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miércoles, 8 de febrero de 2012

GOVINDA-Hermann Hesse- Fragmento de Siddharta

GOVINDA
Hermann Hesse
Fragmento de Siddharta
En una ocasión se encontraba Govinda con otros monjes descansando en el jardín que la
cortesana Kamala había regalado a los discípulos de Gotama.
Oyó hablar de un viejo barquero quevivía junto al río, a la distancia de una jornada, y que era considerado como un sabio.
Cuando llegó  el día en que tuvo que continuar su camino, Govinda eligió el camino en dirección a la barca, ya que deseaba conocer a aquel barquero. 
Pues, a pesar de que él había vivido toda su existencia según las reglas, y aunque los monjes jóvenes le respetaban por su edad y modestia, dentro de su corazón no se había apagado la llama de la inquietud y la búsqueda.
Llegó al río, rogó al viejo que le llevara al otro lado, y cuando bajaron de la barca, declaró:
-Mucho bien nos has hecho a nosotros, los monjes y peregrinos, ya que a la mayoría nos cruzaste
por este río. ¿No eres tú también, barquero, uno de los que buscan el camino de la verdad?
Los ojos viejos de Siddharta sonrieron al contestar:
~Te encuentras también tú entre los que buscan, venerable? Mas, ¿no tienes ya muchos años y
llevas el hábito de los monjes de Gotama?
-Aunque soy viejo -repuso Govinda-, no he dejado de buscar. Jamás dejaré de hacerlo: ése
parece ser mi destino. Y creo que tú también has buscado. ¿Quieres darme un consejo, venerable?
Siddharta declaró:
-¿Qué podría decirte, venerable? Quizá que has buscado demasiado. Que de tanto buscar, no
tienes ocasión para encontrar.
-¿Cómo es eso? -preguntó Govinda.
-Cuando alguien busca -continuó Siddharta-, fácilmente puede ocurrir que su ojo sólo se fije en lo
que busca; pero como no lo halla, tampoco deja entrar en su ser otra cosa, ya que únicamente
piensa en lo que busca, tiene un fin y está obsesionado con esa meta. Buscar significa tener un
objetivo. Encontrar, sin embargo, significa estar libre, abierto, no necesitar ningún fin. Tú,
venerable, quizás eres realmente uno que busca, pues persiguiendo tu objetivo, no ves muchas
cosas que están a la vista.
-Todavía no te comprendo muy bien -objetó Govinda-. ¿Qué quieres decir?
Y Siddharta contestó:
-Hace tiempo, venerable, hace muchos años, que ya estuviste aquí una vez, junto a este río, y en
su ribera hallaste a una persona durmiendo; entonces te sentaste a su lado para velar su sueño.
Pero no reconociste a la persona que dormía, Govinda.
Sorprendido, y como hechizado, el monje miró a los ojos del barquero.
-¿Eres tú, Siddharta? -preguntó con voz temblorosa-. ¡Tampoco esta vez te habría reconocido!
¡Te saludo de corazón, Siddharta, y me alegra profundamente volverte a ver! Has cambiado mucho,
amigo... ¿Así que te has convertido en barquero?
Siddharta sonrió amablemente.
-Pues, sí, en barquero. Hay que cambiar mucho, Govinda. Hay quien debe llevar muchos hábitos,
y yo soy uno de ellos, amigo. Sé bien venido, Govinda, y quédate esta noche en mi choza.
Govinda permaneció aquella noche en la cabaña y durmió en el lecho que antes fuera de
Vasudeva. Interrogó mucho a su amigo de juventud, y Siddharta se vio obligado a contarle su vida.
Cuando a la mañana siguiente había llegado la hora de empezar la marcha diaria, preguntó
vacilante Govinda:
-Antes de continuar mi camino, Siddharta, permíteme una pregunta. ¿Tienes una doctrina?
¿Tienes una fe o una creencia que sigues, que te ayuda a vivir y a obrar bien?
Siddharta declaró:
-Tú ya sabes, amigo, que de joven, cuando vivía con los ascetas, en el bosque, llegué a creer que
debía desconfiar de las doctrinas y los profesores, y darles la espalda. No he cambiado de opinión.
No obstante, he tenido muchos otros maestros desde entonces. Incluso una bella cortesana fue mi
instructora por un largo tiempo, así como un rico comerciante y unos jugadores de dados. También
lo ha sido en una ocasión un discípulo de Buda; estaba sentado a mi lado, en el bosque, cuando yo
me había adormecido en mi peregrinar. También aprendí de él, y le estoy agradecido, de veras. Sin
embargo, de quien aprendí más fue de este río y de mi antecesor, el barquero Vasudeva. Era una
persona muy sencilla; no se trataba de ningún filósofo, y sin embargo, sabía tanto como Gotama:
era perfecto, un santo.
Govinda exclamo:
-¡Me parece, Siddharta, que todavía te gusta la burla! Te creo y sé que no has seguido a ningún
profesor. ¿Pero, acaso no has encontrado tú mismo esta doctrina, con algunos razonamientos o
conocimientos tuyos, que te ayuden a vivir? Si quisieras decirme alguna de esas teorías, alegrarías
mi corazón. Siddharta repuso:
-He tenido ideas, sí, e incluso razonamientos de vez en cuando. En alguna ocasión he creído
sentir en mí cómo se percibe la vida en el corazón, pero tan sólo por una hora o un día. Eran
muchas las ideas, y me sería difícil comunicártelas. Mira, Govinda, ésta es una de las cuestiones que he descubierto: la sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar,siempre suena a simpleza.
-¿Bromeas? -inquirió Govinda.
-No. Digo lo que he encontrado. El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede
hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni
enseñar. Esto era lo que ya de joven pretendía, y lo que me apartó de los profesores.
«He encontrado otra idea que tú, Govinda, seguramente tomarás por broma o chifladura, pero,
en realidad, se trata de mi mejor pensamiento. Es éste: ¡Lo contrario a cada verdad es igual de
auténtico! O sea: una verdad sólo se puede pronunciar y expresar con palabras si es unilateral. Y
unilateral es todo lo que se puede expresar con pensamientos y declarar con palabras; todo lo
unilateral, todo lo mediocre, todo lo que carece de integridad, de redondez, de unidad».
«Cuando el venerable Gotama enseñaba el mundo por medio de palabras, lo tenía que dividir en
sansara y nirvana en ilusión y verdad, en sufrimiento y redención. No es posible otra forma para el
que desea enseñar. No obstante, el mundo mismo, lo que existe a nuestro alrededor y en nuestro
propio interior, nunca es unilateral. Jamás un hombre o un hecho es del todo sansara o del todo
nirvana nunca un ser es completamente santo o pecador. Nos parece que es así porque nos
hacemos la ilusión de que el tiempo es algo real. Y el tiempo no es real, Govinda, lo he
experimentado muchísimas veces. Y si el tiempo no es real, también el lapso que parece existir
entre el mundo y la eternidad, entre el sufrimiento y la bienaventuranza, entre lo malo y lo bueno,
es una ilusión».
-¿Qué quieres decir? -preguntó Govinda angustiado.
-¡Escucha bien, amigo, escucha bien! El pecador, que lo somos tú y yo, es pecador, pero algún
día volverá a ser Brahma, llegará a nirvana será buda..., y ahora fíjate bien: ese «algún» es una
ilusión. ¡Es sólo metáfora! El pecador no está en camino hacia el budismo, no se encuentra en un
desarrollo, aunque no nos lo podemos imaginar de otra forma. No; en el pecador, ahora y hoy, ya
está presente el buda futuro, todo su futuro, en él, en ti, en todo se debe respetar el posible buda
escondido.
«EI mundo, amigo Govinda, no es imperfecto, ni se encuentra en un camino lento hacia la
perfección. No; él es perfecto en cualquier momento. Todo pecado ya lleva en sí el perdón, todos los
lactantes, la muerte; todos los moribundos, la vida eterna. Ningún ser humano es capaz de ver en el
otro en qué situación se halla dentro de su camino: en el ladrón y en el jugador espera el buda, en
el brahmán espera el ladrón».
«En la profunda meditación existe la posibilidad de anular el tiempo, de ver toda la vida pasada,
presente y futura a la vez, y entonces todo es bueno, perfecto: es brahma. Por ello, lo que existe
me parece bueno; creo que todo debe ser así, tanto la muerte como la vida, el pecado o la santidad,
la inteligencia o la necedad; todo necesita únicamente mi afirmación, mi buena voluntad, mi
conformidad de amante: entonces es bueno para mí, y nunca podrá perjudicarme».
«He experimentado en mi propio cuerpo, en mi misma alma, que necesitaba el pecado, la
voluptuosidad, el afán de propiedad, la vanidad, y que precisaba de la más vergonzosa
desesperación para aprender a vencer mi resistencia, para instruirme a amar al mundo, para no
compararlo con algún mundo deseado o imaginado, regido por una perfección inventada por mí, sino
dejarlo tal como es y amarlo y vivirlo a gusto».
«Estas son, Govinda, algunas de las ideas que se me han ocurrido».
Siddharta se inclinó, levantó una piedra del suelo y la sopesó en la mano.
-Esto -declaró mientras jugaba-, es una piedra, y dentro de un tiempo quizá sea polvo de la
tierra, y de la tierra pasará a ser una planta, o animal o un ser humano. En otro tiempo hubiera
dicho:
«Esta piedra sólo es piedra, no tiene valor, pertenece al mundo de Maja; pero como en el circuito
de las transformaciones también puede llegar a ser un ente humano y un espíritu, por ello le doy
valor». Así, quizás, hubiera pensado antes. Pero ahora razono: esta piedra es una piedra, también
un animal, también un dios, también un buda; no la venero ni amo porque algún día pueda llegar a
ser esto o lo otro, sino porque todo esto lo es desde hace tiempo, desde siempre. Y, precisamente,
esto que ahora se me presenta como una piedra, que ahora y hoy veo que es una piedra,
justamente por ello la amo y le doy un valor y un sentido en cada una de sus líneas y huecos, en el
amarillo, en el gris, en la dureza, en el sonido que produce cuando la golpeo, en la sequedad o
humedad de su superficie.
»Hay piedras que al tocarlas parecen aceite o jabón, y otras semejan hojas o arena, y cada una
es diferente y roza el Orn a su manera; cada una es Brahma, pero a la vez es una piedra, está
grasienta o jabonosa, y precisamente esto es lo que me gusta y me parece maravilloso y digno de
adoración.
»Pero no me hagas hablar más sobre todo ello. Las palabras no son buenas para el sentido
secreto; en cuanto se pronuncia algo ya cambia un poquito, se lo falsifica..., sí, y también esto es
muy bueno y me gusta asimismo, estoy muy de acuerdo que lo que es tesoro y sabiduría de una
persona, parezca a otra una locura.
Govinda escuchaba en silencio.
-¿Por qué me has dicho lo de la piedra? -preguntó vacilante, tras una pausa.
-Lo dije con intención. O quizás he querido declarar que amo precisamente a la piedra y al río, a
esas cosas que contemplamos y de las que podemos aprender. Govinda, puedo amar a una piedra, a
un árbol o a su corteza. Son objetos que pueden amarse. Pero no a las palabras. Por ello, las
doctrinas no me sirven, no tienen dureza, ni blandura, no poseen colores, ni cantos, ni olor, ni
sabor, no encierran más que palabras. Acaso sea eso lo que te impide encontrar la paz, quizá sean
tantas palabras. También redención y virtud, lo mismo que sansara y nirvana son sólo palabras,
Govinda. Fuera del nirvana no existe nada más: únicamente palpita el vocablo nirvana.
Govinda exclamó:
-Amigo, nirvana no es tan sólo un término. Nirvana es un pensamiento.
Siddharta continuó:
-Un pensamiento, puede ser así. Amigo, he de hacerte una confesión: no me gusta diferenciar
mucho entre pensamientos y palabras. Para serte sincero, tampoco soy partidario de las teorías. Me
gustan más los objetos. Aquí, en esta barca, por ejemplo, mi antecesor fue un hombre, un santo
que durante muchos años creyó simplemente en el río, en nada más. Notó él que la voz del río le
hablaba; de ella aprendió, pues el agua le educó y enseñó; el río le parecía un dios. Durante muchos
años ignoró que todo viento, nube, pájaro o escarabajo, es igual de divino, y sabe tanto que
también puede enseñar como el río. No obstante, cuando ese santo se marchó a los bosques, lo
sabía todo, más que tú y yo, y sin profesor, ni libros; únicamente porque había creído en el río.
Govinda replicó:
-Pero, lo que tú llamas «objeto», ¿es realmente algo que tiene sustancia? ¿No se trata sólo de un
engaño de Maja: únicamente imagen y apariencia? Tu piedra, tu árbol, tu río..., ¿son realidades?
-Tampoco eso me preocupa mucho -repuso Siddharta-. ¡Qué más da que las cosas sean engaños
o no! Y silo son, también yo lo seré entonces, y de ese modo nunca me importará. Este es el motivo
que me obliga a tenerles tanto aprecio y veneración: son mis semejantes. Por ello puedo amarlos.
»Y ahora voy a exponerte una teoría de la que te vas a reír: el amor, Govinda, me parece que es
lo más importante que existe. Penetrar en el mundo, explicarlo y despreciarlo, puede ser cuestión de
interés para los grandes filósofos. Pero para mí, únicamente me interesa el poder amar a ese
mundo, no despreciarlo; no odiarlo ni aborrecerme a mí mismo; a mí sólo me atrae la contemplación
del mundo y de mí mismo, y de todos los seres, con amor, admiración y respeto.
-Eso sí que lo comprendo -interrumpió Govinda-. Pero precisamente fue este punto lo que el
majestuoso reconoció como engaño. Gotama ordena benevolencia, respeto, compasión, tolerancia,
pero no amor; nos prohibió atar a nuestro corazón en el amor hacia lo terrenal.
- Lo sé -repuso Siddharta. Y su sonrisa tenía un brillo dorado-. Lo sé, Govinda. Y mira, ya nos
encontramos en medio de la espesura de las opiniones, en la discusión por palabras. No puedo
negarlo: mis palabras sobre el amor contradicen, mejor dicho, parece que contradicen a las palabras
de Gotama. Esa es la causa que me hace desconfiar de los términos, pues sé que esta contradicción
es un engaño. Sé que estoy de acuerdo con Gotama. ¡Es imposible que el majestuoso no conozca el
amor! ¡El, que ha llegado a conocer todo lo humano en su carácter transitorio y vanidoso, y que a
pesar de ello amó tanto a los seres humanos! ¡El, que empleó toda su larga y penosa vida
únicamente para ayudarles, para enseñarles!
»También en Gotama, tu maestro, prefiero sus hechos antes que sus palabras. Sus actos y su
vida me parecen más importantes que sus oraciones, el gesto de su mano es más interesante que
sus opiniones. No veo su grandeza en el hablar, ni en el pensar, sino en sus obras y su existencia.
Durante mucho tiempo permanecieron callados los dos ancianos. Entonces Govinda dijo al
despedirse:
-Te agradezco, Siddharta, que me hayas comunicado tus pensamientos. Por un lado son
extraños, y no todos los entendí de primera intención. Pero sea como sea, te lo agradezco y deseo
que pases tus días en paz.
«Sin embargo -pensó para sus adentros-, este Siddharta es una persona extraña, habla de raras
teorías y su doctrina me suena a locura. La del majestuoso se ve más clara, distinta, pura,
comprensible; no contiene nada de rarezas, ni locuras o ridiculeces. Pero ya no me parecen tan
distintos al majestuoso, las manos y los pies de Siddharta, ni su frente, su aliento, su sonrisa, su
saludo, su manera de andar. Jamás nadie, después de que nuestro majestuoso buda entrara en el
nirvana me obligó a exclamar: ¡Este es un santo! Sólo ante Gotama, y ahora ante Siddharta.
Aunque su doctrina sea extraña y sus palabras suenen a locura, la mirada, la mano, la piel, el
cabello, todo él respira una pureza, una tranquilidad, una serenidad y clemencia y santidad que no
he visto en ningún otro hombre, después de la muerte de nuestro majestuoso profesor.»
Mientras Govinda pensaba así, en su corazón mantenía un conflicto, y de nuevo se sintió atraído
a Siddharta por amor. Se inclinó profundamente ante aquel hombre que se hallaba sentado, lleno de
serenidad.
-Siddharta -empezó-, hemos llegado a ser hombres viejos. Difícilmente en esta vida volveremos a
encontrarnos. Veo, amigo, que has hallado la paz. Yo te confieso que no la he conseguido. ¡Dime,
venerable, una palabra más! ¡Dame algo para el camino, algo que pueda entender y comprender!
Concédeme algo para ese camino. Frecuentemente mi marcha es difícil y sombría, Siddharta.
Siddharta no pronunció palabra; le miró con sonrisa tranquila, siempre igual. Govinda clavó su
vista fijamente en su rostro, con temor, con anhelo. Su mirada expresaba sufrimiento y una búsqueda
eterna y un eterno rastrear.
Siddharta le observó y sonrió.
- ¡ Acércate a mí! - susurró al oído de Govinda -. ¡ Acércate a mí! ¡Así, más cerca! ¡Muy cerca!
Yahora, ¡besa mi frente, Govinda!
Y sucedió algo maravilloso mientras Govinda obedecía sus palabras, entre un presentimiento y el
amor que le atraía: se le acercó mucho y rozó su frente con los labios.
Todo ocurrió mientras sus pensamientos se ocupaban todavía de las extrañas palabras de Siddharta, mientras se esforzaba aún por quitar el tiempo en vano y con resistencia de sus pensamientos, y de imaginarse el nirvana y sansara como una misma cosa, a la vez que sentía desprecio por las palabras de su amigo y
luchaba en su interior con un enorme respeto y amor.
Así fue.
Ya no contemplaba el rostro de su amigo Siddharta, sino que veía otras caras, muchas, una larga
hilera, un río de rostros, de centenares, de miles de facciones; todas venían y pasaban, y sin
embargo, parecía que todas desfilaban a la vez, que se renovaban continuamente, y que al mismo
tiempo eran Siddharta.
Observó la cara de un pez, de una carpa, con la boca abierta por un inmenso
dolor, de un pez moribundo, con los ojos sin vida..., vio la cara de un niño recién nacido, encarnada
y llena de arrugas, a punto de echarse a llorar..., divisó el rostro de un asesino, le acechó mientras
hundía un cuchillo en el cuerpo de una persona..., y al instante vislumbró a este criminal arrodillado
y maniatado, y cómo el verdugo le decapitó con un golpe de espada..., distinguió los cuerpos de
hombres y mujeres desnudos y en posturas de lucha, en un amor frenético..., entrevió cadáveres
quietos, fríos, vacíos..., reparó en cabezas de animales, de jabalíes, de cocodrilos, de elefantes, de
toros, de pájaros..., observó a los dioses, reconoció a Krishna y a Agni..., captó todas estas figuras y
rostros en mil relaciones entre ellos, cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y
creando de nuevo.
Cada figura era un querer morir, una confesión apasionada y dolorosa del
carácter transitorio; pero ninguna moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro
nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara... 
Y todas estas figuras descansaban, corrían, se creaban, flotaban, se reunían,
y encima de todas ellas se mantenía continuamente algo débil, sin sustancia,
pero a la vez existente, como un cristal fino o como hielo, como una piel transparente, una cáscara,
un recipiente, un molde o una máscara de agua; y esa máscara sonreía, y se trataba del rostro
sonriente de Siddharta, el que Govinda rozaba con sus labios en aquel momento.
Así vio Govinda esa sonrisa de la máscara, la sonrisa de la unidad por encima de las figuras, la
sonrisa de la simultaneidad sobre las mil muertes y nacimientos; esa sonrisa de Siddharta era
exactamente la misma del buda, serena, fina, impenetrable, quizá bondadosa, acaso irónica,
siempre inteligente y múltiple, la sonrisa de Gotama que había contemplado cien veces con profundo
respeto. 
Govinda lo sabía: así sonríen los que han alcanzado la perfección.
Sin saber si existía el tiempo, si había pasado un segundo o cien años, desconociendo si eran
realidad un Gotama, un Siddharta, si vivía el yo y el tú, alcanzado su interior por una flecha divina
cuya herida es dulce, encantado y roto su corazón..., Govinda permaneció todavía un tiempo
inclinado sobre el rostro bronceado de Siddharta, el que besara hacía un momento, el que fuera
escenario de todas las transformaciones, de todos los orígenes, de todo lo existente.
El rostro de Siddharta no había cambiado tras cerrarse en su superficie la profundidad y la
multiplicidad; sonreía serena, suavemente, quizá muy bondadoso, acaso irónico, exactamente como
había sonreído el majestuoso.
Govinda se inclinó profundamente: las lágrimas rodaron por sus mejillas arrugadas, sin que él
siquiera lo notara; sintió como fuego su más profundo amor, su más modesta veneración en el
alma.
Se inclinó ante Siddharta casi hasta el suelo; Siddharta permanecía sentado, sin moverse, y
su sonrisa recordaba que jamás había amado, que nunca en la vida había tenido algo que
considerase valioso y sagrado.
Fin

sábado, 4 de febrero de 2012

Johnatan y las brujas-Stephen King

Johnatan y las brujas
Stephen King


Había una vez un muchacho llamado Johnathan. Era inteligente, atractivo y muy valiente. Pero Johnathan era el hijo del zapatero.
Un día, su padre le dijo, “Johnathan, debes irte a buscar tu destino. Ya eres lo suficientemente mayor.”
Siendo un muchacho inteligente, Johnatan sabía que lo mejor sería pedirle un trabajo al rey.
Así que partió.
En el camino, conoció a un conejo que era un hada disfrazada. La asustada criatura estaba siendo perseguida por cazadores y saltó a los brazos de Johnathan. Cuando los cazadores llegaron hasta Johnathan, él señaló en una dirección y gritó excitadamente, “¡Por allá! ¡Por allá!”
Cuando los cazadores se fueron, el conejo se convirtió en hada y dijo, “me has ayudado. Te concederé tres deseos. ¿Cuáles son tus deseos?”
Pero a Johnathan no se le ocurría nada, así que el hada acordó a concedérselos cuando los necesitara.
Así, Johnathan siguió caminando hasta que llegó al reino sin incidentes.
Entonces fue hasta el rey y solicitó trabajo.
Pero, para su suerte, el rey estaba de muy mal humor aquel día. Así que decidió ventilar su ánimo en Johnathan.
“Sí, hay algo que puedes hacer. En la Montaña contigua hay tres brujas. Si puedes matarlas, te daré 5,000 coronas. Si no puedes hacerlo, te haré decapitar! Tienes 20 días.” Y con estas palabras, despachó a Johnathan.
“¿Ahora qué voy a hacer?” Pensó Johnathan. Bien, debo intentarlo.
Entonces, se acordó de los tres deseos que le habían concedido y se dirigió a la montaña.
***

Ahora Johnathan estaba en la montaña y estaba a punto de desear tener un cuchillo para matar a la bruja, cuando escuchó una voz en su oído, “La primer bruja no puede ser apuñalada.”
La segunda bruja no puede ser apuñalada o asfixiada.

La tercera no puede ser apuñalada, ni asfixiada y es invisible

Con este conocimiento, Johnathan miró en derredor sin ver a nadie. Entonces recordó al hada, y sonrió.
Se fue en la búsqueda de la primer bruja.

Finalmente, la encontró. Estaba en una cueva cerca de la falda de la montaña, y era una vieja de aspecto maléfico.

Él recordó las palabras del hada, y antes que la bruja pudiese hacer otra cosa que echarle una fea mirada, él deseó que pudiera ser asfixiada. Y ¡Helo ahí! Estuvo hecho.
Después subió en busca de la segunda bruja. Había una segunda cueva en lo alto. Ahí encontró a la segunda bruja. Estaba a punto de desear que pudiera ser asfixiada, cuando recordó que no podía ser asfixiada. Y antes que la bruja pudiese hacer otra cosa que echarle una fea mirada, deseó que fuera aplastada. Y ¡Helo ahí! Estuvo hecho.
Ahora solo tenía que matar a la tercer bruja y podría obtener las 5,000 coronas. Pero mientras subía la montaña, se preguntaba en la forma de hacerlo.
Entonces se le ocurrió un plan maravilloso.
Después, vio la última cueva. Esperó fuera de la entrada hasta escuchar los pasos de la bruja. Entonces recogió un par de rocas grandes y deseó.
Deseó que la bruja fuera una mujer normal. Y ¡Helo ahí! Se volvió visible y entonces Johnathan la golpeó con las piedras que llevaba.
Johnathan cobró sus 5,000 coronas y él y su padre vivieron felices para siempre.

Fin

EL HOLANDÉS ERRANTE -Ward Moore

EL HOLANDÉS ERRANTE
Ward Moore


Mientras el minutero del reloj de pared rebasaba suavemente la manecilla de las horas, todavía enhiesta, el calendario automático, situado bajo la esfera, se estremeció bruscamente y al número diez le sucedió el once.

Salvo aquel ligero espasmo, tal vez atribuible a un imperfecto funcionamiento del mecanismo, las plaquitas en que estaban inscritos los signos «noviembre» y «1998» permanecieron inmóviles. En la sala de control, dotada de aire acondicionado, un termómetro situado junto a la puerta señalaba invariablemente una temperatura de 68º Farenheit.

No había nadie en la sala de control para observar el reloj, el calendario, el termómetro, la pantalla de radar o cualquiera de los diversos indicadores instalados en las paredes o en las mesas. Aún suponiendo la presencia de empleados o intrusos, no les hubiera sido posible leer señal alguna ya que la oscuridad era completa. No sólo estaban apagadas las luces de la sala; tupidos cortinajes las protegían contra los traicioneros rayos de la luna que eventualmente pudieran reflejarse en las superficies pulimentadas.


La ausencia de luz y de personal técnico no alteraba el trabajo de los prodigiosos aparatos del aeropuerto, pues habían sido diseñados para funcionar automáticamente con una inteligencia casi humana y con una precisión que sobrepasaba a la del hombre en cualquier emergencia, excepto en los casos de un ataque directo del enemigo o de un tiro cercano que averiara no sólo los instrumentos sino también los aparatos de reparación y ajuste.

Cuando el sonar y el radar captaron el sonido y la imagen de una aeronave que se aproximaba por el norte, instantánea y correctamente fue identificada como amiga; en efecto, era un RB-87 que regresaba a su base. La información fue transferida a las baterías antiaéreas, a la oficina de información, situada a treinta millas de distancia; a los tabuladores que registraban el curso de los bombarderos, al control de combustible oculto a gran profundidad y al depósito de municiones, protegido por capas y más capas de cemento y plomo.

No existía balizaje automático en el aeropuerto, por supuesto, pero esto no significaba inconveniente alguno para el poderoso bombardero de ocho motores, ya que no dependía de percepciones y reacciones humanas sino de un cálculo matemático totalmente ajustado a su plan de vuelo, sensible a la más sutil variación atmosférica, a la configuración del terreno, e incluso a una repentina imperfección de su propio mecanismo. Durante el vuelo, segundo tras segundo, estos instrumentos calculaban, compensaban y mantenían a la aeronave en la ruta prevista.

El RB-87, ajustado a la velocidad y dirección del viento, así como a cierto número de factores, apuntó la proa hacia la pista de cemento de dos millas de longitud y se deslizó suavemente sobre ella, hasta el final, para detenerse finalmente con las hélices girando en punto muerto entre dos trazos de pintura: el lugar exacto que indicaban los cálculos que regían su navegación.

Mientras se detenían los motores y las hélices giraban cada vez con mayor lentitud, los complejos servicios de la base aérea comenzaron a funcionar, al detectar los instrumentos de la oscura sala de control la invisible imagen del bombardero que regresaba. Del depósito de combustible serpenteó una manguera aparentemente interminable, atravesando el campo; al acercarse al bombardero, sus movimientos reptantes se hicieron más pronunciados cuando, guiada por impulsos electrónicos alzó la cabeza y trepó por un costado del aparato, buscando a ciegas los vacíos tanques de gasolina. Un diminuto receptor le respondió al mensaje de un transmisor también minúsculo; saltó el tapón y el cuello de la manga se introdujo en la abertura. Este contacto actuó en las profundidades del depósito de combustible; comenzaron a funcionar las bombas y la larga manguera se puso rígida al pasar la gasolina por su interior. A muchos kilómetros de distancia comenzaron a trabajar las bombas, impulsando su carga a través de los oleoductos. Toda la maquinaria de una refinería se puso en movimiento para elaborar petróleo en crudo y enviarlo transformado en gasolina de alto octanaje. A medio continente de distancia, se elevaba desde las profundidades de un pozo de materia prima que iría a parar al interior de un depósito vacío.


La manguera de gasolina, pieza fundamental, era el aparato más simple de la sala de control. Llenos ya los tanques, el tapón del depósito en su sitio y la manguera enrollada en su horquilla, hicieron su aparición las maquinarias más complejas. La manguera de engrase se desplazaba de un motor a otro, los cuales vomitaban finas capas de aceite negro quemado, luego reemplazadas por lubricantes de un color verde-dorado, fresco y viscoso. El dispositivo mecánico de engrase, un increíble pulpo sobre ruedas, circulaba por el campo aplicando sus tentáculos a las innumerables junturas que requerían sus servicios. Al otro lado del campo, los dispositivos automáticos de carga transportaban su precioso equipo en lenta procesión. Iban al encuentro del bombardero y constituían también mecanismos complejos y sutiles, guiados por delicados artificios, que colocaban suave y cuidadosamente las valiosas bombas en las cavidades de la nave. Aguardaban pacientemente su turno, dispuestos y regulados contra toda posible colisión. Al igual que los aparatos de control de combustible, también eran el resultado de la labor de muchos servomecanismos; galerías subterráneas despachaban a gran profundidad el material de repuesto por medio de tubos neumáticos, que se introducían bajo la superficie de la tierra a varios kilómetros de profundidad.

Los poderosos motores se enfriaron. La veleta - una especie de cono de lona -, en lo alto de la torre del aeropuerto, se movió ligeramente. En la oscura sala de control, el reloj marcaba las 3:58. Débiles partículas de polvo se filtraron subrepticiamente a través de las rendijas de las ventanas y un pequeño trozo de cemento, desprendido por el viento, cayó al suelo. A unos cuantos kilómetros de distancia, una hilera de árboles secos y resquebrajados rehusaban ásperamente, con fúnebre tozudez, a doblegarse lo más mínimo ante las duras acometidas del viento.

Exactamente a las 4:50, un impulso eléctrico procedente de la sala de control, según normas predeterminadas, puso en marcha los motores del avión. Hubo un momento en el que falló el motor número siete, pero pronto recuperó el ritmo habitual. Durante un largo intervalo, los motores se calentaron. La aeronave emprendió la marcha con aparente impremeditación, pero en el exacto instante previsto.

La pista se extendía a gran distancia. Pese a ganar velocidad, parecía como si el avión se mantuviera pegado a ella, reacio a dejar tierra. Después de un ligero balanceo, se abrió al fin un espacio entre las ruedas y el cemento, que se agrandó con rapidez. El aparato se elevó a gran altura, sobrepasando por un amplio margen la red de cables de alta tensión que se extendía más allá del aeropuerto. Ya en el aire pareció vacilar un momento, mientras los instrumentos medían y calibraban, pero no tardó en enfilar la proa hacia el norte, surcando con decisión el firmamento.

Volaba a enorme altura, por encima de las nubes, por encima de la sutil capa de aire oxigenado. Los motores palpitaban uniformemente, excepto el número siete, en el que de vez en cuando se percibían desfallecimientos y vacilaciones. Los expertos instrumentos del bombardero guiaban y comprobaban constantemente su vuelo, manteniéndolo en ruta hacia el objetivo a una altura fuera de posibles interferencias.

La pálida luz del amanecer hirió los contornos del avión sin resultado. La pintura pardusca del camuflaje no producía reflejos, pero aquí y allá aparecían ligeros rasguños, dejando al descubierto el brillante y traicionero aluminio. A medida que la luz se intensificaba, se hizo patente que tales desperfectos no eran sino pequeños signos de la debilidad del gran bombardero. Un golpe aquí, una abolladura allá, un cable deshilachado, una ligera erosión, señales que evidenciaban malos tratos, ominosas limitaciones. Sólo los instrumentos y los motores eran perfectos, aunque incluso éstos, considerando las alteraciones del número siete, no parecían destinados a durar indefinidamente.

Rumbo norte, rumbo norte, rumbo norte. El blanco había sido fijado, años atrás, por hombres maduros de rostro inexpresivo. La ruta fue establecida por hombres más jóvenes, con cigarrillos entre los labios, y los instrumentos esenciales fueron instalados por otros hombres todavía más jóvenes, envueltos en guardapolvos y mascando chicle. El blanco no era originalmente objetivo exclusivo del «Holandés Errante» - nombre que un mecánico jovial pintó años atrás en el fuselaje de la aeronave -, sino que estaba a cargo de un escuadrón completo de aviones del modelo RB-87, pues constituía un importante centro industrial, una parte esencial para el poder militar del enemigo cuya destrucción era necesaria.

Los hombres maduros que habían decidido el plan estratégico conocían muy bien la naturaleza de la guerra que estaban afrontando. Todo se había preparado cuidadosamente, teniendo en cuenta las posibles eventualidades. Planes de todas clases, cuantas alternativas eran posibles, se habían planificado con el mayor celo. Se daba por descontado que aquella capital y las ciudades más importantes serían destruidas casi de inmediato, pero los autores del plan habían ido mucho más allá de la simple descentralización. En las guerras precedentes, las operaciones finales dependían de los humanos, cuyo carácter frágil y falible conocían muy bien los estrategas. Pensaban con disgusto en la inutilidad de los soldados y mecánicos cuando se les somete a bombardeos ininterrumpidos o sufren los efectos de las armas químicas o biológicas, en los civiles refugiados en los más profundos rincones de las cavernas y minas subterráneas, con la voluntad anulada para la lucha e implorando servilmente el retorno de la paz. Los estrategas habían luchado ardorosamente contra este factor de incertidumbre. Organizaron una guerra no sólo completamente automatizada, sino además en la que botones y más botones actuasen en una cadena sin fin. La población civil podría encorvarse y temblar, pero la guerra no se detendría hasta alcanzar la victoria.

El «Holandés Errante» avanzaba velozmente hacia un blanco familiar servido y reforzado por una intrincada red de instrumentos, dispositivos, factorías, generadores, cables subterráneos y recursos básicos, todos ellos casi envidiables e inexpugnables, capaces de funcionar hasta el agotamiento, que no llegaría, gracias a su perfección, hasta dentro de cien años. El «Holandés Errante» volaba hacia el norte, una creación del hombre que ya no dependía de su autor.

Volaba hacia la ciudad que, largo tiempo atrás, había quedado convertida en pequeños cascos pulverizados. Volaba hacia las distantes pilas de baterías antiaéreas, donde los pocos cañones que todavía quedaban indemnes lo localizarían con sus pantallas de radar, apuntando y disparando automáticamente, para atraerlo al destino que sufrieron otros aviones a su imagen y semejanza. El «Holandés Errante» volaba hacia el país del enemigo, un país cuyos ejércitos habían sido aniquilados y cuyo pueblo había perecido. Volaba a tal altura que, desde un punto muy inferior al de sus extendidas alas y potentes motores, la superficie de la Tierra quedaba limitada por una gran línea curva. La Tierra, un planeta muerto en el cual hacía ya tiempo, mucho tiempo, que no alentaba ningún ser viviente.


FIN

martes, 30 de agosto de 2011

Aplastamiento de las gotas- Julio Cortázar-Video

Aplastamiento de las gotas
Julio Cortázar


Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve.
Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío.
Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. 
Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha,nada, una viscosidad en el mármol. 
Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida,brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas.
 Adiós gotas.
Adiós.


    TEXTO EN SU PROPIA VOZ



Georgia O´Keeffe:"Llenar un espacio de una manera hermosa.Eso es lo que el arte significa para mí.".

Georgia O´Keeffe

  • Nace: 15 de noviembre de 1887
  • Lugar:Sun Prairie,Winconsin, EEUU
  • Efemérides: 15 de noviembre

  • Muere: 6 de marzo de 1986
  • Lugar: San Vicente de Santa Fe, EEUU
  • Efemérides: 6 de marzo

Biografía

  
Georgia O'Keeffe, una mezcla única de artista abstracta y figurativa, era conocida por la pureza, la audacia y claridad de sus composiciones de naturaleza muerta. 
Ella fué considerada la principal artista femenina del siglo 20, un título que consideraba sexista. Era una artista adelantada a su tiempo, una modernista que utilizaba el minimalismo y que adelantó  el reduccionismo de la década de 1970. 
En su larga carrera, O'Keeffe se centró en la naturaleza, así como obras creadas por el hombre, pero rara vez pintados, los seres vivos o las personas. 
Ella utilizó colores brillantes, y ha creado más de un centenar de veces de tamaño gigante pinturas de flores, como "Black Iris" (1926) y "Poppy Red" (1927). 
También pintó para representar fragmentos de un todo, como el agujero en la pelvis, o una sola pared. 
Ella creó grandes pinturas de paisajes del desierto, y se centró en vistas en primer plano de una sola flor o un objeto, como el cráneo de una vaca.
 A veces se yuxtaponen objetos no relacionadas, como las flores y los huesos, por ejemplo, "Cráneo de caballo con Rosa Blanca" (1931).
O'Keeffe nació el 15 de noviembre de 1887 en Sun Prairie, Wisconsin en una familia campesina, el segundo de siete hermanos. Su vida en la granja infantil en el medio oeste gran influencia en su arte y su vida posterior, nunca sería tan cómodos viviendo en ciudades. El igualitarismo democrático de la pradera de la sociedad contribuyó a su valentía artística y personal y la originalidad.
Cuando O'Keeffe tenía dieciséis años, la familia se mudó a Williamsburg, Virginia, donde tomó clases de arte por primera vez y fue reconocido como un estudiante con talento. Dos años más tarde, estudió arte en la escuela del Art Institute de Chicago. 
En 1907 asistió a la Art Students League de Nueva York y tomó retrato William Merritt Chase y aún la vida de clase. Chase era un pintor famoso en su propio derecho, que enseñó a los métodos tradicionales europeos, ya que creía que la pintura americana era demasiado provincial. 
O'Keeffe aprendió las habilidades técnicas como el uso de materiales de pintura y a pintar rápidamente.
 Al final de su primer año allí, ella ganó un premio por una naturaleza muerta. 
Ella también descubrió 291, galería de de arte de Alfred Stieglitz, donde fueron expuestas  las obras de artistas como Rodin y Matisse. Stieglitz fue un hombre hecho a sí mismo que había comenzado su carrera como químico fotográfico y tuvo muchos éxitos de  técnica con la fotografía. 
Él abrió su galería para mostrar lo que él consideraba el arte de la fotografía.
 Más tarde comenzó a mostrar la vanguardia dibujos y pinturas.
El fracaso de su padre en distintos negocios obligaron a  O'Keeffe a convertirse en un artista comercial durante dos años para ayudar a mantener a su familia. 
Con el tiempo todos se movieron a Charlottesville, Virginia, donde asistió a las clases de arte de verano de la Universidad de Alon Bement, profesor visitante de la Columbia University de Nueva York.
De 1912 a 1914 O'Keeffe trabajó como profesor de dibujo y caligrafía en Amarillo, Texas, un pueblo de frontera ruidosa en el noroeste de viento. 
Ella respondió con fuerza al enorme vacío de las llanuras de Texas. 
Ella fue percibido por los pobladores como inusual, ya que llevaba trajes a medida negros,  el cabello hacia atrás, y daba largos paseos sola.
Durante las pausas de su verano, O'Keeffe fue  profesora de dibujo en la Universidad de Charlottesville como asistente de profesor de Bement, que la animó a ir a Nueva York y estudiar con Arthur Wesley Dow, director de la Facultad de Bellas Artes de Columbia.
Dow no estaba de acuerdo con el estilo europeo de imitación y naturalista de la pintura.
 Él era más experimental en su enfoque, y admiraba las  pinturas clásicas japonesas, en particular. O'Keeffe absorbió sus ideas y las utilizó a lo largo de su carrera artística.
Mientras que en Nueva York, O'Keeffe visitó de nuevo 291 que exponía las obras de pintores como  Braque y Picasso, así como el estadounidense Hartley Marsden, y Juan Marin.
La política radical y el arte de vanguardia estaban de moda, el experto en arte y escritora Mabel Dodge,  más tarde atraería creadores de todo tipo a su casa en Taos, Nuevo México, tuvo lugar un salón de semana cultural en el Greenwich Village.
En el otoño de 1915, O'Keeffe enseñó arte en una universidad en Columbia, Carolina del Sur. En su tiempo libre ella experimentó con el carbón y dibujó formas abstractas, que luchaban por encontrar su propio estilo. 
Estas primeras obras representan sus sueños y visiones. Se les enviará a su compañera y buena amiga de Columbia, Anita Pollitzer, quien mostró las obras a Stieglitz. Quedó impresionado, y luego los expuso en su galería sin el conocimiento o permiso de O'Keeffe. Avergonzada, ella le pidió que poner fin a la exposición, fue en vano. 
El público se sorprendió por lo que se percibÍa como la sexualidad franca de sus formas, a lo largo de su vida,negó el simbolismo freudiano que otros vieron en su arte.
En 1916, O'Keeffe aceptó un trabajo en Texas Teachers College en Canyon, Texas. Una vez allí, ella abandonó el carbón y empezaron a usar los aceites con colores vivos, y también experimentó con la acuarela. Ella envió gran parte de su trabajo a Stieglitz. O'Keeffe tuvo su primera exposición individual de carbones, aceites y acuarelas en 1917.
Más tarde ese año, O'Keeffe visitó Colorado y Nuevo México por primera vez. A ella le encantó a primera vista, y decidió volver algún día. Cuando volvió a Nueva York, ella y Stieglitz se convirtieron en amantes. 
Ella comenzó a pasar parte del año en Lake George, Nueva York, con los miembros de la familia de Stieglitz, dedicando gran parte de su tiempo  a la pintura.Comenzó a pintar flores grandes y hojas, y árboles grandes.
Stieglitz, inspirados por la fuerza y ​​la belleza del rostro de O'Keeffe y el cuerpo, la fotografió desnuda. 
En 1921, muchas de estas fotos se exhibieron por primera vez en Nueva York en su galería, y causó sensación.
En 1924, O'Keeffe se casó después que  a Stieglitz le concedió el divorcio su primera esposa. 
Al año siguiente, su exposición mostraba las siete artistas norteamericanos, incluyendo a John Marin, Marsden Hartley, Arthur Dove, Charles Demuth, Paul Strand, y Georgia O'Keeffe, con gran éxito. Stieglitz abrió la galería íntima, y ​​la pareja se mudó al ático del piso 28 en el Hotel Shelton. O'Keeffe comenzó a pintar paisajes urbanos y vistas panorámicas.
En el verano de 1929, O'Keeffe regresó a Nuevo México como invitado Taos casa de Mabel Dodge Luhan (se había casado recientemente, un pueblo indígena llamado Tony Luhan).
 Fue la primera de una serie de veranos que pasaba en Nuevo México.Artísticamente, fue encontrar a su enfoque en su representación inusual de paisajes, flores y otras formas de la naturaleza.
O'Keeffe utiliza todo a su alrededor: la inmensidad del cielo del suroeste y la tierra, sus sonidos y sus peligros, y sus cañones, colinas, rocas y huesos blanqueados de los animales. 
Ella vio los huesos como una forma única de representar el desierto, que no sería imitada por otros artistas, como sus grandes flores había sido. 
O'Keeffe consideraron estos elementos naturales en una parte vital de su vida y su arte.
Más tarde ese mismo año, fue incluido en una exposición de pinturas de los estadounidenses que viven diecinueve en el nuevo Museo de Arte Moderno de Nueva York. 
Una exposición de 1930 en An American Place, nueva galería de Stieglitz, presentado por primera vez obras de O'Keeffe Nueva México, a partir de entonces tuvo una exposición anual hasta 1950. 
En 1939, fue seleccionada como una de las doce mujeres destacadas de los últimos cincuenta años en la Feria Mundial de Nueva York. Su pintura de una puesta de sol en Long Island, Nueva York, fue representado en la Feria de Muestras.
O'Keeffe regresó a Nuevo México en 1934 y se mantuvo en Ghost Ranch, en ese momento un aislado rancho. 
Ella compró una casa de verano en Ghost Ranch en 1940. En 1945, compró su segunda casa en Nuevo México, no lejos del Ghost Ranch en el pequeño pueblo de Abiquiu, y remodelado en su casa de invierno.
Stieglitz murió de un infarto en 1946, y O'Keeffe pasó los próximos dos años en su propiedad en Nueva York. Ella mantuvo su apartamento de Nueva York, pero vivió sobre todo en Nuevo México desde 1949 hasta el final de su vida.
O'Keeffe siempre se consideró una americana en lugar de un artista del suroeste y se mantuvo al margen de lo que ella consideraba la comunidad artística de la provincia de Santa Fe y Taos.
Ella ya estaba bien establecida como una Artiest antes de su llegada en Nuevo México. 
Ella mantuvo sus conexiones con la Nueva York de vanguardia mundial, incluso después de que se establecieron en Nuevo México.
O'Keeffe se aburría y no por la gente y la sociedad, y prefiere vivir y trabajar en relativa soledad en Abiquiu o en Ghost Ranch. 
Ella era una persona intensa, franca que vivía en el momento, se centraba en la esencia de las cosas en su vida, así como en su arte, y la eliminación de lo superfluo. 
A menudo se tomó fotos que luego utilizaba para crear pinturas. 
Una de sus peculiaridades es que no le gustaba firmar sus obras, creyendo que restaba de su diseño. 
Si estaba satisfecha con la pintura, que se dibuje una estrella con "OK" en el centro del tablero. 
Ella también tenía poco interés en el nombramiento de sus obras, dejándoselo a menudo a los demás.
En 1951, O'Keeffe hizo su primer viaje a México, donde conoció a los artistas Diego Rivera, Frida Kahlo Frieda, y Miguel Covarrubias. 
Ella pasó los próximos diez años viajando por todo el mundo. 
Asia era su continente preferido, y convirtió el arte chino en un cariño especial .
El estilo de representación O'Keeffe y delicada pasó de moda en la década de 1950, cuando los pintores expresionistas abstractos como Pollock y De Kooning se hicieron populares. 
Pero O'Keeffe siguió pintando y experimentando. 
En los años 1950 y 1960, su inspiración fue su mundo inmediato: la puerta de su patio y después termina, las losasde su  patio, y después su viaje en avión. 
Su más grande tela, ​​"Cielo sobre las nubes IV" (8 pies x 24 pies), fue uno de una serie de "celajes", visto desde un avión. 
En 1962, O'Keeffe fue elegido miembro de la Academia Americana de Artes y Letras, el grupo más prestigioso de los creadores en el país.
A la edad de 84 años, O'Keeffe comenzó a quedarse ciego, con el tiempo conservando sólo la visión periférica. 
Ella hizo su última pintura de aceite sin ayuda en 1972. 
Al año siguiente, un apuesto joven artista de cerámica llamado Juan Hamilton llegó a su puerta para ofrecer su ayuda. 
Se convirtió en su asistente controversial, compañero y representante de sus años restantes.
A través de los años 1960 y 1970, a pesar de su avanzada edad y la ceguera, O'Keeffe siguió pintando el cielo grande y pinturas del río, así como en menor escala las naturalezas muertas de rocas y otras formas naturales. 
En 1976, con el apoyo de Juan, publicó "Georgia O'Keeffe", una colección de mayor venta de sus reproducciones con el texto por el artista. 
También experimentó con la escultura y la cerámica, con la ayuda de Juan.
O'Keeffe recibió la Medalla de la Libertad del presidente Ford en 1977, y un retrato de la película de Perry Miller Adato en la televisión pública hizo conocida por un público aún más amplio. 
La celebración de su cumpleaños número 90 se llevó a cabo en la National Gallery of Art de Washington, DC en medio de este resurgimiento del interés público en la mujer y el artista.
En 1984, en la falta de salud, O'Keeffe se trasladó a Santa Fe a vivir con Juan Hamilton y su familia. 
Ella recibió la Medalla Nacional de las Artes del presidente Reagan en 1985. Al año siguiente murió, dejando la mayor parte de su herencia a Juan Hamilton, lo que provocó una demanda legal por la familia de O'Keeffe. 
Hamilton finalmente accedió a entregar más de dos tercios de su herencia a los museos e instituciones en su testamento original.
El 17 de marzo de 1997, el Georgia O'Keeffe Museum abrió sus puertas en Santa Fe, con su primera exposición, comisariada por Juan Hamilton. 
Es el primer museo de arte dedicado a la obra de una mujer artista de renombre internacional.
Georgia O'Keeffe sigue siendo un artista controvertido, con un estilo original que ha recibido su parte de la crítica. 
Los críticos están divididos sobre los méritos de su arte. 
Pero si ella es considerado un genio, talento o simplemente, ella se acercó a muchos artistas para la grabación de su particular fascinación por la vida. 
Cerca del final de su carrera, ella comentó: "Llenar un espacio de una manera hermosa. Eso es lo que el arte significa para mí.".
           OBRAS DESTACADAS



lunes, 29 de agosto de 2011

Código de Hammurapi Segunda parte, leyes de 169 a 267 y Epílogo

Código de Hammurapi 
Segunda parte, leyes de 169 a 267 y Epílogo

169 § Si ha cargado con una falta respecto a su padre lo bastante grave para arrancarlo de su posición de heredero, que, la primera vez, no se lo echen en cara. Si se carga con una falta grave por segunda vez, su padre Io privará de su condición de heredero.
170 § Caso que la esposa principal de un hombre le haya alumbrado hijos, y su esclava también le haya alumbrado hijos, (si) el padre, en vida, les declara a los hijos que le haya alumbrado la esclava: «Sols hijos míos», y los considera en todo iguales a los hijos de la mujer principal, que los hijos de la mujer principal y los hijos de la esclava, cuando al padre le haya llegado su última hora, hagan partes iguales de los bienes de la casa del padre; el heredero preferido, hijo de la esposa principal, escogerá una parte y se la quedará.
171a § Ahora bien, si el padre, en vida, no les declara a los hijos que le haya alumbrado la esclava: «Sois hijos mios», que, cuando al padre le haya llegado su última hora, los hijos de la esclava no hagan partes iguales de los bienes de la casa del padre con los hijos de la esposa principal; se efectuará la puesta en libertad de la esclava y de sus hijos: los hijos de la esposa principal no les exigirán a los hijos de la esclava su vuelta a la esclavitud.
171b § La esposa principal se quedará con su dote y con el peculio que su marido le haya dado y escrito en una tablilla, y vivirá en la casa del marido; mientras viva, que lo disfrute, que no lo venda; lo que deje a su muerte es sólo de sus hijos.
172 § Si su marido no le da un peculio, que se le restituya toda su dote, y ella, de los bienes de la casa de su marido, se quedará con una parte como un heredero más. Si sus hijos, para echarla de casa, la maltratan, que los jueces decidan sobre su caso e impongan una pena a los hijos; esa mujer no se irá de casa de su marido. Si esa mujer quiere marcharse, que el peculio que le había dado su marido lo deje a sus hijos; ella se quedará con la dote de casa de su padre, y que luego se case con un marido de su elección.
173 § Si esa mujer, en su nueva familia, alumbra hijos a su segundo marido, una vez muerta esa mujer, los hijos del primer marido se repartirán su dote con los del segundo.
174 § Si a su segundo marido no le alumbra hijos, se quedarán su dote los hijos de su primer marido.
175 § Si un esclavo del palacio o un esclavo de individuo común toma (por esposa) a una hija de señor y ella alumbra hijos, el dueño del esclavo no reclamará como esclavos a los hijos de la hija de señor.
176a § Y si un esclavo del palacio o un esclavo de individuo común toma (por esposa) a una hija de señor y ella, al tomarla él, entra con la dote de casa de su padre en la casa del esclavo del palacio o del esclavo del individuo, y luego, tras cohabitar, fundar un hogar y adquirido bienes, le llega su última hora al esclavo del palacio o al esclavo del individuo, que la hija de señor conserve su dote. Ahora bien, que hagan 2 partes de todo lo que su marido y ella habían ido adquiriendo desde que cohabitaron, y el dueño del esclavo se quedará con una mitad y la hija de señor se quedará con la otra mitad, para sus hijos.
176b § Si una hija de señor no tiene dote, que hagan 2 partes de todo lo que su marido y ella misma hayan ido adquiriendo desde que cohabitaron, y el dueño del esclavo se quedará con una mitad y la hija de señor se quedará con la otra mitad, para sus hijos.
177 § Si una viuda, con hijos pequeños, quiere entrar (como esposa) en casa de otro, que no entre sin permiso de los jueces. Cuando entre, que los jueces valoren el patrimonio dejado por su marido y que el patrimonio del primer marido lo den en custodia al marido nuevo y a la mujer, y que se escriba una tablilla; tendrán que cuidar del patrimonio, y criar a los pequeños, y no venderán objeto alguno: el comprador que compre algo perteneciente a los hijos de la viuda perderá su dinero; la propiedad volverá a su dueña.
178 § Caso que una (sacerdotisa) ugbabtu ‑o una (sacerdotisa) naditum o una (hieródula) sekretum‑ cuyo padre le haya dado una dote, le haya redactado una tablilla, (si) en la tablilla que le redacta no le autoriza por escrito a dar su dote donde a ella le plazca y no le deja actuar según su gusto, cuando al padre le haya llegado su última hora, sus hermanos se quedarán con su campo y su huerta y, de acuerdo con (el valor de) su parte, le darán comida, aceite y vestido y así satisfarán sus deseos. Si sus hermanos no le dan comida, aceite y vestido de acuerdo con (el valor de) su parte y no le satisfacen sus deseos, que ella entregue su campo y su huerta al arrendatario que le plazca y que su arrendatario la vaya sustentando; que ella, mientras viva, goce del usufructo del campo, de la huerta y de todo lo que le diera su padre, pero que no lo venda ni nombre heredero a otro: su herencia es sólo de sus hermanos.
179§ Caso que una (sacerdotisa) ugbabtu o una (sacerdotisa) naditumo una (hieródula) sekretum‑ cuyo padre le haya dado dote, le haya redactado un documento sellado; (si) en la tablilla le autoriza por escrito a entregar su dote donde le plazca y le permite obrar según prefiera, cuando al padre le llegue su última hora, que entregue su herencia donde le plazca; sus hermanos no le pondrán pleito.
180 § Si un padre no da dote a una hija suya (sacerdotisa) naditum, (sacerdotisa) kallatum o (hieródula) sekretum, ella, cuando al padre le haya llegado su última hora, recibirá una parte de los bienes de la casa del padre como un heredero más y, mientras viva, gozará de su usufructo; pero su legado es sólo de sus hermanos.
181 § Si un padre consagra (a una hija) al dios (como sacerdotisa) naditum, (hieródula) qadishtum o (hieródula) kulmashítum y no le da dote, ella, al llegarle al padre su última hora, recibirá como parte el tercio de su herencia de los bienes de la casa del padre y, mientras viva, gozará de su usufructo; pero su legado es sólo de sus hermanos. 182 § Si un padre no da dote a una hija suya (sacerdotisa) naditumdel divino Marduk de Babilonia, ni le redacta documento sellado, ella, al llegarle al padre su última hora, recibirá como parte el tercio de su herencia, y no estará sujeta a carga fiscal. Una naditumde Marduk puede entregar su legado donde le parezca.
183 § Si un padre da una dote a una hija suya (sacerdotisa) shugitum, se la da a un marido y le redacta documento sellado, ella, al llegarle al padre su última hora, no recibirá parte alguna de los bienes de la casa del padre.
184 § Si un hombre no da dote a una hija suya (sacerdotisa) shugitum ni se la da a un marido, sus hermanos, cuando al padre le haya llegado su última hora, le entregarán una dote según el valor del patrimonio, Y, a ella, le darán un marido. 185 § Si un hombre se lleva a un recién nacldo para adoptarlo y lo cría, ese niño no podrá ser reclamado.
186 § Si un hombre se lleva un pequeño para adoptarlo, y una vez que se lo ha llevado él no cesa de buscar a su padre y a su madre, que el niño vuelva a casa de su padre.
187 § Ni un hijo [adoptivo] de (cortesano) girsiqu que sirve en Palacio ni un hijo de (hieródula) sekretum podrán ser reclamados.
188 § Si un maestro artesano se lleva a un hijo [ajeno] para criarlo y le enseña su oficio, no podrá ser reclamado.
189 § Si no le enseña su oficio, ese niño podrá volver a casa de su padre.
190 § Si un hombre se lleva un niño para adoptarlo y lo cría, pero no lo trata como a hijo, ese niño podrá volver a casa de su padre.
191 § Si un hombre con un pequeño al que se había llevado para adoptarlo y criarlo funda su propia familia y luego tiene hijos y se propone echar al niño, que ese hijo no se vaya de vacío; el padre que lo crió le dará, de sus bienes muebles, la tercera parte de herencia suya y que se marche; no le entregará nada de campo, ni de huerta, ni de casa. 192 § Si el hijo [adoptivo] de un (cortesano) girsiqu o el hijo de una (hieródula) sekretum le dice al padre que lo ha criado o la madre que lo ha criado: «Tú no eres mi padre; tú no eres mi madre», que le corten a lengua.
193 § Si el hijo [adoptivo] de un (cortesano) girsiqu o el hijo de una (hieródula) sekretum averigua la casa de su padre [natural] y desdeña al padre que lo ha criado o a la madre que lo ha criado y se marcha a casa de su padre, que le saquen un ojo.
194 § Si un hombre confía su hijo a una nodriza y ese hijo muere mientras lo cuida la nodriza, si la nodriza, sin saberlo el padre ni la madre, se procura otro niño y se lo prueban, por haberse procurado otro niño sin saberlo el padre y la madre, que le corten un pecho.
195 § Si un hijo golpea a su padre, que le corten la mano.
196 § Si un hombre deja tuerto a otro, lo dejarán tuerto.
197 § Si le rompe un hueso a otro, que le rompan un hueso.
198 § Si deja tuerto a un individuo común o le rompe un hueso a un individuo común, pagará 1 mina de plata.
199 § Si deja tuerto al esclavo de un hombre o le rompe un hueso al esclavo de un hombre pagará la mitad de su valor.
200 § Si un hombre le arranca un diente a otro hombre de igual rango, que le arranquen un diente.
201 § Si le arranca el diente a un individuo común, pagará 1/3 tercio de mina de plata.
202 § Si un hombre golpea en la mejilla a otro hombre mayor que él, le darán en público 60 azotes de vergajo de buey.
203 § Si un hijo de hombre golpea en la mejilla a otro hijo de hombre como él, pagará 1 mina de plata.
204 § Si un individuo común golpea en la mejilla a un individuo común, pagará 10 siclos de plata.
205 § Si el esclavo de un hombre golpea en la mejilla al hijo de un hombre, que le corten una oreja.
206 § Si un hombre golpea a otro hombre durante una discusión acalorada y le produce una herida, que ese hombre jure: «Le he golpeado sin intención [de hacer ese daño]», y pagará el médico.
207 § Si muere debido a sus golpes, que jure lo mismo, y, si [el muerto] es un hijo de hombre pagará 1/2 mina de plata.
208 § Si es el hijo de un individuo común pagará 1/3 de mina de plata.
209 § Si un hombre golpea a una hija de hombre y le causa la pérdida de(l fruto de) sus entrañas [aborto], pagará 10 siclos de plata por (el fruto de) sus entrañas.
210 § Si esa mujer muere, que maten a su hija.
211 § Si es a la hija de un individuo común a quien le causa a golpes la pérdida de(l fruto de) sus entrañas, pagará 5 siclos de plata.
212 § Si esa mujer muere, pagará 1/2 mina de plata.
213 § Si golpea a la esclava de un hombre y le provoca la pérdida de(l fruto de) sus entrañas, pagará 2 siclos de plata.
214 § Si esa esclava muere, pagará 1/3 de mina de plata.
215 § Si un médico hace incisión profunda en un hombre con bisturí de bronce y le salva la vida al hombre, o si le abre la sien a un hombre con bisturí de bronce y le salva un ojo al hombre, percibirá 10 siclos de plata.
216 § Si es el hijo de un individuo común, percibirá 5 siclos de plata.
217 § Si es esclavo de un hombre, percibirá 2 siclos de plata.
218 § Si un médico hace incisión profunda en un hombre con bisturí de bronce y le provoca la muerte, o si le abre la sien a un hombre con bisturí de bronce y deja tuerto al hombre, que le corten la mano.
219 § Si un médico hace incisión profunda al esclavo de un individuo común y le provoca la muerte, restituirá esclavo por esclavo.
220 § Si le abre la sien con bisturí de bronce y lo deja tuerto, pagará en plata la mitad de su valor.
221 § Si un médico compone un hueso roto a un hombre o le cura un tendón enfermo, el paciente pagará al médico 5 siclos de plata.
222 § Si es el hijo de un individuo común, pagará 3 siclos de plata.
223 § Si es el esclavo de un hombre, el dueño del esclavo pagará al médico 2 siclos de plata.
224 § Si un veterinario hace incisión profunda en un buey o en un asno y le salva la vida, el dueño del buey o del asno le dará al médico 1/6 de [siclo de] plata al médico como paga.
225 § Si hace incisión profunda en un buey o un asno y le causa la muerte, pagará al dueño del buey o del asno 1/4 de su valor.
226 § Si un barbero, sin consentimiento del dueño de un esclavo, afeita el copete a un esclavo que no sea suyo, que corten la mano del barbero.
227 § Si un hombre hace que un barbero le afeite el copete a un esclavo que no es suyo, que ejecuten a ese hombre y lo cuelguen a la puerta de su casa; que el barbero jure: «Lo he afeitado sin saberlo» y no tendrá castigo.
228 § Si un albañil hace una casa a un hombre y la termina, le dará, por cada sar construido, 2 siclos de plata de honorario.
229 § Si un albañil hace una casa a un hombre y no consolida bien su obra y la casa que acaba de hacer se derrumba y mata al dueño de la casa, ese albañil será ejecutado.
230 § Si muere un hijo del dueño de la casa, que ejecuten a un hijo de ese albañil.
231 § Si muere un esclavo del dueño de la casa, le darán al dueño de la casa esclavo por esclavo.
232 § Si destruye bienes de la propiedad, que restituya todo lo destruido y, por no haber consolidado bien la casa que hizo y haberse derrumbado, que a su costa rehaga la casa derrumbada.
233 § Si un albañil hace una casa a un hombre y no hace su trabajo según el proyecto y una pared se comba, ese albañil consolidará bien esa pared con su dinero.
234 § Si un barquero calafatea un barco de 60 kures a un hombre, éste le pagará 2 siclos de plata de honorarios.
235 § Si un barquero calafatea un barco a un hombre y no deja su trabajo bien terminado y, en ese mismo año, el barco escora o sufre daño, el barquero desarmará ese barco y lo reforzará a su costa, y, luego, le dará el barco ya reforzado al dueño del barco.
236 § Si un hombre deja en alquiler su barco a un barquero y el barquero es descuidado y hunde el barco o lo deja inservible, el barquero restituirá un barco al dueño del barco.
237 § Si un hombre contrata un barquero y un barco, y lo carga de cebada, lana, aceite, dátiles o la carga que sea, y ese marinero es descuidado y hunde el barco o deja que se pierda su contenido, el barquero restituirá el barco que ha hundido y todo el contenido que ha dejado perder.
238 § Si un barquero hunde el barco de un hombre y luego consigue reflotarlo, pagará la mitad de su valor en plata.
239 § Si un hombre contrata un barquero, le pagará 6 [kures de cebada] por año.
240 § Si [el barco de] un patrón de barco de remos aborda el barco de un patrón de barco de vela y lo hunde, que el fletador del barco hundido declare públicamente ante el dios todo lo que haya perdido, y el patrón del barco a remo que haya hundido al barco de vela le restituirá su barco y todo lo perdido.
241 § Si un hombre embarga un buey como garantía, pagará 1/3 de mina de plata.
242-243 § Si un hombre alquila [un buey] por un año, entregará a su dueño, en pago por un buey trasero, 4 kures de cebada, y, en pago por un buey delantero, 3 kures de cebada.
244 § Si un hombre alquila un buey o un asno y, en descampado, lo mata un león, (el riesgo) será sólo de su dueño.
245 § Si un hombre alquila un buey y lo mata por descuido o a golpes, le restituirá buey por buey al dueño del buey.
246 § Si un hombre alquila un buey y le rompe una pata o le corta el tendón de la nuca, dará buey por buey al dueño del buey.
247 § Si un hombre alquila un buey y lo deja tuerto, le pagará la mitad de su valor en plata al dueño del buey.
248 § Si un hombre alquila un buey y le rompe un cuerno, le corta la cola o le rasga la lomera, pagará 1/5 de su valor en plata.
249 § Si un hombre alquila un buey y el dios lo golpea y se muere, que el hombre que haya alquilado el buey jure píblicamente por la vida del dios, y no tendrá castigo.
250 § Si un buey, al ir por una calle, da un cornada a un hombre y lo mata, no ha lugar una reclamación judicial.
251 § Si el buey de un hombre suele dar cornadas y su barrio ya le ha hecho saber que da cornadas y él ni le recorta los cuernos ni controla su buey, si luego ese buey da una cornada a un hijo de hombre y lo mata, pagará 1/2 mina de plata.
252 § Si es el esclavo de un hombre, pagará 1/3 de mina de plata.
253 § Caso que un hombre haya contratado a otro hombre para que guarde un campo, y le confía cereal, le encarga el cuidado de las reses y el deber de cultivar el terreno, si ese hombre sustrae simiente o forraje y lo hallan en su poder, que le corten la mano.
254 § Si se queda con el cereal y debilita las reses, restituirá 2 veces la cebada que haya recibido.
255 § Si alquila las reses del hombre o sustrae la simiente y no produce nada en el campo, que a ese hombre se lo prueben y, al llegar la cosecha, calculará una indemnización de 60 kures por cada bur.
256 § Si no puede pagar la indemnización, que lo arrastren con la yunta por ese mismo campo.
257 § Si un hombre contrata a un agricultor, le pagará 8 kures de cebada al año.
258 § Si un hombre contrata a un boyero, le pagará 6 kures de cebada al año.
259§ Si un hombre roba en el campo un arado pesado de siembra, pagará 5 siclos de plata al dueño del arado.
260 § Si lo que roba es un arado de reja o una grada, le pagará 3 siclos de plata.
261 § Si un hombre contrata a un ganadero para que lleve a pastar reses u ovejas, le pagarán 8 kures de cebada al año.
262 § Si un hombre [confía(?) [...] un buey o una oveja [a un ganadero(?) [...].
263 § Si (el ganadero / pastor) deja que se pierdan el buey o la oveja que le han sido confiados, restituirá buey por buey y oveja por oveja a su dueño.
264 § Si [un pastor], a quien le fueron confiadas reses u ovejas para que las apacentara, por haber cobrado ya su salario [por anticipado] está satisfecho y deja que mermen las reses, que mermen las ovejas o que disminuyan las crías, dará, empero, crías y productos según lo contratado.
265 § Si un pastor, a quien le fueron confiadas reses u ovejas para que las apacentara, comete fraude y cambia las marcas del ganado y lo vende, y se lo prueban, lo que hubiese robado, reses u ovejas, lo restituirá 10 veces a su dueño.
266 § Si en un corral, hay un toque de dios o un león mata (reses), el pastor jurará públicamente su inocencia ante el dios, y, las pérdidas del corral, será el dueño del corral quien las afrontarle en lugar suyo.
267 § Si el pastor es negligente y permite que haya infección de modorra en el corral, será el pastor quien compense todas las pérdidas por la modorra, en reses u ovejas, que haya provocado, y se las pagará a su dueño.
268 § Si un hombre alquila un buey para pisar (mies), el alquiler será 2 celemines de cebada.
269 § Si alquila un asno para pisar (mies), el alquiler será 1 celemín de cebada.
270 § Si alquila un carnero para pisar (mies), el alquiler será 1 sila de cebada.
271 § Si un hombre contrata bueyes, una carreta y su carretero, pagará al día 3 fanegas de cebada.
272 § Si un hombre contrata sólo una carreta, pagará al día 4 celemines de cebada.
273 § Si un hombre contrata un peón, le pagará, desde comienzo de año hasta el quinto mes, 6 granos de plata al día; desde el sexto mes hasta fin de año, le pagará 5 granos de plata al día.
274 § Si un hombre contrata a un maestro artesano, le pagará al día: honorario de un [... ], 5 granos de plata; honorario de un tejedor, 5 granos de plata; honorario de un hilandero, [... granos] de plata; [honorario] de un tallista de sellos, [... granos] de plata; [honorario] de un arquero(?, [... granos] de plata; [honorario] de un herrero, t... granos] de plata; [honorario] de un carpintero, 4(?) granos de plata; honorario de un guarnicionero, [... ] granos de plata; honorario de un esterero, [... ] granos de plata; honorario de un albañil, [... granos] de plata.
275 § Si un hombre alquila un [barco (?)... ], su alquiler, al día, será 3 granos de plata.
276 § Si alquila un barco a remo, pagará por alquiler 2 1/2 granos de plata al día.
277 § Si un hombre alquila una barcaza de 60 kures de arqueo, pagará, al día, por alquiler, 1/6 [de siclo] de plata.
278 § Si un hombre compra un esclavo o una esclava y, antes de que haya pasado un mes, le da un solo ataque de epilepsia, que lo devuelva al que se lo vendió, y el comprador recuperará el dinero pagado.
279 § Si un hombre compra un esclavo o una esclava y le hacen reclamación, será el vendedor quien afronte la reclamación.
280 § Caso que un hombre, en país extranjero, haya comprado el esclavo o la esclava de otro, y luego, a la vuelta, al viajar por su país, el (antiguo) dueño del esclavo o de la esclava reconozca a su esclavo o a su esclava, si ese esclavo o esa esclava son nativos del país, quedarán en libertad sin indemnización alguna.
281 § Si son nativos de otro país, que el comprador declare públicamente ante el dios el dinero que hubiera pagado, y el dueño del esclavo o de la esclava le pagará al mercader el dinero que hubiera pagado y, así, redimirá a su esclavo o a su esclava.
282 § Si un esclavo dice a su amo: «Tú no eres mi amo», que (el amo) pruebe que sí es su esclavo y luego le corte la oreja.

Epílogo

(Éstas son) las Sentencias de Equidad que estableció Hammurapi, rey potente, y que le hizo aceptar al País como conducta segura y dirección correcta. Yo soy Hammurapi, el rey perfecto. Respecto a los «Cabezas Negras» que me regaló Enlil y cuyo pastoreo me confió Marduk, no fui nada negligente, no me crucé de brazos. Les fui buscando lugares tranquilos, resolví las dificultades más duras, les hice salir la luz. Con el arma poderosa que me habían prestado el divino Zababa y la divina Ishtar, con la agudeza que me destinó el divino Ea, con la fuerza que me donó el divino Marduk, aniquilé a los enemigos arriba y abajo, extinguí la resistencia, y volví placentera la vida del País. Asenté a la gente aglomerada en regadíos, y no dejé pasar a nadie que los pudiera inquietar. Los Grandes Dioses me llamaron: yo soy el único Pastor Salvífico, de recto cayado, mi buena sombra se extiende por mi capital, llevé en mi regazo a la gente de Súmer y Acad, han proóspero por la Virtud mía, los he conducido en paz, los he resguardado con mi perspicacia. Para que el fuerte no oprima al débil, para garantizar los derechos del huérfano y la viuda, en Babilonia, la capital cuya cabeza exaltaron Anum y el divino Enlil, en el Esagil, el templo cuyos cimientos son tan sólidos como los cielos y la tierra, para decretar el derecho del País, para dictar las sentencias del País, para garantizar los derechos del oprimido, he inscrito mis eximias palabras en la estela mía, y las he alzado delante de mi estatua de Rey de la Equidad. Yo soy el rey que sobresale de entre los reyes. Mis palabras son exquisitas, mi potencia no tiene igual. Que, por orden de Shamash, el gran juez de cielos y tierra, brille mi Equidad en el País; que, por la palabra de Marduk, mi señor, mis signos y designios no tengan que enfrentarse a quien las aniquile; que, en el Esagil, que tanto amo, sea mi nombre pronunciado con gratitud por siempre. Que el oprimido a quien llevan a juicio pueda acudir ante mi estatua de Rey de la Equidad, que lea y relea mi estela inscrita y oiga mis exquisitas palabras, que mi estela le aclare el caso, él mismo comprenda su sentencia, y su corazón respire diciendo: «Hammurapi ‑el Señor que se manifiesta como padre carnal de la gente ha vibrado ante las palabras del divino Marduk, su señor, y ha hecho realidad los deseos de victoria de Marduk arriba y abajo; ha regocijado el corazón de Marduk, su señor, y convertido el bienestar en el destino sempiterno de la gente, e impuesto su derecho en el País». Que recite todo esto, y que me bendiga de todo corazón ante el divino Marduk, mi señor, y la divina Zarpanitum, mi dueña; que el Genio, la Virtud, los dioses del acceso al Esagil y la fábrica enladrillada del Esagil, encomienden mi fama diariamente ante el divino Marduk, mi señor, y la divina Zarpanitum, mi dueña. Que, en días venideros ‑en cualquier tiempo‑, el rey que surja en el País guarde las palabras de Equidad que he grabado en mi estela; que no falsee la legislación que le he dado al País, ni las sentencias que he dictado al País; que no aniquile mis signos y designios. Si ese hombre tiene inteligencia y es capaz de poner orden en su país: que atienda a las palabras que he grabado en mi estela, y que, el camino, la conducta, la legislación que he dado al País, las sentencias que he dictado para el País, se los enseñe esta estela, y que dirija bien a sus «Cabezas Negras», que les dé una ley y que decida sobre ellos: que erradique de su país al malvado y al inicuo y procure el bienestar de su gente.
Imprecaciones. Yo soy Hammurapi, el Rey de la Equidad, a quien el divino Shamash otorgó la Verdad: mis palabras son exquisitas, mis obras no tienen igual; sólo para un necio son algo vacío, para el perspicaz, están destinadas a la gloria. Si ese hombre atiende a las palabras que he grabado en mi estela, no desecha la ley, no da sentido torcido a mis palabras ni altera mis signos y designios, que a ese hombre, igual que a mí, el Rey de la Equidad, el divino Shamash le alargue el cetro y que pastoree a su gente en la Equidad. Pero si ese hombre no atiende a las palabras que he grabado en mi estela, desprecia mis maldiciones y no se arredra ante las maldiciones de los dioses, y abole la ley que yo he dado, da un sentido torcido a mis palabras, altera mis signos y designios, borra mi nombre inscrito y luego graba el suyo o, por estas maldiciones, instiga a otro a que lo haga, a ese hombre, sea rey, señor, gobernador u otro sujeto, a ese hombre, llámese como se llame, que el gran Anum, el Padre de los Dioses, el que me llamó a mi reinado, le quite la gloria de la realeza; que quiebre su cetro y que maldiga su destino. Que el divino Enlil, el Señor, el fijador de destinos, cuyas órdenes son inmutables, el magnificador de mi realeza, le extienda por doquier revueltas invencibles, un desespero que le lleve a su ruina en su misma sede; que le dé por destino un reinado penoso, escasos días, años de hambruna, tinieblas sin amanecer, muerte de la mirada; que decrete, con su solemne boca, la ruina de su capital, la dispersión de su gente, el cambio de dinastía, la extinción de su nombre y su memoria en el país. Que la divina Ninlil, la Gran Madre, cuyas órdenes tanto pesan en el Ekur, la patrona celosa por mejorar mi fama, agrave su caso en la sala del juicio y la condena que preside el divino Enlil; que ponga en boca del divino Enlil, el Rey, la destrucción de su país, la pérdida de su gente y la espiración de su aliento como si fuera agua. Que el divino Ea, el Príncipe Magno, cuyos designios son providentes, el más agudo de los dioses, el que más sabe de todo, el encargado de prolongar los días de mi vida , le prive del juicio y el discernimiento y lo suma en la confusión; que ciegue sus ríos desde los manantiales y que en sus tierras no deje crecer la cebada, vida de su gente. Que el divino Shamash, el juez Supremo de cielos y tierra, que yergue a los seres vivos, el señor, la confianza mía, derribe su realeza, no atienda sus derechos, extravíe su senda, haga resbalar los pies de sus tropas; que le tenga preparado, en los presagios que le pida, el augurio infausto de la erradicación de los cimientos de su realeza y la ruina de su país; que la palabra nefasta del divino Shamash lo tome desprevenido: que, arriba, lo arranque de entre los vivos y, abajo, atormente a su alma de sed de agua en el averno. Que el divino Sin, Señor de los Cielos, dios creador mío, cuya plaga es la más patente de todas las de los dioses, le quite la corona y el trono de su realeza; que le imponga una pena severa, su mayor castigo que no desaparezca de su cuerpo, de modo que termine los días, los meses, los años de su reinado entre lamentos y lágrimas; que le descubra que hay un rival para su reinado y le destine una vida parecida a la muerte. Que el divino Adad, Señor de la Abundancia, Jefe de canales de cielos y tierras, mi auxiliador, le prive de lluvia de los cielos y del caudal de la fuente; que aniquile a su país con miseria y hambruna; que aturda a truenos su capital y convierta a su país en ruina del Diluvio Universal. Que el divino Zababa, el Gran Luchador, hijo primogénito del Ekur, que avanza a mi derecha, le quiebre el arma en el campo de batalla; que le convierta el día en noche y haga que su contendiente se plante encima de él. Que la divina Ishtar, Señora de la Guerra y la Batalla, la que desnuda mi espada, Virtud Protectora mía, amante de mi reinado, maldiga airada , con rabia inmensa, su realeza; que convierta su fortuna en desgracia; que le quiebre el arma en la guerra y en el campo de batalla; que le tenga dispuestos desorden y revolución; que prostre a sus guerreros y abreve la tierra con su sangre; que deje pilas de cadáveres de sus tropas en campo abierto, que a su ejército no le permita lograr cuartel; y en cuanto a él, que lo entregue sin condiciones a manos de su enemigo y lo lleve encadenado a un país enemigo suyo. Que el divino Nergal, el más Fuerte de los dioses, irresistible en la batalla, el que me asegura el triunfo, con su enorme poder queme a su gente como un incendio desatado en el cañaveral y, con su arma poderosa, lo haga azotar y desmenuce sus miembros como de figurilla de barro. Que la divina Nintu, Princesa Excelsa de los países, madre, creadora mía, le quite al heredero y no deje ni su nombre; que en el seno de su gente no se genere simiente humana. Que la divina Ninkarrak, Hija de Anum, que intercede por mi bien en el Ekur, haga salir en sus miembros [viriles] grave enfermedad, un mal demoníaco, un bubón doloroso que no se aplaque, cuya naturaleza ignore el médico, que no pueda calmar con vendajes y que, como el mordisco de la muerte, no se lo pueda arrancar, para que, hasta que se le extinga la vida, no cese de llorar por su virilidad.
Que los Grandes Dioses de cielos y tierra, que los divinos Anunnaku todos, que el Genio del templo, que el templo de ladrillo del Ebabbar lo maldigan con maldición nefasta a él, a su semilla, a su país, a sus tropas: a su gente y a su ejército. Que, con estas maldiciones, el divino Enlil lo maldiga en virtud de sentencia inalterable y que le alcancen de inmediato.



GLOSARIO DE DIOSES Y TEMPLOS
Adab, lugar al SE de Nippur, culto a la diosa Nimmaj (hoy Bismaya).
Adad/Ishkur, dios del clima y la tormenta, culto en Karkara.
Anum/An, Dios del cielo, padre de los dioses (Uruk).
Anunnaku, el panteón, los dioses.
Aya, diosa de la luz, esposa de Shamash (Sippar).
Dagán, dios del cereal (Éufrates medio).
Damgalnunna, esposa de Ea/Enki (Malgum).
Dilbad, al S de Borsippa (dios Urash).
Duranki, lazo de cielo y tierra, mote de Nippur.
Ea/Enki, el Viviente, dios del saber y la magia, rey del abismo inferior de agua dulce;
E¹abzu, casa del abismo subterráneo, templo de Ea en Eridu.
E¹anna, casa del cielo, templo de Ishtar en Uruk.
Ebabbar, casa blanca, templo de Shamash en Sippar y Larsa.
Egalmaj, palacio espléndido, templo de Ishtar en Isin.
Ekishnugal, casa rebosante de luz, templo de Sin en Ur.
Ekur, casa de la montaña, templo de Enlil en Nippur.
Emaj, casa espléndida, templo de Ninmaj en Adab.
Emeslam, casa del guerrero infernal, templos de Nergal (Kuta, Mashkan Sapir) y Erra (Kuta). Emesmes, templo de Ishtar en Nínive. Emete¹ursag, casa digna del héroe, templo de Zababa en Kish.
Eninnu, casa de los 50 [pájaros blancos del abismo], templo de Ningirsu (Girsu).
Enki = Ea.
Enlil, Œseñor aire¹, dios de la atmósfera, hijo de Anu, esposo de Ninlil, jefe de los dioses (Nippur).
Erra, dios de la peste y la guerra (Kuta).
Esagil, casa de la alta cima, templo de Marduk en Babilonia.
E¹udgalgal, casa de las tempestades, templo de Adad en Karkara.
E¹ulmash, templo de Ishtar en Acad.
Ezide, casa de la justicia, templo de Tutu en Borsippa.
Hursagkalamma, montaña mundial, templo de Ishtar en Kish.
Id, río divino cuando juzga por ordalía.
Igigu, conjunto de los dioses mayores.
Inanna = Ishtar.
Ishkur = Adad.
Ishtar = Inanna, diosa de la guerra y del amor, planeta Venus.
Mama, un nombre de la gran diosa madre.
Marduk, dios de Babilonia, sucesor de Enlil.
Nanna = Sin. Nergal, dios ínfero.
Ninazu, dios sanador e ínfero.
Ninkarrak, diosa médica, hija de Anu.
Ninlil, Œseñora aire¹, esposa de Enlil.
Nintu, un nombre de la gran diosa madre.




La mejor edición española está en Códigos legales de tradición babilónica, ed. y trad. de Joaquín Sanmartín, Trotta, Barcelona, 1999.