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lunes, 13 de junio de 2011

La luz es como el agua -Gabriel García Márquez

La luz es como el agua
Gabriel García Márquez
 

                                           
En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.
-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.
-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de reinos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-EI bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.
-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada v fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salí por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso , y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.



Diciembre, 1978.
(de Doce cuentos peregrinos)

El Diablo y el Relojero- Daniel Defoe

El Diablo y el Relojero
Daniel Defoe


Vivía en la parroquia de St. Bennet Funk, cerca del Royal Exchange, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. 
Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta.
Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad.
Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. 
Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. 
Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado.
En ese mismo momento, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente otro hombre que Ilevaba un escabel en sus manos. 
Éste, con cara de estar en un grandísimo apuro, lo colocó debajo del desventurado que estaba colgado y, subiéndose rápidamente, sacó un cuchillo del bolsillo y sosteniendo el cuerpo del ahorcado con una mano, hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venía detrás, como queriendo detenerlos para que no entraran; al mismo tiempo mostraba el cuchillo en la otra, como si estuviera por cortar la soga para soltarlo.
Ante esto la mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en el banquillo continuaba con la mano y el cuchillo tocando el nudo, pero no lo cortaba. 
Por esta razón la mujer gritó de nuevo a su acompañante y le dijo:
-¡Sube y ayuda al hombre!
Suponía que algo impedía su acción.
Pero el que estaba subido al banquillo nuevamente les hizo señas de que se quedaran quietos y no entraran, como diciendo: «Lo haré inmediatamente».
Entonces dio dos golpes con el cuchillo, como si cortara la cuerda, y después se detuvo nuevamente. 
El desconocido seguía colgado y muriéndose en consecuencia. 
Ante la repetición del hecho, la mujer de la escalera le gritó:
-¿Que pasa? ¿Por qué no bajáis al pobre hombre?
Y el acompañante que la seguía, habiéndosele acabado la paciencia, la empujó y le dijo:
-Déjame pasar. Te aseguro que yo lo haré -y con estas palabras llegó arriba y a la habitación donde estaban los extraños.
Pero cuando llegó allí ¡cielos! el pobre relojero estaba colgado, pero no el hombre con el cuchillo, ni el banquito, ni ninguna otra cosa o ser que pudiera ser vista a oída. 
Todo había sido un engaño, urdido por criaturas espectrales enviadas sin duda para dejar que el pobre desventurado se ahorcara y expirara.
El visitante estaba tan aterrorizado y sorprendido que, a pesar de todo el coraje que antes había demostrado, cayó redondo en el suelo como muerto. 
Y la mujer, al fin, para bajar al hombre, tuvo que cortar la soga con unas tijeras, lo cual le dio gran trabajo.
Como no me cabe duda de la verdad de esta historia que me fue contada por personas de cuya honestidad me fío, creo que no me dará trabajo convenceros de quién debía de ser el hombre del banquito: fue el diablo, que se situó allí con el objeto de terminar el asesinato del hombre a quien, según su costumbre, había tentado antes y convencido para que fuera su propio verdugo. 
Además, este crimen corresponde tan bien con la naturaleza del demonio y sus ocupaciones, que yo no lo puedo cuestionar. 
Ni puedo creer que estemos equivocados al cargar al diablo con tal acción.



Nota: No puedo tener certeza sobre el final de la historia; es decir, si bajaron al relojero lo suficientemente rápido como para recobrarse o si el diablo ejecutó sus propósitos y mantuvo aparte al hombre y a la mujer hasta que fue demasiado tarde. Pero sea lo que fuera, es seguro que él se esforzó demoníacamente y permaneció hasta que fue obligado a marcharse.

martes, 7 de junio de 2011

Las Fábulas de Esopo- Antiguas contundentes verdades


Las Fábulas de Esopo
Antiguas  contundentes verdades


Fábula
Las ranas pidiendo rey

Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, mandaron una delegación a Zeus para que les enviara un rey.
Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. 
Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso.

Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca  a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era demasiado tranquilo.
Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las atrapó y devoró a todas sin compasión.
A la hora de elegir los gobernantes, es mejor escoger a uno sencillo y honesto, en vez de a uno muy emprendedor pero malvado o corrupto.


Fábula

El perro y la almeja.

Un perro de esos acostumbrados a comer huevos, al ver una almeja, no lo pensó dos veces, y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó inmediatamente. 
Desgarradas luego sus entrañas, se sintió muy mal y se dijo:
 - Bien merecido lo tengo, por creer que todo lo que veo redondo son huevos.

Nunca tomes un asunto sin antes reflexionar, para no entrar luego en extrañas dificultades.


Fábula
El león y el asno presuntuoso.

De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno y el león para salir de caza.
Llegaron a una cueva donde se refugiaban unas cabras monteses, y el león se quedó a guardar la salida, mientras el asno ingresaba a la cueva coceando y rebuznando, para hacer salir a las cabras.

Una vez terminada la acción, salió el asno de la cueva y le preguntó si no le había parecido excelente su actuación al haber luchado con tanta bravura para expulsar a las cabras.

- ¡Oh sí, soberbia -- repuso el león-que hasta yo mismo me hubiera asustado si no supiera de quien se trataba!

Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen

Fábula
La zorra y el espino

Una zorra saltaba sobre unos montículos,
y estuvo de pronto a punto de caerse.
Y para evitar la caída, se agarró a un espino,
pero sus púas le hirieron las patas, y sintiendo el dolor que ellas le producían,
le dijo al espino

- ¡ Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido. !
A lo que respondió el espino:
- ¡Tú tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción!

Nunca pidas ayuda a quien acostumbra a hacer el daño.




FÁBULA
La corneja y el cuervo.

Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos.
 Quiso la corneja poseer las mismas cualidades.
Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzándoles espantosos gritos. 
Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás:
- Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no son de presagios.-
Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.

domingo, 5 de junio de 2011

La buena tiniebla-Preliminar del miedo- Las primeras miradas-Mario Benedetti

La buena tiniebla-Preliminar del miedo-Las primeras miradas
Mario Benedetti

La buena tiniebla

Una mujer desnuda y en lo oscuro

genera un resplandor que da confianza

de modo que si sobreviene

un apagón o un desconsuelo

es conveniente y hasta imprescindible

tener a mano una mujer desnuda

entonces las paredes se acuarelan

el cielo raso se convierte en cielo

las telarañas vibran en su ángulo

los almanaques dominguean

y los ojos felices y felinos

miran y no se cansan de mirar.

una mujer desnuda y en lo oscuro

una mujer querida o a querer

exorciza por una vez la muerte.

 

Preliminar del miedo

Por sobre las terrazas alunadas

donde se aman cautelosamente los gatos

y los brillos esquivan las chimeneas

creo que nadie sabe lo que yo sé esta noche

algo aprendido a pedacitos y a pulsaciones

y que integra mi pánico tradicional modesto
  
¿cómo desmenuzar plácidamente el miedo

comprender por fin que no es una excusa

sino un escalofrío parecido al disfrute

sólo que amarguísimo y si atenuantes?

los suicidas no tienen problemas al respecto

deciden derrotarse y a veces lo consiguen

entran en el miedo como en una piragua

sin remos y con rumbo de cascada

son los descubridores del alivio

pero la paz les dura una milésima

tampoco los homicidas se preocupan mucho

limitan el miedo a una coyuntura

desenvainan la furia o aprietan el gatillo

y todo queda así simplificado y yerto

pero los demás o sea los que venimos

tironeados por la maravilla

y perseguidos por el horror

los demás o sea los compinches de la duda

los candorosos los irresponsables

los violentos pero no tanto

los tranquilos pero no mucho

los deportados de la buena fe

los necesitados de alegría

los ambulantes y los turbados

los omisos de la vanguardia

los atrasados de la vislumbre

ésos qué haremos con el mundo

sino asediarlo a escaramuzas

desmenuzarlo con las uñas

extinguirlo con el resuello

desmantelarlo a mordiscones

hacerlo trizas con la mirada

dar cuenta de él con el amor

estrangularlo.


Las primeras miradas

Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,

de fatigados duendes que ya no ocurren,

puede inmolarse la perdida infancia

junto a recuerdos que se están haciendo.

Qué sorpresa sufrirse una vez desolado,

escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes,

en el pecho, en los muslos impacientes

sentir cómo los labios se desprenden

de verbos maravillosos y descuidados,

de cifras defendidas en el aire muerto,

y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas

y desde ya cansadas se conjuran

para impedirnos el único fantasma de veras.

Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos,

un sitio donde asir la larga soledad

con los primeros ojos, sin gastar

las primeras miradas,

y si quedan maltrechas de significados,

de cáscara de ideales, de purezas inmundas,

cómo encontrar un río con los primeros pasos,

un río -para lavarlos- que las lleve.


lunes, 4 de abril de 2011

XVII Del ideal de la belleza-Immanuel Kant

XVII Del ideal de la belleza
(Immanuel Kant)

No puede haber regla objetiva del gusto
que determine por medio de conceptos lo que es bello;
porque todo juicio derivado de esta fuente es estético,
es decir, que tiene un principio determinante en el sentimiento
del sujeto, y no en el concepto de un objeto

Brittany Murphy
También este prototipo del gusto que descansa
seguramente sobre la idea indeterminada
que nos da la razón de un máximum,
pero que no puede ser representado
más que por conceptos,no siendo más
que una exhibición particular,
debe con propiedad llamarse ideal de lo bello.

Briggitte Bardot

Hay que notar que de un modo del todo incomprensible
para nosotros, la imaginación, no solo tiene el poder
de recordar en un momento dado y aun después
de largo tiempo, los signos de los conceptos,
sino también el de reproducir la imagen
y la forma de un objeto en medio
de un número indecible de objetos de especies diferentes,
o de la misma especie.
Alain Delon
Ahora bien; cuando el espíritu
quiere establecer comparaciones,
la imaginación, según toda verosimilitud,
aunque la conciencia no se halle suficientemente
advertida de ello,atrae las imágenes unas sobre otras,
y por medio de este conjunto de muchas imágenes
de la misma especie, suministra una,
proporcional, que sirve de medida común.


Leonardo Di Caprio

La imagen que aparece entre todas las intuiciones particulares y diversamente varias de los individuos,
y que la naturaleza ha tomado por tipo de sus producciones en esta especie, pero que no parece
que toque a ningún individuo.
Esto no es todo el prototipo de la belleza en esta especie, sino solamente la forma
que constituye la condición indispensable de toda belleza, y por consiguiente,la exactitud solamente en la manifestación de la especie.


Witney Houston

Es necesario distinguir la idea normal de lo bello,del ideal de lo bello, lo que no se puede conseguir
más que en la figura humana por las razones ya expuestas .
Es necesario que las ideas puras de la razón y una gran fuerza de imaginación se unan
en el que quiere juzgar acerca de esto,y con mayor razón en el que quiere manifestarlo.

Hsu Chi
La inexactitud de semejante ideal de belleza se revela por esta señal: que no permite
que en la satisfacción que nos proporciona,se mezclen los atractivos sensibles, y que, sin embargo, excita un gran interés;lo que nos dice que el juicio que se rige por esta medida, no puede nunca ser estético,
y que el juicio formado conforme a un ideal de belleza,no es un juicio puro del gusto.

lunes, 28 de febrero de 2011

SENNIN -Ryunosuke Akutagawa

SENNIN
 Ryunosuke Akutagawa



 Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
  Este hombre -que nosotros llamaremos Gonsuké- fue a una agencia de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO, y dijo al empleado que estaba filmando su larga pipa de bambú:
  - Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin.¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?
  El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
  - ¿No me oyó usted, señor Empleado? dijo Gonsuké-. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?
  - Lamentamos desilusionarlo -musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa-, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...
  Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de esta manera:
  - Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo intencionadamente, si no lo cumple.
  Frente a su argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
 - Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto -se apresuró a alegar el empleado-; pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo que nos pide.
  Para desentenderse, el empleado hizo esa promesa, y logró, momentáneamente por lo menos, que Gonsuké se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía la posibilidad de conseguir una casa donde pudieran enseñar a un sirviente los secretos para ser un sennin. De modo que al deshacerse del visitante, el empleado acudió a la casa de un médico vecino.
  Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
  - Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin, con rapidez?
  Aparentemente, la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la mujer del doctor, una mujer muy astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por él al oír la historia del empleado.
 - Nada más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
 - ¿Lo hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle su amable oferta. Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo que algo relaciona a un doctor con un sennin.
  El empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y otra vez, y se alejó con gran júbilo.
  Nuestro doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado; luego, volviéndose hacia la mujer, le regañó malhumorado:
  - Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tantos años?
  La mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
  - Estúpido. Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar lo suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.
  Esta frase hizo callar a su marido.
  A la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se presentó aquel día ceremoniosamente vestido con haori hakama, quizá en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se diferenciaba en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el doctor, que esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin. El doctor lo miró con curiosidad, como a un animal exótico traído de la lejana India, y luego dijo:
  - Me dijeron que usted desea ser un sennin, y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
  - Bien, señor, no es mucho lo que puedo decirle -replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: que hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive allá, debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así volverá al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida es un sueño pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
  - Entonces -prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría usted cualquier cosa con tal de ser un sennin?
  - Sí, señora, con tal de serlo.
  - Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años a partir de hoy y, al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
  - ¿Es verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
  - Pero -añadió ella-, durante veinte años usted no recibirá de nosotros ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
  - Sí, señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.
  De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años, que pasó Gonsuké al servicio del doctor. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba la leña, preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero esto no era todo; tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el gran botiquín. Ni siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo centavo. En verdad, en todo el Japón, no se hubiera encontrado mejor sirviente por menos sueldo.
  Pasaron por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente con su almidonado haori como la primera vez que lo vieron, se presentó ante los dueños de casa.
  Les expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados veinte años.
  - Y ahora, señor -prosiguió Gonsuké-, ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
  - Y ahora, ¿qué hacemos? -suspiró el doctor al oír la petición. Después de haberlo hecho trabajar durante veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada sabia respecto al secreto de los sennin? El doctor se desentendió diciendo que no era él sino su mujer quien sabía los secretos.
  - Usted tiene que pedirle a ella que se lo diga -concluyó el doctor y se alejó torpemente.
  La mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
  - Muy bien, entonces se lo enseñaré yo; pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo que yo le diga, por difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin; y además, tendría que trabajar para nosotros otros veinte años, sin paga, de lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
  - Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea contestó Gonsuké. Estaba muy contento y esperaba que ella hablara.
  - Bueno -dijo ella-, entonces trepe a ese pino del jardín.
  Desconociendo por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle cualquier tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por otros veinte años. Sin embargo, al oír la orden, Gonsuké empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
  - Más alto -le gritaba ella-, más alto, hasta la cima.
  De pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su sirviente sobre el árbol; vio su haori flotando en lo alto, entre las ramas más altas de ese pino tan alto.
  - Ahora suelte la mano derecha.
  Gonsuké se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó libre la derecha.
  - Suelte también la mano izquierda.
  - Ven, ven, mi buena mujer -dijo al fin su marido, atisbando las alturas-. Tú sabes que si el campesino suelta la rama, caerá al suelo. Allá abajo hay una gran piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será hombre muerto.
  - En este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡He! ¡Hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oye?
  En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos manos fuera de la rama ¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después, cuando el doctor y su mujer retomaron aliento, Gonsuké y su haori se divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! ¡se detuvo! en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y allá arriba quedó, en plena luz del mediodía, suspendido como una marioneta.
  - Les estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me han hecho un sennin -dijo Gonsuké desde lo alto.
  Se le vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.

CUENTOS REENCARNACIONISTAS ¡NO SE LEVANTA! Historia de dos hermanas- Primera Parte

CUENTOS REENCARNACIONISTAS
¡NO SE LEVANTA!
Historia de dos hermanas

Primera Parte
Juan Bautista y Margarita se encontraban muy alegres junto a la pila de bautismo en la iglesia de San Antonio. 
El padre Marino, español de porte delgado y huesudo, arengaba en latín ininteligible, mientras esparcía agua bendita a Hortencia, la primera hija del matrimonio. 
Los patrones de Juan Bautista, Don Marcos y Doña Merenciana, su esposa, dueños del almacén "Arco Iris", hacían las honras de padrinos. 
La fiesta del bautizo fue simple y pródiga en dulces, saladitos, refrescos y cervezas, terminando casi de madrugada, después de muchas danzas rítmicas ejecutadas por el acordeón de Germano.
Hortensia era morenita, de cabellos negros y ojos castaños. 
Era muy viva a los cinco meses. 
Los padres eran pobres y el advenimiento de la primera hija, aunque significaba un acontecimiento auspicioso, aumentaba las preocupaciones al tener mayores gastos en el hogar.
Infelizmente,cuando había pasado un año del nacimiento de Hortencia, su padre comenzó a sentirse mal, febril y con dolores en el bajo vientre.
A pesar de utilizar cuantas hierbas conocían y que eran recetadas por las comadres de la vecindad, el médico tuvo que ser llamado urgentemente. 
Pero, ya era tarde, pues Juan Bautista cuando era transportado hacia el hospital,falleció de peritonitis.
Margarita, además de viuda, quedó grávida, sin jubilación ni seguro de vida alguno 
ante la imprudencia del esposo, pues no preveía el futuro para la familia.
Transcurridos cuatro meses de la muerte de Juan Bautista, nacía Guiomar,otra niña morena, bien de salud y que significaba nuevos gastos. 
Margarita decididamente enfrentó la situación y se puso a lavar,planchar y zurcir ropas para poder criar a las hijas.
Por suerte, gozaban de buena salud, pero a medida que crecían, era fácil observar el temperamento y el carácter de ambas. 
Guiomar, era tranquila y afable pero tenía un espíritu calculista, mezquina,  exigía recompensa por el mínimo de los favores prestado a cualquiera.Hortencia, aunque era más pródiga,era irascible y orgullosa.
Margarita pedaleaba la máquina de coser todo el día y muchas veces hasta de madrugada, a fin de obtener el mínimo sustento para la familia.
Infelizmente la mala alimentación, el trabajo excesivo y fatigoso, le coparon la resistencia orgánica y la tuberculosis le afectó los dos pulmones. 
Ni llegó a sufrir los momentos más crueles de dicha enfermedad. 
Murió a los pocos días, justificando totalmente los dichosde los vecinos: ¡"Margarita estaba al pie de la sepultura; la tuberculosis sólo le dio un empujón!"
Hortencia tenía quince años, cuando quedaron sólitas en el mundo,obligadas a tomar toda clase de empleos para poder sobrevivir. 
Eran dos infelices huérfanas entregadas a su propia suerte, en medio de un mundo agresivo y malo.
Cierta mañana, Hortencia se levantó mal, pues alguna cosa extraña le corría por los huesos, a la altura de la columna vertebral, en donde una fuerza extraña parecía inclinarle el cuerpo hacia adelante. 
Asustada y afligida, semanas después percibió que los brazos le colgaban demasiado hacia adelante, contrariando su forma habitual. 
Lentamente se iba modificando su aspecto. 
Transcurrió algún tiempo y ya comenzaba a moverse con un balanceo grotesco, con los brazos y las manos colgando, semejante a la oscilación de los péndulos de los relojes. Su rostro,amarillento, era de trazos duros y antipáticos. 
La cabeza angulosa, cubierta por una cabellera apretada y totalmente descuidada, le daba aspecto antihigiénico.
Ese aspecto asqueroso le hacía la vida más difícil. 
Le negaban trabajo y los conocidos, trataban de evitar el encuentro. 
En las fiestas de la iglesia local, era despreciada y terminaba acurrucándose por las cercanías, mas era obstinada y su mirar duro no escondía su agresividad.
Guiomar, de cuerpo bien formado, con cierto aire de voluptuosidad, paseaba del brazo con las compañeras, como suelen hacer las jóvenes casamenteras. 
Hortencia, mientras tanto, veía la imposibilidad de formar un hogar que le brindara seguridad en el futuro.
La extraña enfermedad avanzaba rápida y cruel. 
Cuando Hortencia fue examinada por un especialista de la Capital, el diagnóstico fue brutal y desconsolador:hipertrofia de la columna vertebral con deformaciones irreversibles. 
Mientras tanto, se iba curvando de a poco hacia el suelo. 
Los brazos, hacia adelante, le daban un aspecto ridículo; algunos meses después tocaba el suelo con las puntas de los dedos, acongojando a los piadosos y daba repulsión en los menos insensibles.

Guiomar quedó desconcertada con la desgracia insuperable de la hermana y deploraba el cargo oneroso que le causaba el aspecto de su hermana, pues su hermosura y donaire, la llenaba de sueños. 
Pero, terminó por hacerse indiferente ante la desgracia de Hortencia, y su alma primaria e inescrupulosa sentía cierta satisfacción mórbida, al verla caminar tambaleante, oscilando sus caderas y rodillas, tocando el suelo con los dedos sucios y las uñas ennegrecidas.

Hortencia al cumplir los veinticinco años, su fisonomía simiesca, causaba repulsión y asco. 
La cabeza era un mapa geográfico, con mil arrugas, por el esfuerzo que debía hacer para mirar hacia adelante, sin poder levantar la cabeza. 
El movimiento espasmódico y antinatural era motivo de escarnio para los niños juguetones e inconscientes, que le pusieron el mote de "reloj de pared". 
La infeliz maltrecha, algunas veces había pensado en el suicidio, pero el espíritu aún bastante egocéntrico, apegado a la vida física, le daba fuerzas para continuar en aquel cuerpo deformado. 
Confiaba en el milagro de una cura imprevista,
le vibraba en el alma la esperanza de encontrar algún mago poderoso, que fuera capaz de librarla de esa enfermedad tan repulsiva. 
Ese pensamiento la animaba- y echaba a andar por las calles, malgrado reconocer que era una caricatura humana. 
Cierta vez, se sintió afectada en lo más íntimo de su ser, cuando alguien manifestó la estupidez de que Dios al intentar "hacer las criaturas a su imagen, producía monstruos".

Guiomar, enojada, le ponía la comida en el plato y Hortencia se alimentaba como un perro, hambriento, engullendo los alimentos en tal forma, que sacudía su maltrecho cuerpo cuando debía destrozar un pedazo
de carne entre los dientes y sus huesudas y rígidas manos, que no se doblaban a pesar del esfuerzo. 
Cuando se lavaba introducía el rostro en la palangana de agua y después se refregaba la cara hasta los hombros.
El baño de cuerpo entero, sólo era posible con la ayuda de Guiomar, o de cualquier alma caritativa.  
Infelizmente, Guiomar, espíritu irresponsable y ocioso, cada día se desviaba más de la ruta de mujer honrada, a cambio de dinero fácil. 
Algunas veces regresaba a su casa con signos de embriaguez, siendo censurada por Hortencia, la que fue abofeteada en forma desconsiderada, llena de odio y exclamando bajo los efectos del alcohol:

— ¡Eres una bruja!... ¡Bruja! ¡Me has de pagar todo lo que me haces!

Al día siguiente, ya sobria, sentía remordimientos por haber golpeado a una impedida, y se ponía a llorar, mientras que la infeliz hermana, curtida por tan humillante destino, le suplicaba con gesto de dolor:

— ¡Guiomar! ¡Llévame de esta aldea miserable! ¡Llévame a la Capital, y allí puedes abandonarme!

Y después de moverse bamboleante por el cuarto, envuelta en trapos, Hortencia se anidaba en ese lugar inmundo, con lágrimas ardientes en los ojos, que ya habían perdido el brillo por el intenso sufrimiento.
Guiomar consiguió juntar algún dinero y resolvió librarse de la hermana, atendiendo a sus súplicas. 
En una madrugada fría, partieron en una carroza, llevando el permiso del juez a fin de pernoctar durante una
semana, en el albergue nocturno. 
Al atardecer llegaron a la Capital y rumbearon hacia el albergue, donde encontraron una sopa nutritiva, reposo y el baño refrescante. 
A la mañana siguiente, muy temprano,
salieron a la calle con Hortencia, lo que resultó denigrante, llegando a notar los rostros de repulsión de algunos transeúntes. 
Los ojos fríos y duros demostraban su rebelión interna, que completaba con sus gestos
bruscos y agresivos. 
Era un ser disonante e indeseable para la ciudad, mientras tanto, Guiomar cada vez se rebelaba más de ser el cicerone de una criatura teratológica. 
Irritada y cruel, comenzó a hostilizar a Hortencia, haciéndola responsable de la conducta de su vida libertina e inútil.
Días después, un acontecimiento inesperado transfiguró a Guiomar, brillándole los ojos de codicia y avidez, ante tal descubrimiento; no había pasado una hora, que Hortencia se había recostado sobre la pared de una finca arruinada, fatigada de sus andanzas, entonces decenas de personas condolidas de aquella criatura informe, le dejaban dinero sobre la falda, ropas y cosas de cierto valor. 
Era un acontecimiento inédito para el lugar pobre donde vivían. 
Allí, ambas apenas conseguían adquirir los medios para alimentarse, pues en los últimos días aceptaban ropas y ayuda de los conocidos más generosos. 
Por la noche, Guiomar contó lo recaudado y quedó perturbada. 
Se encontraba ante una fuente muy productiva de renta y con la posibilidad de recoger dinero fácilmente, únicamente con la tarea de cuidar a su hermana deformada.