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miércoles, 15 de junio de 2011

SOBRE LOS ÁNGELES-Rafael Alberti


SOBRE LOS ÁNGELES
Rafael Alberti



Madrigal sin remedio

Porque al fin te perdieron fuegos tristes
y humos lentos velaron
velaron el castillo, nívea cárcel.
donde la rosa olvida sus fantasmas,

mi corazón, sin voz, ni batallones,
viene solo al asalto
de esas luces, espejos de ceniza
llevadoras a un muerto sur de muertes.

Ve su pecho ascendido en dos arroyos
de agua y sangre, hacia el tuyo
quemado ya por huecos tizos fáciles,
falsos, flor, pena mía, sin remedio.




Los ángeles mohosos

Hubo luz que trajo
por hueso una almendra amarga.

Voz que por sonido,
el fleco de la lluvia,
cortado por un hacha.

Alma que por cuerpo,
la funda de aire
de una doble espada.

Venas que por sangre,
Y el de mirra y de retama.

Cuerpo que por alma,
el vacío, nada.

Los ángeles vengativos


No, no te conocieron
las almas conocidas.
Sí la mía.

¿Quién eres tú, dinos, que no te recordamos
ni de la tierra ni del cielo?

Tu sombra, dinos, ¿de qué espacio?
¿Qué luz la prolongó, habla,
hasta nuestro reinado?

¿De dónde vienes, dinos,
sombra sin palabras,
que no te recordamos?
¿Quién te manda?
Sí relámpago fuiste en algún sueño,
relámpagos se olvidan, apagados.

Y por desconocida
las almas conocidas te mataron.
No la mía.


El ángel tonto



Ese ángel,
ése que niega el limbo de su fotografía
y hace pájaro muerto
su mano.

Ese ángel que terne que le pidan las alas,
que le besen el pico,
seriamente,
sin contrato.

Si es del cielo y tan tonto,
¿por qué en la tierra?  Dime.
Decidme.

No en las calles, en todo,
indiferente, necio,
me lo encuentro.

¡El ángel tonto!

¡Si será de la tierra!
- Sí, de la tierra sólo.


El ángel del misterio


Un sueño sin faroles y una humedad de olvidos,
pisados por un nombre y una sombra.
No sé si por un nombre o muchos nombres,
si por una sombra o muchas sombras.
Reveládmelo.

Sé que habitan los pozos frías voces,
que son de un solo cuerpo o muchos cuerpos,
de un alma sola o muchas almas.
No sé.
Decídmelo.

Que un caballo sin nadie va estampando
a su amazona antigua por los muros.
Que en las almenas grita, muerto, alguien
que yo toqué, dormido, en un espejo,
que yo, mudo, le dije...
No sé.
Explicádmelo.

Los ángeles mudos

Inmóviles, clavadas, mudas mujeres de los zaguanes
y hombres sin voz, lentos, de las bodegas,
quieren, quisieran, querrían preguntarme:
- ¿Cómo tú por aquí y en otra parte?

Querrían hombres, mujeres, mudos, tocarme,
saber si mi sombra, si mi cuerpo andan sin alma
por otras calles.
Quisieran decirme:
- Si eres tú, párate.

Hombres, mujeres, quieren, querrían ver claro,
asomarse a mi alma,
acercarle una cerilla
por ver si es la misma.
Quieren, quisieran...
- Habla

Y van a morirse, mudos,
sin saber nada.

El ángel de arena


Seriamente, en tus ojos era la mar dos niños que me espiaban,
temerosos de lazos y palabras duras.
Dos niños de la noche, terribles, expulsados del cielo,
cuya infancia era un robo de barcos y un crimen de soles y de lunas.
Duérmete.  Ciérralos.

Vi que el mar verdadero era un muchacho que saltaba desnudo,
invitándome a un plato de estrellas y a un reposo de algas.
¡Sí, sí!  Ya mi vida iba a ser, ya lo era, litoral desprendido.
Pero tú, despertando, me hundiste en tus ojos.



El ángel falso

Para que yo anduviera entre los nudos de las raíces
y las viviendas óseas de los gusanos.
Para que yo escuchara los crujidos descompuestos del mundo
y mordiera la luz petrificada de los astros,
al oeste de mi sueño levantaste tu tienda, ángel falso.

Los que unidos por una misma corriente de agua me veis,
los que atados por una traición y la caída de una estrella me escucháis,
acogeos a las voces abandonadas de las ruinas.
Oíd la lentitud de una piedra que se dobla hacia la muerte.

No os soltéis de las manos.

Hay arañas que agonizan sin nido
y yedras que al contacto de un hombro se incendian y llueven sangre.
La luna transparenta el esqueleto de los lagartos.
Si os acordáis del cielo,
la cólera del frío se erguirá aguda en los cardos
o en el disimulo de las zanjas que estrangulan
el único descanso de las auroras: las aves.
Quienes piensen en los vivos verán moldes de arcilla
habitados por ángeles infieles, infatigables:
los ángeles sonámbulos que gradúan las órbitas de la fatiga.

¿Para qué seguir andando?
Las humedades son íntimas de los vidrios en punta
y después de un mal sueño la escarcha despierta clavos
o tijeras capaces de helar el luto de los cuervos.

Todo ha terminado.
Puedes envanecerte, en la caída marchita de los cometas que se hunden,
de que mataste a un muerto,
de que diste a una sombra la longitud desvelada del llanto,
de que asfixiaste el estertor de las capas atmosféricas.


Los ángeles muertos


Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.

Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.


En todo esto.
Mas en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.


Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.



Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.



Los ángeles feos


Vosotros habéis sido,
vosotros que dormís en el vaho sin suerte de los pantanos
para que el alba más desgraciada os reanime en una gloria de estiércol,
vosotros habéis sido la causa de ese viaje.

Ni un solo pájaro es capaz de beber en una alma
cuando sin haberlo querido un cielo se entrecruza con otro
y una piedra cualquiera levanta a un astro una calumnia.

Ved.

La luna cae mordida por el ácido nítrico
en las charcas donde el amoníaco aprieta la codicia de los alacranes.

Si os atrevéis a dar un paso,
sabrán los siglos venideros que la bondad de las aguas es aparente
cuantas más hoyas y lodos ocultan los paisajes.
La lluvia me persigue atirantando cordeles.
Será lo más seguro que un hombre se convierta en estopa.

Mirad esto:
ha sido un falso testimonio decir que una soga al cuello no es agradable
y que el excremento de la golondrina exalta al mes de mayo.

Pero yo os digo:
una rosa es más rosa habitada por las orugas
que sobre la nieve marchita de esta luna de quince años.

Mirad esto también, antes que demos sepultura al viaje:
cuando una sombra se entrecoge las uñas en las bisagras de las puertas
o el pie helado de un ángel sufre el insomnio fijo de una piedra,
mi alma sin saberlo se perfecciona.

Al fin ya vamos a hundimos.
Es hora de que me dierais la mano
y me arañarais la poca luz que coge un agujero al cerrarse
y me matarais esta mala palabra que voy a pinchar sobre las tierras que se derriten.


El ángel superviviente


Acordaos.
La nieve traía gotas de lacre, de lomo derretido
y disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato.

La derrota del cielo, un amigo.

Acordaos de aquel día, acordaos
y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y enterrados en la escarcha.
La última voz de un hombre ensangrentó el viento.
Todos los ángeles perdieron la vida.
Menos uno, herido, alicortado.







Rafael Alberti Merello

  • Nace: 16 de diciembre de 1902
  • Lugar:Puerto de Santa María, Cádiz
  • Efemérides:

  • Muere:28 de octubre de 1999
  • Lugar: Puerto de Santa María, Cádiz,
  • Efemérides: 28 de octubre de 1999

Biografía



Poeta español de la Generación del 27. 
Empieza el bachillerato en el Colegio de los Jesuitas del Puerto de Santa María. 

En 1917 se traslada a Madrid, donde abandona el bachillerato por la pintura, que ejerce una gran influencia en su obra; en 1922 realiza una exposición en el Ateneo. 

Por motivos de salud se traslada, poco después, a vivir en las sierras de Guadarrama y Rute, donde empieza a escribir sus primeras poesías, recogidas bajo el título de Marinero en tierra. 

Con este libro obtiene el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. 
A esta obra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). 
En sus primeros libros se aprecia claramente la influencia de Gil Vicente, del Cancionero y Romancero españoles y de otros autores como Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.

Su poesía es "popular" -según Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil, personalísima, de tradición española, pero sin retorno innecesario, nueva, fresca y acabada a la vez, rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima". 

La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase superrealista de Sobre los ángeles (1927-1928)

A partir de entonces, y tras afiliarse al partido comunista, su obra adquiere tono político. 

Este giro le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución irremediable a la poesía burguesa.

La poesía de Alberti cobra cada vez más un tono irónico y desgarrado, como los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). 

A partir de 1931 aborda el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. 

Posteriormente recorre  varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro.

En 1933 escribe Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas. 

En 1939, al terminar la Guerra Civil española, emigra a la República Argentina, desde donde se traslada a Roma en 1962. 

En 1945 publica, en Buenos Aires, A la pintura: poema del color y la línea, y además un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía, donde se muestra cierta nostalgia por la patria. 

Regresa finalmente a España en 1977.
Su producción poética continúa con la misma intensidad en estos años, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad.

A su vuelta a España es elegido diputado por el Partido Comunista de España, pero renuncia a su escaño para proseguir su tarea literaria y dar recitales por toda España. 

Sus libros de memorias cosechan grandes éxitos en las distintas ediciones, cada vez más completas, de los diferentes volúmenes de su Arboleda perdida. 

Entre las numerosas distinciones y homenajes que se le dedican destaca el Premio Miguel de Cervantes, que le es concedido en el año 1983.

martes, 14 de junio de 2011

SER INFELIZ-FRANZ KAFKA-De cómo los fantasmas de la soledad son nuestros huéspedes.

SER INFELIZ  
Franz Kafka


Cuando ya eso se había vuelto insoportable -una vez al atardecer, en noviembre-, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi pieza como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada me di vuelta otra vez, y en lo hondo de la pieza, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento, se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos, se hubiesen enfurecido en la batalla.

Cual pequeño fantasma, corrió una niña desde el pasillo completamente oscuro, en el que todavía no alumbraba la lámpara, y se quedó en puntas de pie sobre una tabla del piso, la cual se balanceaba levemente encandilada en seguida por la penumbra de la pieza, quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana, ante cuya cruz el vaho de la calle se inmovilizó por fin bajo la oscuridad. 

Apoyando el codo en la pared de la pieza, se quedó erguida ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía de afuera se moviese a lo largo de las articulaciones de los pies, también del cuello, también de las sienes. 

Miré un poco en esa dirección, después dije: "buenas tardes", y tomé mi chaqueta de la pantalla de la estufa, porque no quería estarme allí parado, así, a medio vestir. 
Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la excitación me abandonase por la boca. 
Tenía la saliva pesada; en la cara me temblaban las pestañas. 
No me faltaba sino justamente esta visita, esperada por cierto. 
La niña estaba todavía parada contra la pared en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra aquélla, y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese ásperamente granulada y raspase las puntas de sus dedos. Le dije:

-¿Es a mí realmente a quién quiere ver? ¿No es una equivocación? Nada más fácil que equivocarse en esta enorme casa. Yo me llamo así y asá; vivo en el tercer piso. ¿Soy entonces yo a quién usted desea visitar?

-¡Calma, calma! -dijo la niña por sobre el hombro-; ya todo está bien.

-Entonces entre más en la pieza. Yo querría cerrar la puerta.

-Acabo justamente de cerrar la puerta. No se moleste. Por sobre todo, tranquilícese.

-¡Ni hablar de molestias! Pero en este corredor vive un montón de gente. Naturalmente todos son conocidos míos. La mayoría viene ahora de sus ocupaciones. Si oyen hablar en una pieza creen simplemente tener el derecho de abrir y mirar qué pasa. Ya ocurrió una vez. Esta gente ya ha terninado su trabajo diario; ¿a quién soportarían en su provisoria libertad nocturna? Por lo demás, usted también ya lo sabe. Déjeme cerrar la puerta.

-¿Pero qué ocurre? ¿Qué le pasa? Por mí, puede entrar toda la casa. Y le recuerdo; ya he cerrado la puerta; créalo. ¿Solamente usted puede cerrar las puertas?
-Está bien, entonces. Más no quiero. De ninguna manera tendría que haber cerrado con la llave. Y ahora, ya que está aquí, póngase cómoda; usted es mi huésped. Tenga plena confianza en mí. Lo único importante es que no tema ponerse a sus anchas. No la obligaré a quedarse ni a irse. ¿Es que hace falta decírselo? ¿Tan mal me conoce?

-No. En realidad no tendría que haberlo dicho. Más todavía: no debería haberlo dicho. Soy una niña; ¿por qué molestarse tanto por mí?

-¡No es para tanto! Naturalmente, una niña. Pero tampoco es usted tan pequeña. Ya está bien crecidita. Si fuese una chica no habría podido encerrarse, así no más, conmigo en una pieza.
-Por eso no tenemos que preocuparnos. Solamente quería decir: no me sirve de mucho conocerle tan bien; sólo le ahorra a usted el esfuerzo de fingir un poco ante mí. De todos modos, no me venga con cumplidos. Dejemos eso, se lo pido, dejémoslo. Y a esto hay que agregar que no le conozco en cualquier lugar y siempre, y de ninguna manera en esta oscuridad. Sería mucho mejor que encendiese la luz. No. Mejor no. De todos modos, seguiré teniendo en cuenta que ya me ha amenazado.

-¿Cómo? ¿Yo la amenacé? ¡Pero por favor! ¡Estoy tan contento de que por fin esté aquí! Digo "por fin" porque ya es tan tarde. No puedo entender por qué vino tan tarde. Además es posible que por la alegría haya hablado tan incongruentemente, y que usted lo haya interpretado justamente de esa manera. Concedo diez veces que he hablado así. Sí. La amenacé con todo lo que quiera. Una cosa: por el amor de Dios, ¡no discutamos! ¿Pero, cómo pudo creerlo? ¿Cómo pudo ofenderme así? ¿Por qué quiere arruinarme a la fuerza este pequeño momentito de presencia suya aquí? Un extraño sería más complaciente que usted.
-Lo creo. Eso no fue ninguna genialidad. Por naturaleza estoy tan cerca de usted cuanto un extraño pueda complacerle. También usted lo sabe. ¿A qué entonces esa tristeza? Diga mejor que está haciendo teatro y me voy al instante.
-¿Así? ¿También esto se atreve a decirme? Usted es un poco audaz. ¡En definitiva está en mi pieza! Se frota los dedos como loca en mi pared. ¡Mi pieza, mi pared! Además, lo que dice es ridículo, no sólo insolente. Dice que su naturaleza la fuerza a hablarme de esta forma. Su naturaleza es la mía, y si yo por naturaleza me comporto amablemente con usted, tampoco usted tiene derecho a obrar de otra manera.
-¿Es esto amable?
-Hablo de antes.
-¿Sabe usted cómo seré después?
-Nada sé yo.

Y me dirigí a la mesa de luz, en la que encendí una vela. Por aquel entonces no tenía en mi pieza luz eléctrica ni gas. Después me senté un rato a la mesa, hasta que también de eso me cansé. Me puse el sobretodo; tomé el sombrero que estaba en el sofá, y de un soplo apagué la vela. Al salir me tropecé con la pata de un sillón. En la escalera me encontré con un inquilino del mismo piso.

-¿Ya sale usted otra vez, bandido? -preguntó, descansando sobre sus piernas bien abiertas sobre dos escalones.

-¿Qué puedo hacer? -dije-. Acabo de recibir a un fantasma en mi pieza.

-Lo dice con el mismo descontento que si hubiese encontrado un pelo en la sopa.

-Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma.

-Muy cierto: ¿pero cómo, si uno no cree absolutamente en fantasmas?

-¡Ajá! ¿Es que piensa usted que yo creo en fantasmas? ¿Pero de qué me sirve este no creer?
-Muy simple. Lo que debe hacer es no tener más miedo si un fantasma viene realmente a su pieza.

-Sí. Pero es que ése es el miedo secundario. El verdadero miedo es el miedo a la causa de la aparición. Y este miedo permanece, y lo tengo en gran forma dentro de mí.
De pura nerviosidad, empecé a registrar todos mis bolsillos

-Ya que no tiene miedo de la aparición como tal, habría debido preguntarle tranquilamente por la causa de su venida.

-Evidentemente, usted todavía nunca ha hablado con fantasmas; jamás se puede obtener de ellos una información clara. Eso es un de aquí para allá. Estos fantasmas parecen dudar más que nosotros de su existencia, cosa que por lo demás, dada su fragilidad, no es de extrañar.

-Pero yo he oído decir que se los puede seducir.

-En ese punto está bien informado. Se puede. ¿Pero quién lo va a hacer?

-¿Por qué no? Si es un fantasma femenino, por ejemplo -dijo, y subió otro  escalón.

-¡Ah, sí... ! -dije-, pero aún así no vale la pena. Recapacité.
Mi vecino estaba ya tan alto que para verme tenía que agacharse por debajo de una arcada de la escalera.

-Pero no obstante -grité-, si usted ahí arriba me quita mi fantasma, rompemos relaciones para siempre.

-¡Pero si fue solamente una broma! -dijo, y retiró la cabeza.
-Entonces está bien -dije.

Y ahora si que, a decir verdad, podría haber salido tranquilamente a pasear; pero como me sentí tan desolado preferí subir, y me eché a dormir.



El día no devuelto -Giovanni Papini


El día no devuelto
                                                 Giovanni Papini



Yo conozco a muchas bellas y viejas princesas, pero solamente de aquellas tan pobres que apenas tienen una pequeña camarera vestida de negro y se ven obligadas a vivir en alguna villa toscana venida a menos, en una de aquellas villas escondidas en las que dos cipreses polvorientos dan guardia a una cancela cerrada.

Si encuentran a alguna de ellas en el salón de una condesa viuda y pasada de moda, llámenlas Altezas y háblenles en francés, en aquel francés internacional, clásico, incoloro, que pueden aprender en los Contes moraux del abate Marmontel; en un francés, en suma, de gens de qualité. 
Mis princesas les responderán, casi siempre, con gentil volubilidad y, cuando hayan penetrado en sus pobres almas —almas llenas de polvo y de perifollos, como oratorios del siglo XVII—, se darán cuenta de que también la vida puede ser aceptada y que nuestra madre no ha sido tan estúpida como podía parecer al ponernos en el mundo.
¡Cuántos extraordinarios secretos me han susurrado mis bellas y viejas princesas! 

Les gustan mucho los polvos, pero acaso todavía más la conversación, y, aunque todas son alemanas —sólo una es rusa, pero por casualidad—, su delicioso francés ancien régime me proporciona, a veces, emociones nada ordinarias; en estos momentos mi corazón se deshace y casi siento el deseo —lo confieso— de suspirar como un estúpido enamorado.

Una tarde, a hora no muy avanzada, en el salón de una villa toscana, sentado en un sillón imperio, cerca de una mesa donde se me había ofrecido una tacita de té demasiado ligero, yo estaba callado junto a la más vieja y la más bella de mis princesas.

Iba vestida de negro; su cara estaba cubierta por un velito negro, y sus cabellos, que yo sabía blancos y un poco rizados, estaban cubiertos por un sombrero negro. 
Parecía que a su alrededor hubiera como una aureola de oscuridad. 

Eso me gustaba y procuraba creer que aquella mujer era solamente una aparición provocada por mi voluntad. 
La cosa no era difícil, porque la estancia estaba casi a oscuras y la única vela encendida iluminaba tan sólo, y débilmente, su rostro empolvado. 

Todo lo demás se confundía con la oscuridad, de manera que yo podía creer que sólo tenía delante de mí una cabeza colgante, un rostro separado del cuerpo y suspendido alrededor de un metro del suelo.
Pero la princesa comenzó a hablar y toda otra fantasía era imposible en aquel momento.
Ecoutez donc, monsieur —me decía—, ce qui m'arriva il y a quarante ans quand j'étais encoré assez jeune pour avoir le droit de paraître folle.
Y siguió con su grácil voz contándome una de sus innumerables historias de amor: un general francés se había hecho cómico por su amor y había sido asesinado, de noche, por un payaso borracho.
Pero yo conocía ya aquel tipo suyo de imaginación y quería alguna otra cosa más extraña, más lejana, más inverosímil. La princesa quiso ser amable hasta lo último:
—Me obliga —dijo— a contar el último secreto que me queda y se ha quedado siempre secreto precisamente porque es más inverosímil que todos los demás. 

Pero sé que tengo que morirme dentro de algunos meses, antes que termine el invierno, y no estoy segura de encontrar a otro hombre que se interese como usted por las cosas absurdas...
»Este secreto empezó a los veintidós años. Era en aquel tiempo la más graciosa princesa de Viena y todavía no había matado a mi primer marido. Esto sucedió más tarde, dos años después, cuando me enamoré de... Pero ya conoce esta historia, me parece. Sucedió, pues, que al acabar mis veintidós años recibí la visita de un viejo señor, condecorado y sin barba, que me pidió hablar conmigo durante dos minutos, en secreto. En cuanto estuvimos solos me dijo: «Tengo una hija, a la que amo inmensamente y que está muy enferma. Tengo necesidad de darle vida y fuerza, y por eso voy buscando años de juventud para comprar o para tomarlos prestados. Si quiere darme un año suyo, se lo devolveré poco a poco, día a día, antes que termine su vida. Cuando cumpla veintidós años, en lugar de pasar al veintitrés, se encontrará un año más vieja y entrará en el veinticuatro. Es todavía muy joven y casi no se dará cuenta del salto; pero yo le devolveré hasta el último de todos los trescientos sesenta y cinco días, dos o tres cada vez, y cuando sea vieja podrá volver a tener, a voluntad, horas de auténtica juventud, retornos improvisos de salud y de belleza. No crea que habla con un burlón o con un demonio. Soy, simplemente, un pobre padre que ha suplicado tanto al Señor, que le ha concedido poder hacer aquello que es imposible para los demás. He reunido ya con gran esfuerzo tres años, pero tengo necesidad de muchos más. ¡Déme uno de los suyos y nunca se arrepentirá de ello!
»Ya en aquel tiempo estaba acostumbrada a las aventuras curiosas y en el mundo casi imperial en que vivía nada era considerado imposible. Por eso accedí a hacer el singular préstamo y, a los pocos días, me hice un año más vieja. Casi nadie lo advirtió, y hasta los cuarenta años viví alegremente mi vida, sin recurrir al año que había dejado en depósito y que tenía que serme devuelto.
»El anciano señor me había dejado su dirección junto con el contrato y me había rogado que le advirtiera por lo menos un mes antes cuando deseara un día o una semana de juventud, prometiéndome que recibiría lo que pedía en el momento fijado. 
»Después de cumplir los cuarenta años, cuando mi belleza estaba a punto de deshacerse, me retiré a uno de los pocos castillos que habían quedado a mi familia, y sólo iba a Viena dos o tres veces al año. Escribía a tiempo a mi deudor, y luego iba a los bailes de la corte, a los salones de la capital, joven y bella como hubiera tenido que ser a los veintitrés años, maravillando a todos aquellos que habían conocido mi belleza en decadencia. ¡Qué curiosas eran las vísperas de mis reapariciones! La noche anterior me dormía cansada y fanée, como estaba siempre, y por la mañana me levantaba alegre y ligera, como un pájaro que hubiera aprendido a volar hacía poco, y corría al espejo. Toda arruga había desaparecido, mi cuerpo era fresco y blanco, mis cabellos, todos rubios, y losjabios, rojos; tan rojos, que yo misma los hubiese besado con furor. En Viena los adoradores se congregaban a mi alrededor, gritando de asombro; me acusaban de brujería, y en el fondo no entendían nada. En cuanto estaba por terminar el período de juventud que había pedido, subía a la carroza y regresaba de prisa al castillo, donde me negaba a recibir a nadie. Una vez, un joven conde bohemio que se había enamorado terriblemente de mí durante una de mis salidas a Viena, consiguió penetrar, no sé cómo, en mi aposento y estuvo a punto de desmayarse de asombro al ver cómo me parecía a su llama, pero hasta qué punto era más fea y más vieja que aquella que lo había embriagado en los salones de viena.
»Nadie, después, consiguió forzar mi voluntad de clausura, interrumpida solamente por la extraña alegría y por la profunda melancolía de las escasas pausas de juventud en el curso lamentable de mi continua decadencia. ¿Puede imaginarse esa fantástica vida mía, de largos meses de vejez solitaria, interrumpidos, de cuando en cuando, por los fuegos fugitivos de pocos días de belleza y de pasión?
»Durante los primeros tiempos, aquellos trescientos sesenta v cinco días me parecían inagotables y no me imaginaba que se pudieran acabar nunca. Por eso fui demasiado pródiga con mi reserva y escribí con demasiada frecuencia al misterioso Deudor de Vida. Pero éste es un hombre terriblemente exacto. Una vez he ido a su casa y he visto sus libros de cuentas. No soy la única con la que ha hecho un contrato de ese tipo, y sé que lleva muy cuidadosamente las disminuciones de sus deudas. También vi a su hija: una mujer palidísima, sentada en una terraza llena de flores.
»Nunca he podido saber de dónde saca la vida que devuelve tan puntualmente, a plazos de días, pero tengo alguna razón para creer que recurre a nuevas deudas. ¿Cuáles habrán sido las mujeres que le han dado los días que me ha devuelto? Quisiera conocer a alguna; pero, aunque he hecho insidiosas preguntas, no he tenido nunca la suerte de descubrirlas. Mais, peut être, elles ne seraient pas si étranges que je crois...
»De todas maneras, ese nombre es extraordinariamente interesante y le salen perfectamente sus cálculos. No os podéis imaginar qué terrible se volvió mi vida cuando me anunció, con la tranquilidad de un banquero, que ya no tenía más que once días a mi disposición. Durante todo aquel año no le escribí y, por un momento, tuve la tentación de dárselos y no atormentarme más. Comprende la razón, ¿no es cierto? Cada vez que me volvía joven, el momento del despertar era más doloroso, porque la diferencia entre mi estado ordinario y mis veintitrés años se iba haciendo, con la edad, cada vez mayor.
»Por otra parte, era imposible resistir. ¿Cómo puede pensar que una pobre vieja solitaria rechace de cuando en cuando un día, o dos, o tres, de belleza y de amor, de gracia y de alegría? ¡Ser amada por un día, deseada por una hora, feliz por un momento! Vous êtes trop jeune pour comprendre tout mon ravissement!
Pero los días están a punto de terminarse; mi crédito está a punto de cerrarse para la eternidad. Piense: Sólo tengo un día. Después de este día seré definitivamente vieja y estaré consagrada a la muerte. ¡Un día de luz y, luego, la oscuridad para siempre! Considere bien, se lo ruego, toda la imprevista tragedia de mi vida. Antes de pedir este día...
»Mas ¿cuándo lo pediré? ¿Qué haré con él? Desde hace más de tres años no he sido joven; en Viena casi nadie se acuerda de mí, y toda mi belleza parecería espectral. Y, sin embargo, siento la necesidad de un amante, de un amante sin escrúpulos y lleno de fuego. Esta cara mía, rugosa, volverá a ser fresca y rosada, y mis labios darán todavía, por última vez, voluptuosidad. ¡Pobres labios, blancos y agrietados! ¡Quieren ser rojos y calientes todavía un día, por un solo día, para una última boca!
»Pero no sé decidirme. No tengo la fuerza de gastar la última pequeña moneda de vida que me queda, y no sé cómo gastarla, y tengo locos deseos de gastarla... ;

Pobre y querida princesa!
 Hacía ya algunos minutos que se había levantado el velo y las lágrimas habían abierto sutiles surcos en los polvos de la cara. 
En aquel momento, los sozollos, aunque aristocráticamente reprimidos, le impidieron continuar.   
Sentí entonces un gran deseo de consolar, a toda costa, a aquella deliciosa vieja, y caí a sus pies —a los pies de una princesa arrugada y vestida de negro—; le dije que la amaría más que un caballero loco y le supliqué, con las más dulces palabras, que me concediera a mí, sólo a mí, el último día de su bella juventud.

No sé precisamente todo lo que le dije; pero mis frases debieron de conmoverla, porque me prometió, con algunas palabras un poco teatrales, que yo sería su último amante, por un solo día, al cabo de un mes. 
Me citó para un determinado día en la misma villa, y me despedí muy turbado, después de haber besado sus delgadas y blancas manos.

* * *

Aquel mes fue muy largo, el mes más largo de mi vida. 
Había prometido a mi futura amante que no intentaría volver a verla hasta el día fijado y mantuve mi galante empeño. 
Finalmente, aquel día llegó y fue el más largo de aquel larguísimo mes. 
Pero también llegó, finalmente, la noche y, después de haberme vestido lo mejor que pude, fui hacia la villa con el corazón tembloroso y el paso incierto.

Desde lejos vi las ventanas iluminadas como nunca las había visto, y, al acercarme, encontré la cancela abierta y el balcón cargado de grandes flores. 
Entré en la villa y pasé al salón, donde ardían todas las velas de dos fantásticos candelabros. 
Me dijeron que esperara y esperé. 
Nadie venía. 
Toda la casa estaba silenciosa. Las luces ardían y las flores perfumaban la soledad. 
Después de una hora de agitada espera, no pude contenerme y entré en el comedor. 
La mesa estaba dispuesta con dos cubiertos y con flores y fruta en gran abundancia. 

Pasé a otro pequeño salón, iluminado dulcemente, desierto. 
Finalmente, llegué ante una puerta que sabía era la de la habitación de la princesa. 
Llamé dos o tres veces, pero no obtuve respuesta. Entonces me armé de valor, pensando que un amante puede olvidar la etiqueta, y abrí la puerta, deteniéndome en el umbral.
La habitación estaba llena de vestidos suntuosos dispersos, como en la furia de un saqueo. Cuatro candelabros irradiaban una gran luz incierta.
 La princesa estaba tendida en un sillón ante el espejo, vestida con uno de los más maravillosos vestidos que he visto.
La llamé y no me contestó.
Me acerqué, la toqué y no se movió. 
Me di cuenta entonces de que su cara era como siempre la había visto, pequeña y blanca, un poco más triste que de costumbre y un poco asustada. 
Puse una mano sobre su boca y no noté ninguna respiración; la puse sobre su pecho y no sentí ningún latido.
La pobre princesa estaba muerta; había muerto dulcemente, de improviso, mientras espiaba ante el espejo el retorno de su belleza.
Una carta que encontré en el suelo, junto a ella, me explicó el misterio de su improviso fin. 
Contenía pocas líneas de escritura vertical y militar, y decía:
«Querida princesa: Siento sinceramente no poderle devolver en seguida el último día de juventud que le debo. No consigo ya encontrar mujeres bastante inteligentes para creer en mi increíble promesa, y mi hija está en peligro.
»Haré todavía nuevos intentos y le comunicaré los resultados, porque sería mi más vivo deseo satisfacerla hasta lo último.
»Créame, ilustre princesa, devotísimo vuestro...»

La firma no se entendía.


(Del libro "El piloto ciego)








Giovanni Papini

  • Nace:09 de enero de 1881
  • Lugar:Florencia,Italia
  • Efemérides:9 de enero

  • Muere:08 de julio de 1956
  • Lugar:Florencia,Italia
  • Efemérides:08  de julio

Biografía



Giovanni Papini, escritor italiano, nacido en Florencia un 9 de enero de 1881. Sus padres, muy cultos, lo estimularon a escribir ya desde niño. 
A los 12 años escribió algunos cuentos como El amigo del estudiante y El león y el niño.
 A los 14 años creó dos revistas manuscritas: Sapiencia y La Revista.
A los 19 años enseñó italiano en un Instituto Inglés y asistió, como oyente, a las Facultades de Letras y Medicina, mostrando su afán de conocer de todo

A los 20 años ocupó la cátedra de filosofía moderna en la Universidad de Florencia.
En 1902 es nombrado bibliotecario en Florencia, lo que le dará oportunidad para seguir leyendo con la misma avidez de antes y mayores facilidades. Publica diversos artículos sobre filosofa y literatura.
En 1903 funda la revista Leonardo, revista de ciencia, arte, literatura y que tuvo un gran éxito; alcanzó a durar hasta 1906.
Se interesó pronto por la literatura, colaboró en muchas revistas literarias y filosóficas y fundó dos de ellas: Leonardo (1902) y Lacerba (1913).
Fue también codirector de La Voce (1912).
Estos periódicos agruparon en su torno a los más brillantes y originales jóvenes radicales en arte, filosofía y política.
 Iconoclasta y ateo declarado, Papini publicó diversos volúmenes de ensayos críticos en los que destruyó muchas sólidas reputaciones.
Con 23 años participa en un Congreso de Filosofía en Ginebra y después en el Congreso de Psicología celebrado en Roma.
Papini tiene ahora 24 años y publica El crepúsculo de los filósofos, una obra muy polémica, pues atacaba a Nietzsche. 
En esta obra Papini muestra ya muchas dudas religiosas. 
Se casa con una mujer católica, se confiesa y hace la primera comunión.
En 1912 publicó Palabra y Sangre, obra en la que habla Dios, son unas Memorias de Dios.
Descubre entonces a San Agustín, a quien llama alma gemela y escribe su vida.
Después escribe Gog, unos cartapacios que, según Papini, le entregó un loco y que ahora él da a conocer. En esta obra ataca a Lenin por no documentado y suprimir al individuo.
En 1939 escribe Italia mía en la que apoya a Mussolini como regenerador de Italia.
A los 72 años ya ciego, dicta a su nieta Anna El Diablo, último libro. A los 75 años escribe el ensayo La felicidad del infeliz, donde defiende, como máxima felicidad, la oración. Muere el 8 de julio de 1956.
Sus letras marcaron toda una época y tuvieron honda influencia en la literatura italiana, así como le allegaron al autor el reconocimiento internacional. Polemista apasionado, Papini dejó en su autobiografía, Un hombre acabado, una melancolía en páginas que para muchos representa su obra maestra.
En palabras de Jorge Luis Borges, "Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo".
El propio Borges dice que "hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático".
 Acérrimo partidario de William James,cultivó durante muchos años el pragmatismo. Sus numerosos ensayos y poemas y sus libros Il crepuscolo dei filosofi (1906) y la novela autobiográfica Un uomo finito (1912) reflejan su compleja personalidad y su lucha por encontrarse a sí mismo. Dieron además vigoroso impulso a la literatura italiana. 
Por el 1921 sufrió una crisis psicológica que le alejó de su escepticismo y su cáustico criticismo y prestó a su nueva creación un tono místico y hagiográfico.
Sus últimas obras están impregnadas de hondo fervor católico, mezclado de crítica social y literaria.  
Su Storia di Cristo (1921) obtuvo gran popularidad en el mundo entero.
Otras obras -igualmente famosas- son Parole e sangue (1921), Pane e vino (1926), Sant Agostino (1929), Mostra personale (1930), Gog (1931), Dante vivo (1935), Storia della letteratura italiana (1937), Lettere di Celestino VI agli uomini (1947), Vita di Michelangelo (1950), Il diavolo (1953) y Giudizio universal (1957).

Los últimos años de Papini son  especialmente difíciles. Italia, salida del fascismo no  le puede perdonar sus compromisos con el régimen, ni los jóvenes escritores de perdonarle la "traición" respecto a la posición no sacra y contracorriente de su juventud.
Hasta el último momento  trató de trabajar con el texto de “Guidizio Universale”. Iniciado en 1903 con el título de "Adámo" luego se convirtió en "Notas sobre el hombre," y finalmente "Juicio Final". Un libro que no pudo terminar. 
Enfermo se dedicó a dictar - se había quedado ciego - El Diablo (1953) .
Muere en Florencia, el 08 de julio de 1956..
17 citas:
1. "En todos los grandes hombres de ciencia existe el soplo de la fantasía.."
2. "Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras.."
3. "Cuando era joven leía casi siempre para aprender."
4. "El amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga.."
5. "Si es cierto que en cada amigo hay un enemigo potencial, ¿por qué no puede ser que cada enemigo oculte un amigo que espera su hora?.."
6. "Los astutos vencen siempre en el primer momento y suelen ser vencidos antes del fin.."
7. "Todos nos consolamos pensando que este presente no es más que un prefacio de la bella novela del porvenir.."
8. "No hay señal más segura de ánimo pequeño que el estar contento de todo.."
9. "Quien no ha deseado por lo menos una vez en su vida ser un santo, es, todo lo más, una bestia.."
10. "Una salud demasiado espléndida es inquietante, pues su vecina, la enfermedad, está pronto siempre a abatirla.."
11. "Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar.."
12. "La civilización moderna, que ha destruido poco a poco los adelantos de la fantasmagoría trascendental, ha comenzado a practicar sin darse cuenta la egolatría. El deporte es la adoración del cuerpo.."
13. "Cada hombre es diverso, distinto de los demás, inefable, único, absolutamente personal. La igualdad humana es una ilusión intelectualista engendrada por un anhelo sentimental.."
14. "Los hombres se destruyen con el hierro y se compran con el oro.."
15. "Los amigos no son más que enemigos con los que hemos establecido un armisticio, no siempre lealmente observado.."
16. "Hasta las ciencias más adelantadas están saturadas de misterios y de preguntas sin respuesta.."
17. "Todo hombre no vive más que por lo que espera.."

lunes, 13 de junio de 2011

La luz es como el agua -Gabriel García Márquez

La luz es como el agua
Gabriel García Márquez
 

                                           
En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de reinos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-EI bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada v fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salí por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso , y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.



Diciembre, 1978.
(de Doce cuentos peregrinos)

El Diablo y el Relojero- Daniel Defoe

El Diablo y el Relojero
Daniel Defoe


Vivía en la parroquia de St. Bennet Funk, cerca del Royal Exchange, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. 
Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta.
Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad.
Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. 
Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. 
Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado.
En ese mismo momento, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente otro hombre que Ilevaba un escabel en sus manos. 
Éste, con cara de estar en un grandísimo apuro, lo colocó debajo del desventurado que estaba colgado y, subiéndose rápidamente, sacó un cuchillo del bolsillo y sosteniendo el cuerpo del ahorcado con una mano, hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venía detrás, como queriendo detenerlos para que no entraran; al mismo tiempo mostraba el cuchillo en la otra, como si estuviera por cortar la soga para soltarlo.
Ante esto la mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en el banquillo continuaba con la mano y el cuchillo tocando el nudo, pero no lo cortaba. 
Por esta razón la mujer gritó de nuevo a su acompañante y le dijo:
-¡Sube y ayuda al hombre!
Suponía que algo impedía su acción.
Pero el que estaba subido al banquillo nuevamente les hizo señas de que se quedaran quietos y no entraran, como diciendo: «Lo haré inmediatamente».
Entonces dio dos golpes con el cuchillo, como si cortara la cuerda, y después se detuvo nuevamente. 
El desconocido seguía colgado y muriéndose en consecuencia. 
Ante la repetición del hecho, la mujer de la escalera le gritó:
-¿Que pasa? ¿Por qué no bajáis al pobre hombre?
Y el acompañante que la seguía, habiéndosele acabado la paciencia, la empujó y le dijo:
-Déjame pasar. Te aseguro que yo lo haré -y con estas palabras llegó arriba y a la habitación donde estaban los extraños.
Pero cuando llegó allí ¡cielos! el pobre relojero estaba colgado, pero no el hombre con el cuchillo, ni el banquito, ni ninguna otra cosa o ser que pudiera ser vista a oída. 
Todo había sido un engaño, urdido por criaturas espectrales enviadas sin duda para dejar que el pobre desventurado se ahorcara y expirara.
El visitante estaba tan aterrorizado y sorprendido que, a pesar de todo el coraje que antes había demostrado, cayó redondo en el suelo como muerto. 
Y la mujer, al fin, para bajar al hombre, tuvo que cortar la soga con unas tijeras, lo cual le dio gran trabajo.
Como no me cabe duda de la verdad de esta historia que me fue contada por personas de cuya honestidad me fío, creo que no me dará trabajo convenceros de quién debía de ser el hombre del banquito: fue el diablo, que se situó allí con el objeto de terminar el asesinato del hombre a quien, según su costumbre, había tentado antes y convencido para que fuera su propio verdugo. 
Además, este crimen corresponde tan bien con la naturaleza del demonio y sus ocupaciones, que yo no lo puedo cuestionar. 
Ni puedo creer que estemos equivocados al cargar al diablo con tal acción.



Nota: No puedo tener certeza sobre el final de la historia; es decir, si bajaron al relojero lo suficientemente rápido como para recobrarse o si el diablo ejecutó sus propósitos y mantuvo aparte al hombre y a la mujer hasta que fue demasiado tarde. Pero sea lo que fuera, es seguro que él se esforzó demoníacamente y permaneció hasta que fue obligado a marcharse.

martes, 7 de junio de 2011

Las Fábulas de Esopo- Antiguas contundentes verdades


Las Fábulas de Esopo
Antiguas  contundentes verdades


Fábula
Las ranas pidiendo rey

Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey.
Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. 
Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso.

Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca  a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo.
Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión.
A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto.


Fábula

El perro y la almeja.

Un perro de esos acostumbrados a comer huevos, al ver una almeja, no lo pensó dos veces, y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó inmediatamente. 
Desgarradas luego sus entrañas, se sintió muy mal y se dijo:
 - Bien merecido lo tengo, por creer que todo lo que veo redondo son huevos.

Nunca tomes un asunto sin antes reflexionar, para no entrar luego en extrañas dificultades.


Fábula
El león y el asno presuntuoso.

De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno y el león para salir de caza.
Llegaron a una cueva donde se refugiaban unas cabras monteses, y el león se quedó a guardar la salida, mientras el asno ingresaba a la cueva coceando y rebuznando, para hacer salir a las cabras.

Una vez terminada la acción, salió el asno de la cueva y le preguntó si no le había parecido excelente su actuación al haber luchado con tanta bravura para expulsar a las cabras.

- ¡Oh sí, soberbia -- repuso el león-que hasta yo mismo me hubiera asustado si no supiera de quien se trataba!

Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen

Fábula
La zorra y el espino

Una zorra saltaba sobre unos montículos,
y estuvo de pronto a punto de caerse.
Y para evitar la caída, se agarró a un espino,
pero sus púas le hirieron las patas, y sintiendo el dolor que ellas le producían,
le dijo al espino

- ¡ Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido. !
A lo que respondió el espino:
- ¡Tú tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción!

Nunca pidas ayuda a quien acostumbra a hacer el daño.




FÁBULA
La corneja y el cuervo.

Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos.
 Quiso la corneja poseer las mismas cualidades.
Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzándoles espantosos gritos. 
Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás:
- Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no son de presagios.-
Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.