en coma.

Ya solamente me queda una defunción en espera…
y ese amargo sabor a whiskey en los labios carcomidos
que aún desean no cortar los cables ni levantar las maletas.
(Que ingenua es la espera de un milagro… y que bobo quien lo espera.)

Morimos, todo murió desde el primer momento…
cuando el te amo alcanzo tu espalda en un adiós.
(In memoriam) 

martes, 5 de enero de 2010

EL RUISEÑOR Y LA ROSA-Oscar Wilde

EL RUISEÑOR Y LA ROSA 

(Oscar Wilde )

—Ella me prometió que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —murmuró el Estudiante—; pero en todo el jardín no queda ni una sola rosa roja.
El Ruiseñor le estaba escuchando desde su nido en la encina, y lo miraba a través de las hojas; al oír esto último, se sintió asombrado.
—¡Ni una sola rosa roja en todo el jardín! —repitió el Estudiante con sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Ay, es que la felicidad depende hasta de cosas tan pequeñas! Ya he estudiado todo lo que los sabios han escrito, conozco los secretos de la filosofía y sin embargo, soy desdichado por no tener una rosa roja.
—Por fin tenemos aquí a un enamorado auténtico —se dijo el ruiseñor—. He estado cantándole noche tras noche, aunque no lo conozco; y noche tras noche le he contado su historia a las estrellas; y por fin lo veo ahora. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios son tan rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha hecho palidecer su rostro hasta dejarlo del color del marfil, y la tristeza ya le puso su marca en la frente.
—El Príncipe da el baile mañana por la noche —seguía quejándose el Estudiante—, y allí estará mi amada. Si le llevo una rosa roja bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja la estrecharé entre mis brazos, y ella apoyará su cabeza sobre mi hombro, y apoyará su mano en la mía. Pero como no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella pasará bailando delante mío, sin siquiera mirarme y se me romperá el corazón.
—Este sí que es un auténtico enamorado verdadero —seguía pensando el Ruiseñor—. Yo canto y él sufre; lo que para mí es alegría, para él es dolor. No cabe duda que el amor es una cosa admirable, más preciosa que las esmeraldas y más rara que los ópalos blancos. Ni con perlas ni con ungüentos se lo puede comprar, porque no se vende en los mercados. No se puede adquirir en el comercio ni pesar en las balanzas del oro.
—Los músicos estarán sentados en su estrado —decía el Estudiante—, y harán surgir la música de sus instrumentos, y mi amada bailará al son del arpa y el violín. Ella bailará tan levemente, que sus pies casi no tocarán el suelo, y los cortesanos, con sus trajes fastuosos, formarán corro en torno suyo para admirarla. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja para darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y ocultando su rostro entre las manos, se puso a llorar amargamente.
—¿Por qué está llorando? —preguntó una lagartija verde que pasaba frente a él con la cola al aire.
—¿Sí, por qué? —murmuraba una margarita a su vecina, con voz dulce y tenue.
—Está llorando por una rosa roja —explicó el Ruiseñor.
—¿Por una rosa roja? —exclamaron las otras en coro. ¡Qué ridiculez!
La lagartija, que era un poco cínica, se puso a reír a carcajadas. Sólo el Ruiseñor comprendía el secreto de la pena del Estudiante y, posado silenciosamente en la encina, meditaba sobre el misterio del amor.
Por último, desplegó sus alas oscuras y se elevó en el aire. Cruzó como una sombra a través de la avenida, y como una sombra se deslizó por el jardín.
En medio del prado había un magnífico rosal, y el Ruiseñor voló hasta posársele en una de sus ramas.
—Necesito una rosa roja —le dijo. Dámela y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su ramaje.
—Mis rosas son blancas —le contestó—, como la espuma del mar y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve donde mi hermana que crece al lado del viejo reloj de sol, y puede ser que ella te proporcione la flor que necesitas.
El Ruiseñor voló hacia el gran rosal que crecía junto al viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —le dijo—, y te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.
—Mis rosas son amarillas —contestó—, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar, y más amarillas que el Narciso que florece en el prado. Pero anda a ver a mi hermano, que crece al pie de la ventana del Estudiante, y quizás él pueda darte la flor que necesitas.
El Ruiseñor voló entonces hasta el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante.
—Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.
—Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré rosas rojas.
—Una rosa roja es todo lo que necesito —exclamó el Ruiseñor—; ¡sólo una rosa roja! ¿No hay manera alguna de que la pueda obtener?
—Hay una manera —contestó el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela.
—Dímela —repuso el Ruiseñor—. Yo no me asustaré.
—Si quieres una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que construirla con tu música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu corazón. Debes cantar con tu pecho apoyado sobre una de mis espinas. Debes cantar toda la noche, hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida fluirá en mis venas y se hará mía...
—La propia muerte es un precio muy alto por una rosa roja —murmuró el Ruiseñor—, y la vida es dulce para todos. Es agradable detenerse en el bosque verde y ver al sol viajando en su carroza de oro y a la luna en su carroza de perlas. Es muy dulce el aroma del espino, y también son dulces las campanillas azules que crecen en el valle y los brezos que florecen en el collado. Sin embargo, el Amor es mejor que la vida, y, por último, ¿qué es el corazón de un ruiseñor comparado con el corazón de un hombre enamorado?
Y, desplegando sus alas oscuras, el ruiseñor se elevó en el aire, cruzó por el jardín como una sombra, y como una sombra se deslizó a través de la avenida.
El Estudiante seguía echado en la hierba, como lo había dejado; y las lágrimas no se secaban en sus anchos ojos.
—¡Alégrate! —le gritó el Ruiseñor—. ¡Siéntete dichoso, porque tendrás tu rosa roja! Yo la construiré con mi música, a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi corazón. Lo único que pido en cambio, es que seas un verdadero amante, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, por muy sabia que ésta sea, y es más poderoso que la Fuerza, por muy fuerte que ella sea. Las alas del Amor son llamas de mil tonalidades, y su cuerpo es del color del fuego. Sus labios son dulces como la miel, y su aliento es como la mirra silvestre.
El Estudiante levantó la vista de la hierba y escuchó, pero no comprendió lo que decía el Ruiseñor, porque él sólo podía entender lo que estaba escrito en los libros.
En cambio, la encina comprendió y se puso a balancear muy tristemente, porque sentía un hondo cariño por el pequeño Ruiseñor que había construido el nido en sus ramajes.
—Cántame, por favor, una última canción —le susurró la encina—, porque voy a sentirme muy sola cuando te hayas ido.
Y el Ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que cae de una jarra de plata.
Cuando terminó la canción del Ruiseñor, se levantó el Estudiante y sacó del bolsillo un cuadernito y un lápiz.
—He de admitir que ese pájaro tiene estilo —se dijo a sí mismo caminando por la alameda—, eso no puede negarse; pero ¿acaso siente lo que canta? Temo que no, debe ser como tantos artistas, puro estilo y nada de sinceridad. Jamás se sacrificaría por alguien, piensa solamente en música y ya se sabe que el arte es egoísta. Sin embargo, debo reconocer que su voz da notas muy bellas. ¡Lástima que no signifiquen nada, o que no signifiquen nada importante para nadie!
Luego entró en su alcoba, y, echándose sobre su cama, comenzó de nuevo a pensar en su amor. Después de unos momentos se quedó dormido.
Cuando la luna alumbró en los cielos, el Ruiseñor voló hacia el rosal, y apoyó su pecho sobre la mayor de las espinas. Toda la noche estuvo cantando con el pecho contra la espina, y la luna fría y cristalina se inclinó para escuchar. Toda la noche estuvo cantando así apoyado, y la espina se hundía más y más en su carne y la sangre de su vida se derramaba en el rosal.
Cantó primero al nacimiento del Amor en el corazón de los adolescentes. Entonces, en la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo como canción tras canción. Al principio era pálida, como la niebla que flota sobre el río; pálida como los pies de la mañana y plateada como las alas de la aurora. La rosa que floreció en la rama más alta del rosal era como el reflejo de una rosa en un cáliz de plata, era como el reflejo de una rosa en espejo de agua.
El rosal le gritó al Ruiseñor para que apretara más su pecho contra la espina.
—¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o el día llegará antes de haber terminado de fabricar la rosa!
Y el Ruiseñor se apretó más contra la espina, y más y más creció su canto porque ahora cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un joven y de una virgen.
Y un delicado rubor comenzó a cubrir las hojas de la rosa, como el rubor que cubre las mejillas del novio cuando besa los labios de su prometida.
Pero la espina no llegaba todavía al corazón del corazón, y el corazón de la rosa permanecía blanco, porque sólo la sangre de un ruiseñor puede enrojecer el corazón de una rosa.
Y el rosal le gritó al Ruiseñor para que se apretara más aún contra la espina.
—¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o llegará el día antes de haber terminado de fabricar la rosa!
Y el Ruiseñor se apretó más aún contra la espina, y la espina al fin le alcanzó el corazón. Un terrible dolor lo traspasó. Más y más amargo era el dolor, y más y más impetuosa se hacía su canción, porque ahora cantaba el Amor sublimado por la muerte, el Amor que no puede aprisionar la tumba.
Y la rosa del rosal se puso camersí como la rosa del cielo del Oriente. Su corona de pétalos era púrpura como es purpúreo el corazón de un rubí.
La voz del Ruiseñor ya desmayaba, sus alitas comenzaron a agitarse, y una nube le cayó sobre sus ojos. Su canto desmayaba más y más, y sentía que algo le obstruía la garganta.
Entonces tuvo una última explosión de música. Al oírla la luna blanca se olvidó del alba y se demoró en el horizonte. Al oírla la rosa roja tembló de éxtasis y abrió sus pétalos al frescor de la mañana. El eco llevó la canción a la caverna de las montañas, y despertó a los pastores dormidos. Luego navegó entre los juncos del río que llevaron el mensaje hasta el mar.
—¡Mira, mira —gritó el rosal—, la rosa ya está terminada!
Pero el Ruiseñor no contestó, porque estaba muerto con la espina clavada en su corazón.
Ya era eso del mediodía cuando despertó el Estudiante; abrió la ventana y miró hacia afuera.
—¡Caramba, qué maravillosa visión! —exclamó—. ¡Una rosa roja! En mi vida he visto una rosa semejante. Es tan hermosa que estoy seguro que tiene un nombre muy largo en latín.
Se inclinó por el balcón y la cortó.
En seguida se caló el sombrero, y con la rosa en la mano, corrió a la casa del profesor.
La hija del profesor estaba sentada cerca de la puerta, devanando una madeja de seda azul, con su perrito a los pies.
—Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —exclamó el Estudiante—. Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. Esta noche la prenderás sobre tu corazón y como bailaremos juntos podré decirte cuánto te amo.
Pero la jovencita frunció el ceño.
—Me temo que no va a hacer juego con mi vestido nuevo —repuso—, Y, además el sobrino del Chambelán me envió unas joyas de verdad, y todo el mundo sabe que las joyas son más caras que las flores.
—Eres una ingrata incorregible —dijo agriamente el Estudiante, y tiró con ira la rosa al arroyo donde un carro la aplastó al pasar.
—¿Ingrata? —dijo la muchacha—. Yo te digo que eres un grosero. ¿Qué eres tú, después de todo? Sólo un estudiante, y ni siquiera creo que lleves hebillas de plata en los zapatos, como lo hace el sobrino del Chambelán.
Y muy altanera se metió en su casa.
—¡Qué cosa más estúpida es el Amor! —se dijo el Estudiante mientras caminaba—. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no demuestra nada y le habla a uno siempre de cosas que no suceden nunca, y hace creer verdades que no son ciertas. En realidad no es nada práctico, y como en estos tiempos ser práctico es serlo todo, volveré a la Filosofía y al estudio de la Metafísica.
Y al llegar a su casa, abrió un libro lleno de polvo, y se puso a leer.



FIN