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martes, 14 de junio de 2011

El día no devuelto -Giovanni Papini


El día no devuelto
                                                 Giovanni Papini



Yo conozco a muchas bellas y viejas princesas, pero solamente de aquellas tan pobres que apenas tienen una pequeña camarera vestida de negro y se ven obligadas a vivir en alguna villa toscana venida a menos, en una de aquellas villas escondidas en las que dos cipreses polvorientos dan guardia a una cancela cerrada.

Si encuentran a alguna de ellas en el salón de una condesa viuda y pasada de moda, llámenlas Altezas y háblenles en francés, en aquel francés internacional, clásico, incoloro, que pueden aprender en los Contes moraux del abate Marmontel; en un francés, en suma, de gens de qualité. 
Mis princesas les responderán, casi siempre, con gentil volubilidad y, cuando hayan penetrado en sus pobres almas —almas llenas de polvo y de perifollos, como oratorios del siglo XVII—, se darán cuenta de que también la vida puede ser aceptada y que nuestra madre no ha sido tan estúpida como podía parecer al ponernos en el mundo.
¡Cuántos extraordinarios secretos me han susurrado mis bellas y viejas princesas! 

Les gustan mucho los polvos, pero acaso todavía más la conversación, y, aunque todas son alemanas —sólo una es rusa, pero por casualidad—, su delicioso francés ancien régime me proporciona, a veces, emociones nada ordinarias; en estos momentos mi corazón se deshace y casi siento el deseo —lo confieso— de suspirar como un estúpido enamorado.

Una tarde, a hora no muy avanzada, en el salón de una villa toscana, sentado en un sillón imperio, cerca de una mesa donde se me había ofrecido una tacita de té demasiado ligero, yo estaba callado junto a la más vieja y la más bella de mis princesas.

Iba vestida de negro; su cara estaba cubierta por un velito negro, y sus cabellos, que yo sabía blancos y un poco rizados, estaban cubiertos por un sombrero negro. 
Parecía que a su alrededor hubiera como una aureola de oscuridad. 

Eso me gustaba y procuraba creer que aquella mujer era solamente una aparición provocada por mi voluntad. 
La cosa no era difícil, porque la estancia estaba casi a oscuras y la única vela encendida iluminaba tan sólo, y débilmente, su rostro empolvado. 

Todo lo demás se confundía con la oscuridad, de manera que yo podía creer que sólo tenía delante de mí una cabeza colgante, un rostro separado del cuerpo y suspendido alrededor de un metro del suelo.
Pero la princesa comenzó a hablar y toda otra fantasía era imposible en aquel momento.
Ecoutez donc, monsieur —me decía—, ce qui m'arriva il y a quarante ans quand j'étais encoré assez jeune pour avoir le droit de paraître folle.
Y siguió con su grácil voz contándome una de sus innumerables historias de amor: un general francés se había hecho cómico por su amor y había sido asesinado, de noche, por un payaso borracho.
Pero yo conocía ya aquel tipo suyo de imaginación y quería alguna otra cosa más extraña, más lejana, más inverosímil. La princesa quiso ser amable hasta lo último:
—Me obliga —dijo— a contar el último secreto que me queda y se ha quedado siempre secreto precisamente porque es más inverosímil que todos los demás. 

Pero sé que tengo que morirme dentro de algunos meses, antes que termine el invierno, y no estoy segura de encontrar a otro hombre que se interese como usted por las cosas absurdas...
»Este secreto empezó a los veintidós años. Era en aquel tiempo la más graciosa princesa de Viena y todavía no había matado a mi primer marido. Esto sucedió más tarde, dos años después, cuando me enamoré de... Pero ya conoce esta historia, me parece. Sucedió, pues, que al acabar mis veintidós años recibí la visita de un viejo señor, condecorado y sin barba, que me pidió hablar conmigo durante dos minutos, en secreto. En cuanto estuvimos solos me dijo: «Tengo una hija, a la que amo inmensamente y que está muy enferma. Tengo necesidad de darle vida y fuerza, y por eso voy buscando años de juventud para comprar o para tomarlos prestados. Si quiere darme un año suyo, se lo devolveré poco a poco, día a día, antes que termine su vida. Cuando cumpla veintidós años, en lugar de pasar al veintitrés, se encontrará un año más vieja y entrará en el veinticuatro. Es todavía muy joven y casi no se dará cuenta del salto; pero yo le devolveré hasta el último de todos los trescientos sesenta y cinco días, dos o tres cada vez, y cuando sea vieja podrá volver a tener, a voluntad, horas de auténtica juventud, retornos improvisos de salud y de belleza. No crea que habla con un burlón o con un demonio. Soy, simplemente, un pobre padre que ha suplicado tanto al Señor, que le ha concedido poder hacer aquello que es imposible para los demás. He reunido ya con gran esfuerzo tres años, pero tengo necesidad de muchos más. ¡Déme uno de los suyos y nunca se arrepentirá de ello!
»Ya en aquel tiempo estaba acostumbrada a las aventuras curiosas y en el mundo casi imperial en que vivía nada era considerado imposible. Por eso accedí a hacer el singular préstamo y, a los pocos días, me hice un año más vieja. Casi nadie lo advirtió, y hasta los cuarenta años viví alegremente mi vida, sin recurrir al año que había dejado en depósito y que tenía que serme devuelto.
»El anciano señor me había dejado su dirección junto con el contrato y me había rogado que le advirtiera por lo menos un mes antes cuando deseara un día o una semana de juventud, prometiéndome que recibiría lo que pedía en el momento fijado. 
»Después de cumplir los cuarenta años, cuando mi belleza estaba a punto de deshacerse, me retiré a uno de los pocos castillos que habían quedado a mi familia, y sólo iba a Viena dos o tres veces al año. Escribía a tiempo a mi deudor, y luego iba a los bailes de la corte, a los salones de la capital, joven y bella como hubiera tenido que ser a los veintitrés años, maravillando a todos aquellos que habían conocido mi belleza en decadencia. ¡Qué curiosas eran las vísperas de mis reapariciones! La noche anterior me dormía cansada y fanée, como estaba siempre, y por la mañana me levantaba alegre y ligera, como un pájaro que hubiera aprendido a volar hacía poco, y corría al espejo. Toda arruga había desaparecido, mi cuerpo era fresco y blanco, mis cabellos, todos rubios, y losjabios, rojos; tan rojos, que yo misma los hubiese besado con furor. En Viena los adoradores se congregaban a mi alrededor, gritando de asombro; me acusaban de brujería, y en el fondo no entendían nada. En cuanto estaba por terminar el período de juventud que había pedido, subía a la carroza y regresaba de prisa al castillo, donde me negaba a recibir a nadie. Una vez, un joven conde bohemio que se había enamorado terriblemente de mí durante una de mis salidas a Viena, consiguió penetrar, no sé cómo, en mi aposento y estuvo a punto de desmayarse de asombro al ver cómo me parecía a su llama, pero hasta qué punto era más fea y más vieja que aquella que lo había embriagado en los salones de viena.
»Nadie, después, consiguió forzar mi voluntad de clausura, interrumpida solamente por la extraña alegría y por la profunda melancolía de las escasas pausas de juventud en el curso lamentable de mi continua decadencia. ¿Puede imaginarse esa fantástica vida mía, de largos meses de vejez solitaria, interrumpidos, de cuando en cuando, por los fuegos fugitivos de pocos días de belleza y de pasión?
»Durante los primeros tiempos, aquellos trescientos sesenta v cinco días me parecían inagotables y no me imaginaba que se pudieran acabar nunca. Por eso fui demasiado pródiga con mi reserva y escribí con demasiada frecuencia al misterioso Deudor de Vida. Pero éste es un hombre terriblemente exacto. Una vez he ido a su casa y he visto sus libros de cuentas. No soy la única con la que ha hecho un contrato de ese tipo, y sé que lleva muy cuidadosamente las disminuciones de sus deudas. También vi a su hija: una mujer palidísima, sentada en una terraza llena de flores.
»Nunca he podido saber de dónde saca la vida que devuelve tan puntualmente, a plazos de días, pero tengo alguna razón para creer que recurre a nuevas deudas. ¿Cuáles habrán sido las mujeres que le han dado los días que me ha devuelto? Quisiera conocer a alguna; pero, aunque he hecho insidiosas preguntas, no he tenido nunca la suerte de descubrirlas. Mais, peut être, elles ne seraient pas si étranges que je crois...
»De todas maneras, ese nombre es extraordinariamente interesante y le salen perfectamente sus cálculos. No os podéis imaginar qué terrible se volvió mi vida cuando me anunció, con la tranquilidad de un banquero, que ya no tenía más que once días a mi disposición. Durante todo aquel año no le escribí y, por un momento, tuve la tentación de dárselos y no atormentarme más. Comprende la razón, ¿no es cierto? Cada vez que me volvía joven, el momento del despertar era más doloroso, porque la diferencia entre mi estado ordinario y mis veintitrés años se iba haciendo, con la edad, cada vez mayor.
»Por otra parte, era imposible resistir. ¿Cómo puede pensar que una pobre vieja solitaria rechace de cuando en cuando un día, o dos, o tres, de belleza y de amor, de gracia y de alegría? ¡Ser amada por un día, deseada por una hora, feliz por un momento! Vous êtes trop jeune pour comprendre tout mon ravissement!
Pero los días están a punto de terminarse; mi crédito está a punto de cerrarse para la eternidad. Piense: Sólo tengo un día. Después de este día seré definitivamente vieja y estaré consagrada a la muerte. ¡Un día de luz y, luego, la oscuridad para siempre! Considere bien, se lo ruego, toda la imprevista tragedia de mi vida. Antes de pedir este día...
»Mas ¿cuándo lo pediré? ¿Qué haré con él? Desde hace más de tres años no he sido joven; en Viena casi nadie se acuerda de mí, y toda mi belleza parecería espectral. Y, sin embargo, siento la necesidad de un amante, de un amante sin escrúpulos y lleno de fuego. Esta cara mía, rugosa, volverá a ser fresca y rosada, y mis labios darán todavía, por última vez, voluptuosidad. ¡Pobres labios, blancos y agrietados! ¡Quieren ser rojos y calientes todavía un día, por un solo día, para una última boca!
»Pero no sé decidirme. No tengo la fuerza de gastar la última pequeña moneda de vida que me queda, y no sé cómo gastarla, y tengo locos deseos de gastarla... ;

Pobre y querida princesa!
 Hacía ya algunos minutos que se había levantado el velo y las lágrimas habían abierto sutiles surcos en los polvos de la cara. 
En aquel momento, los sozollos, aunque aristocráticamente reprimidos, le impidieron continuar.   
Sentí entonces un gran deseo de consolar, a toda costa, a aquella deliciosa vieja, y caí a sus pies —a los pies de una princesa arrugada y vestida de negro—; le dije que la amaría más que un caballero loco y le supliqué, con las más dulces palabras, que me concediera a mí, sólo a mí, el último día de su bella juventud.

No sé precisamente todo lo que le dije; pero mis frases debieron de conmoverla, porque me prometió, con algunas palabras un poco teatrales, que yo sería su último amante, por un solo día, al cabo de un mes. 
Me citó para un determinado día en la misma villa, y me despedí muy turbado, después de haber besado sus delgadas y blancas manos.

* * *

Aquel mes fue muy largo, el mes más largo de mi vida. 
Había prometido a mi futura amante que no intentaría volver a verla hasta el día fijado y mantuve mi galante empeño. 
Finalmente, aquel día llegó y fue el más largo de aquel larguísimo mes. 
Pero también llegó, finalmente, la noche y, después de haberme vestido lo mejor que pude, fui hacia la villa con el corazón tembloroso y el paso incierto.

Desde lejos vi las ventanas iluminadas como nunca las había visto, y, al acercarme, encontré la cancela abierta y el balcón cargado de grandes flores. 
Entré en la villa y pasé al salón, donde ardían todas las velas de dos fantásticos candelabros. 
Me dijeron que esperara y esperé. 
Nadie venía. 
Toda la casa estaba silenciosa. Las luces ardían y las flores perfumaban la soledad. 
Después de una hora de agitada espera, no pude contenerme y entré en el comedor. 
La mesa estaba dispuesta con dos cubiertos y con flores y fruta en gran abundancia. 

Pasé a otro pequeño salón, iluminado dulcemente, desierto. 
Finalmente, llegué ante una puerta que sabía era la de la habitación de la princesa. 
Llamé dos o tres veces, pero no obtuve respuesta. Entonces me armé de valor, pensando que un amante puede olvidar la etiqueta, y abrí la puerta, deteniéndome en el umbral.
La habitación estaba llena de vestidos suntuosos dispersos, como en la furia de un saqueo. Cuatro candelabros irradiaban una gran luz incierta.
 La princesa estaba tendida en un sillón ante el espejo, vestida con uno de los más maravillosos vestidos que he visto.
La llamé y no me contestó.
Me acerqué, la toqué y no se movió. 
Me di cuenta entonces de que su cara era como siempre la había visto, pequeña y blanca, un poco más triste que de costumbre y un poco asustada. 
Puse una mano sobre su boca y no noté ninguna respiración; la puse sobre su pecho y no sentí ningún latido.
La pobre princesa estaba muerta; había muerto dulcemente, de improviso, mientras espiaba ante el espejo el retorno de su belleza.
Una carta que encontré en el suelo, junto a ella, me explicó el misterio de su improviso fin. 
Contenía pocas líneas de escritura vertical y militar, y decía:
«Querida princesa: Siento sinceramente no poderle devolver en seguida el último día de juventud que le debo. No consigo ya encontrar mujeres bastante inteligentes para creer en mi increíble promesa, y mi hija está en peligro.
»Haré todavía nuevos intentos y le comunicaré los resultados, porque sería mi más vivo deseo satisfacerla hasta lo último.
»Créame, ilustre princesa, devotísimo vuestro...»

La firma no se entendía.


(Del libro "El piloto ciego)








Giovanni Papini

  • Nace:09 de enero de 1881
  • Lugar:Florencia,Italia
  • Efemérides:9 de enero

  • Muere:08 de julio de 1956
  • Lugar:Florencia,Italia
  • Efemérides:08  de julio

Biografía



Giovanni Papini, escritor italiano, nacido en Florencia un 9 de enero de 1881. Sus padres, muy cultos, lo estimularon a escribir ya desde niño. 
A los 12 años escribió algunos cuentos como El amigo del estudiante y El león y el niño.
 A los 14 años creó dos revistas manuscritas: Sapiencia y La Revista.
A los 19 años enseñó italiano en un Instituto Inglés y asistió, como oyente, a las Facultades de Letras y Medicina, mostrando su afán de conocer de todo

A los 20 años ocupó la cátedra de filosofía moderna en la Universidad de Florencia.
En 1902 es nombrado bibliotecario en Florencia, lo que le dará oportunidad para seguir leyendo con la misma avidez de antes y mayores facilidades. Publica diversos artículos sobre filosofa y literatura.
En 1903 funda la revista Leonardo, revista de ciencia, arte, literatura y que tuvo un gran éxito; alcanzó a durar hasta 1906.
Se interesó pronto por la literatura, colaboró en muchas revistas literarias y filosóficas y fundó dos de ellas: Leonardo (1902) y Lacerba (1913).
Fue también codirector de La Voce (1912).
Estos periódicos agruparon en su torno a los más brillantes y originales jóvenes radicales en arte, filosofía y política.
 Iconoclasta y ateo declarado, Papini publicó diversos volúmenes de ensayos críticos en los que destruyó muchas sólidas reputaciones.
Con 23 años participa en un Congreso de Filosofía en Ginebra y después en el Congreso de Psicología celebrado en Roma.
Papini tiene ahora 24 años y publica El crepúsculo de los filósofos, una obra muy polémica, pues atacaba a Nietzsche. 
En esta obra Papini muestra ya muchas dudas religiosas. 
Se casa con una mujer católica, se confiesa y hace la primera comunión.
En 1912 publicó Palabra y Sangre, obra en la que habla Dios, son unas Memorias de Dios.
Descubre entonces a San Agustín, a quien llama alma gemela y escribe su vida.
Después escribe Gog, unos cartapacios que, según Papini, le entregó un loco y que ahora él da a conocer. En esta obra ataca a Lenin por no documentado y suprimir al individuo.
En 1939 escribe Italia mía en la que apoya a Mussolini como regenerador de Italia.
A los 72 años ya ciego, dicta a su nieta Anna El Diablo, último libro. A los 75 años escribe el ensayo La felicidad del infeliz, donde defiende, como máxima felicidad, la oración. Muere el 8 de julio de 1956.
Sus letras marcaron toda una época y tuvieron honda influencia en la literatura italiana, así como le allegaron al autor el reconocimiento internacional. Polemista apasionado, Papini dejó en su autobiografía, Un hombre acabado, una melancolía en páginas que para muchos representa su obra maestra.
En palabras de Jorge Luis Borges, "Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo".
El propio Borges dice que "hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático".
 Acérrimo partidario de William James,cultivó durante muchos años el pragmatismo. Sus numerosos ensayos y poemas y sus libros Il crepuscolo dei filosofi (1906) y la novela autobiográfica Un uomo finito (1912) reflejan su compleja personalidad y su lucha por encontrarse a sí mismo. Dieron además vigoroso impulso a la literatura italiana. 
Por el 1921 sufrió una crisis psicológica que le alejó de su escepticismo y su cáustico criticismo y prestó a su nueva creación un tono místico y hagiográfico.
Sus últimas obras están impregnadas de hondo fervor católico, mezclado de crítica social y literaria.  
Su Storia di Cristo (1921) obtuvo gran popularidad en el mundo entero.
Otras obras -igualmente famosas- son Parole e sangue (1921), Pane e vino (1926), Sant Agostino (1929), Mostra personale (1930), Gog (1931), Dante vivo (1935), Storia della letteratura italiana (1937), Lettere di Celestino VI agli uomini (1947), Vita di Michelangelo (1950), Il diavolo (1953) y Giudizio universal (1957).

Los últimos años de Papini son  especialmente difíciles. Italia, salida del fascismo no  le puede perdonar sus compromisos con el régimen, ni los jóvenes escritores de perdonarle la "traición" respecto a la posición no sacra y contracorriente de su juventud.
Hasta el último momento  trató de trabajar con el texto de “Guidizio Universale”. Iniciado en 1903 con el título de "Adámo" luego se convirtió en "Notas sobre el hombre," y finalmente "Juicio Final". Un libro que no pudo terminar. 
Enfermo se dedicó a dictar - se había quedado ciego - El Diablo (1953) .
Muere en Florencia, el 08 de julio de 1956..
17 citas:
1. "En todos los grandes hombres de ciencia existe el soplo de la fantasía.."
2. "Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras.."
3. "Cuando era joven leía casi siempre para aprender."
4. "El amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga.."
5. "Si es cierto que en cada amigo hay un enemigo potencial, ¿por qué no puede ser que cada enemigo oculte un amigo que espera su hora?.."
6. "Los astutos vencen siempre en el primer momento y suelen ser vencidos antes del fin.."
7. "Todos nos consolamos pensando que este presente no es más que un prefacio de la bella novela del porvenir.."
8. "No hay señal más segura de ánimo pequeño que el estar contento de todo.."
9. "Quien no ha deseado por lo menos una vez en su vida ser un santo, es, todo lo más, una bestia.."
10. "Una salud demasiado espléndida es inquietante, pues su vecina, la enfermedad, está pronto siempre a abatirla.."
11. "Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar.."
12. "La civilización moderna, que ha destruido poco a poco los adelantos de la fantasmagoría trascendental, ha comenzado a practicar sin darse cuenta la egolatría. El deporte es la adoración del cuerpo.."
13. "Cada hombre es diverso, distinto de los demás, inefable, único, absolutamente personal. La igualdad humana es una ilusión intelectualista engendrada por un anhelo sentimental.."
14. "Los hombres se destruyen con el hierro y se compran con el oro.."
15. "Los amigos no son más que enemigos con los que hemos establecido un armisticio, no siempre lealmente observado.."
16. "Hasta las ciencias más adelantadas están saturadas de misterios y de preguntas sin respuesta.."
17. "Todo hombre no vive más que por lo que espera.."

lunes, 13 de junio de 2011

La luz es como el agua -Gabriel García Márquez

La luz es como el agua
Gabriel García Márquez
 

                                           
En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de reinos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-EI bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada v fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salí por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso , y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.



Diciembre, 1978.
(de Doce cuentos peregrinos)

El Diablo y el Relojero- Daniel Defoe

El Diablo y el Relojero
Daniel Defoe


Vivía en la parroquia de St. Bennet Funk, cerca del Royal Exchange, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. 
Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta.
Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad.
Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. 
Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. 
Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado.
En ese mismo momento, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente otro hombre que Ilevaba un escabel en sus manos. 
Éste, con cara de estar en un grandísimo apuro, lo colocó debajo del desventurado que estaba colgado y, subiéndose rápidamente, sacó un cuchillo del bolsillo y sosteniendo el cuerpo del ahorcado con una mano, hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venía detrás, como queriendo detenerlos para que no entraran; al mismo tiempo mostraba el cuchillo en la otra, como si estuviera por cortar la soga para soltarlo.
Ante esto la mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en el banquillo continuaba con la mano y el cuchillo tocando el nudo, pero no lo cortaba. 
Por esta razón la mujer gritó de nuevo a su acompañante y le dijo:
-¡Sube y ayuda al hombre!
Suponía que algo impedía su acción.
Pero el que estaba subido al banquillo nuevamente les hizo señas de que se quedaran quietos y no entraran, como diciendo: «Lo haré inmediatamente».
Entonces dio dos golpes con el cuchillo, como si cortara la cuerda, y después se detuvo nuevamente. 
El desconocido seguía colgado y muriéndose en consecuencia. 
Ante la repetición del hecho, la mujer de la escalera le gritó:
-¿Que pasa? ¿Por qué no bajáis al pobre hombre?
Y el acompañante que la seguía, habiéndosele acabado la paciencia, la empujó y le dijo:
-Déjame pasar. Te aseguro que yo lo haré -y con estas palabras llegó arriba y a la habitación donde estaban los extraños.
Pero cuando llegó allí ¡cielos! el pobre relojero estaba colgado, pero no el hombre con el cuchillo, ni el banquito, ni ninguna otra cosa o ser que pudiera ser vista a oída. 
Todo había sido un engaño, urdido por criaturas espectrales enviadas sin duda para dejar que el pobre desventurado se ahorcara y expirara.
El visitante estaba tan aterrorizado y sorprendido que, a pesar de todo el coraje que antes había demostrado, cayó redondo en el suelo como muerto. 
Y la mujer, al fin, para bajar al hombre, tuvo que cortar la soga con unas tijeras, lo cual le dio gran trabajo.
Como no me cabe duda de la verdad de esta historia que me fue contada por personas de cuya honestidad me fío, creo que no me dará trabajo convenceros de quién debía de ser el hombre del banquito: fue el diablo, que se situó allí con el objeto de terminar el asesinato del hombre a quien, según su costumbre, había tentado antes y convencido para que fuera su propio verdugo. 
Además, este crimen corresponde tan bien con la naturaleza del demonio y sus ocupaciones, que yo no lo puedo cuestionar. 
Ni puedo creer que estemos equivocados al cargar al diablo con tal acción.



Nota: No puedo tener certeza sobre el final de la historia; es decir, si bajaron al relojero lo suficientemente rápido como para recobrarse o si el diablo ejecutó sus propósitos y mantuvo aparte al hombre y a la mujer hasta que fue demasiado tarde. Pero sea lo que fuera, es seguro que él se esforzó demoníacamente y permaneció hasta que fue obligado a marcharse.

martes, 7 de junio de 2011

Las Fábulas de Esopo- Antiguas contundentes verdades


Las Fábulas de Esopo
Antiguas  contundentes verdades


Fábula
Las ranas pidiendo rey

Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey.
Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. 
Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso.

Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca  a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo.
Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión.
A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto.


Fábula

El perro y la almeja.

Un perro de esos acostumbrados a comer huevos, al ver una almeja, no lo pensó dos veces, y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó inmediatamente. 
Desgarradas luego sus entrañas, se sintió muy mal y se dijo:
 - Bien merecido lo tengo, por creer que todo lo que veo redondo son huevos.

Nunca tomes un asunto sin antes reflexionar, para no entrar luego en extrañas dificultades.


Fábula
El león y el asno presuntuoso.

De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno y el león para salir de caza.
Llegaron a una cueva donde se refugiaban unas cabras monteses, y el león se quedó a guardar la salida, mientras el asno ingresaba a la cueva coceando y rebuznando, para hacer salir a las cabras.

Una vez terminada la acción, salió el asno de la cueva y le preguntó si no le había parecido excelente su actuación al haber luchado con tanta bravura para expulsar a las cabras.

- ¡Oh sí, soberbia -- repuso el león-que hasta yo mismo me hubiera asustado si no supiera de quien se trataba!

Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen

Fábula
La zorra y el espino

Una zorra saltaba sobre unos montículos,
y estuvo de pronto a punto de caerse.
Y para evitar la caída, se agarró a un espino,
pero sus púas le hirieron las patas, y sintiendo el dolor que ellas le producían,
le dijo al espino

- ¡ Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido. !
A lo que respondió el espino:
- ¡Tú tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción!

Nunca pidas ayuda a quien acostumbra a hacer el daño.




FÁBULA
La corneja y el cuervo.

Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos.
 Quiso la corneja poseer las mismas cualidades.
Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzándoles espantosos gritos. 
Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás:
- Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no son de presagios.-
Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.

domingo, 5 de junio de 2011

La buena tiniebla-Preliminar del miedo- Las primeras miradas-Mario Benedetti

La buena tiniebla-Preliminar del miedo-Las primeras miradas
Mario Benedetti

La buena tiniebla

Una mujer desnuda y en lo oscuro

genera un resplandor que da confianza

de modo que si sobreviene

un apagón o un desconsuelo

es conveniente y hasta imprescindible

tener a mano una mujer desnuda

entonces las paredes se acuarelan

el cielo raso se convierte en cielo

las telarañas vibran en su ángulo

los almanaques dominguean

y los ojos felices y felinos

miran y no se cansan de mirar.

una mujer desnuda y en lo oscuro

una mujer querida o a querer

exorciza por una vez la muerte.

 

Preliminar del miedo

Por sobre las terrazas alunadas

donde se aman cautelosamente los gatos

y los brillos esquivan las chimeneas

creo que nadie sabe lo que yo sé esta noche

algo aprendido a pedacitos y a pulsaciones

y que integra mi pánico tradicional modesto
  
¿cómo desmenuzar plácidamente el miedo

comprender por fin que no es una excusa

sino un escalofrío parecido al disfrute

sólo que amarguísimo y si atenuantes?

los suicidas no tienen problemas al respecto

deciden derrotarse y a veces lo consiguen

entran en el miedo como en una piragua

sin remos y con rumbo de cascada

son los descubridores del alivio

pero la paz les dura una milésima

tampoco los homicidas se preocupan mucho

limitan el miedo a una coyuntura

desenvainan la furia o aprietan el gatillo

y todo queda así simplificado y yerto

pero los demás o sea los que venimos

tironeados por la maravilla

y perseguidos por el horror

los demás o sea los compinches de la duda

los candorosos los irresponsables

los violentos pero no tanto

los tranquilos pero no mucho

los deportados de la buena fe

los necesitados de alegría

los ambulantes y los turbados

los omisos de la vanguardia

los atrasados de la vislumbre

ésos qué haremos con el mundo

sino asediarlo a escaramuzas

desmenuzarlo con las uñas

extinguirlo con el resuello

desmantelarlo a mordiscones

hacerlo trizas con la mirada

dar cuenta de él con el amor

estrangularlo.


Las primeras miradas

Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,

de fatigados duendes que ya no ocurren,

puede inmolarse la perdida infancia

junto a recuerdos que se están haciendo.

Qué sorpresa sufrirse una vez desolado,

escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes,

en el pecho, en los muslos impacientes

sentir cómo los labios se desprenden

de verbos maravillosos y descuidados,

de cifras defendidas en el aire muerto,

y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas

y desde ya cansadas se conjuran

para impedirnos el único fantasma de veras.

Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos,

un sitio donde asir la larga soledad

con los primeros ojos, sin gastar

las primeras miradas,

y si quedan maltrechas de significados,

de cáscara de ideales, de purezas inmundas,

cómo encontrar un río con los primeros pasos,

un río -para lavarlos- que las lleve.


lunes, 4 de abril de 2011

XVII Del ideal de la belleza-Immanuel Kant

XVII Del ideal de la belleza
(Immanuel Kant)

No puede haber regla objetiva del gusto
que determine por medio de conceptos lo que es bello;
porque todo juicio derivado de esta fuente es estético,
es decir, que tiene un principio determinante en el sentimiento
del sujeto, y no en el concepto de un objeto

Brittany Murphy
También este prototipo del gusto que descansa
seguramente sobre la idea indeterminada
que nos da la razón de un máximum,
pero que no puede ser representado
más que por conceptos,no siendo más
que una exhibición particular,
debe con propiedad llamarse ideal de lo bello.

Briggitte Bardot

Hay que notar que de un modo del todo incomprensible
para nosotros, la imaginación, no solo tiene el poder
de recordar en un momento dado y aun después
de largo tiempo, los signos de los conceptos,
sino también el de reproducir la imagen
y la forma de un objeto en medio
de un número indecible de objetos de especies diferentes,
o de la misma especie.
Alain Delon
Ahora bien; cuando el espíritu
quiere establecer comparaciones,
la imaginación, según toda verosimilitud,
aunque la conciencia no se halle suficientemente
advertida de ello,atrae las imágenes unas sobre otras,
y por medio de este conjunto de muchas imágenes
de la misma especie, suministra una,
proporcional, que sirve de medida común.


Leonardo Di Caprio

La imagen que aparece entre todas las intuiciones particulares y diversamente varias de los individuos,
y que la naturaleza ha tomado por tipo de sus producciones en esta especie, pero que no parece
que toque a ningún individuo.
Esto no es todo el prototipo de la belleza en esta especie, sino solamente la forma
que constituye la condición indispensable de toda belleza, y por consiguiente,la exactitud solamente en la manifestación de la especie.


Witney Houston

Es necesario distinguir la idea normal de lo bello,del ideal de lo bello, lo que no se puede conseguir
más que en la figura humana por las razones ya expuestas .
Es necesario que las ideas puras de la razón y una gran fuerza de imaginación se unan
en el que quiere juzgar acerca de esto,y con mayor razón en el que quiere manifestarlo.

Hsu Chi
La inexactitud de semejante ideal de belleza se revela por esta señal: que no permite
que en la satisfacción que nos proporciona,se mezclen los atractivos sensibles, y que, sin embargo, excita un gran interés;lo que nos dice que el juicio que se rige por esta medida, no puede nunca ser estético,
y que el juicio formado conforme a un ideal de belleza,no es un juicio puro del gusto.

lunes, 28 de febrero de 2011

SENNIN -Ryunosuke Akutagawa

SENNIN
 Ryunosuke Akutagawa



 Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
  Este hombre -que nosotros llamaremos Gonsuké- fue a una agencia de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO, y dijo al empleado que estaba filmando su larga pipa de bambú:
  - Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin.¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
  El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
  - ¿No me oyó usted, señor Empleado? dijo Gonsuké-. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?
  - Lamentamos desilusionarlo -musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa-, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...
  Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de esta manera:
  - Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo intencionadamente, si no lo cumple.
  Frente a su argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
 - Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto -se apresuró a alegar el empleado-; pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo que nos pide.
  Para desentenderse, el empleado hizo esa promesa, y logró, momentáneamente por lo menos, que Gonsuké se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía la posibilidad de conseguir una casa donde pudieran enseñar a un sirviente los secretos para ser un sennin. De modo que al deshacerse del visitante, el empleado acudió a la casa de un médico vecino.
  Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
  - Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin, con rapidez?
  Aparentemente, la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la mujer del doctor, una mujer muy astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por él al oír la historia del empleado.
 - Nada más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
 - ¿Lo hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle su amable oferta. Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo que algo relaciona a un doctor con un sennin.
  El empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y otra vez, y se alejó con gran júbilo.
  Nuestro doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado; luego, volviéndose hacia la mujer, le regañó malhumorado:
  - Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tantos años?
  La mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
  - Estúpido. Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar lo suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
  Esta frase hizo callar a su marido.
  A la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se presentó aquel día ceremoniosamente vestido con haori hakama, quizá en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se diferenciaba en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el doctor, que esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin. El doctor lo miró con curiosidad, como a un animal exótico traído de la lejana India, y luego dijo:
  - Me dijeron que usted desea ser un sennin, y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
  - Bien, señor, no es mucho lo que puedo decirle -replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: que hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive allá, debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así volverá al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida es un sueño pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
  - Entonces -prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría usted cualquier cosa con tal de ser un sennin?
  - Sí, señora, con tal de serlo.
  - Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años a partir de hoy y, al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
  - ¿Es verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
  - Pero -añadió ella-, durante veinte años usted no recibirá de nosotros ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
  - Sí, señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.
  De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años, que pasó Gonsuké al servicio del doctor. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba la leña, preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero esto no era todo; tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el gran botiquín. Ni siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo centavo. En verdad, en todo el Japón, no se hubiera encontrado mejor sirviente por menos sueldo.
  Pasaron por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente con su almidonado haori como la primera vez que lo vieron, se presentó ante los dueños de casa.
  Les expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados veinte años.
  - Y ahora, señor -prosiguió Gonsuké-, ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
  - Y ahora, ¿qué hacemos? -suspiró el doctor al oír la petición. Después de haberlo hecho trabajar durante veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada sabia respecto al secreto de los sennin? El doctor se desentendió diciendo que no era él sino su mujer quien sabía los secretos.
  - Usted tiene que pedirle a ella que se lo diga -concluyó el doctor y se alejó torpemente.
  La mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
  - Muy bien, entonces se lo enseñaré yo; pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo que yo le diga, por difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin; y además, tendría que trabajar para nosotros otros veinte años, sin paga, de lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
  - Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea contestó Gonsuké. Estaba muy contento y esperaba que ella hablara.
  - Bueno -dijo ella-, entonces trepe a ese pino del jardín.
  Desconociendo por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle cualquier tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por otros veinte años. Sin embargo, al oír la orden, Gonsuké empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
  - Más alto -le gritaba ella-, más alto, hasta la cima.
  De pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su sirviente sobre el árbol; vio su haori flotando en lo alto, entre las ramas más altas de ese pino tan alto.
  - Ahora suelte la mano derecha.
  Gonsuké se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó libre la derecha.
  - Suelte también la mano izquierda.
  - Ven, ven, mi buena mujer -dijo al fin su marido, atisbando las alturas-. Tú sabes que si el campesino suelta la rama, caerá al suelo. Allá abajo hay una gran piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será hombre muerto.
  - En este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡He! ¡Hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oye?
  En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos manos fuera de la rama ¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después, cuando el doctor y su mujer retomaron aliento, Gonsuké y su haori se divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! ¡se detuvo! en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y allá arriba quedó, en plena luz del mediodía, suspendido como una marioneta.
  - Les estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me han hecho un sennin -dijo Gonsuké desde lo alto.
  Se le vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.