ZAPHOD Y UN TRABAJO SEGURO
Douglas Adams
Una inmensa nave voladora se movía velozmente
sobre la superficie de un mar asombrosamente bello. Desde media mañana
había estado desplazándose hacia adelante y hacia atrás, describiendo grandes
arcos cada vez más anchos, hasta que finalmente atrajo la atención de los isleños
locales, gente pacífica y amante de los frutos de mar, que se reunieron en la playa,
entre cerrando los ojos ante la cegadora luz solar, para tratar de ver qué pasaba.
Cualquier persona de conocimientos
sofisticados, que hubiera viajado, que hubiera tenido alguna experiencia, probablemente
habría observado cuán parecida era la nave a un archivero, a un enorme y recientemente
robado archivero acostado de espaldas,con los cajones al viento y volando.
Por su parte, los isleños, cuya experiencia
era de otra clase, quedaron impresionados al ver qué poco se parecía a
una langosta marina.
Charlaban, excitados, acerca de su total
ausencia de pinzas, su rígida espalda sin curvas, y sobre el hecho de que parecía tener
grandísimas dificultades para mantenerse en el suelo.
Esta última
característica les parecía especialmente jocosa.
Se pusieron a dar muchos saltos para demostrarle
a esa estúpida cosa que ellos creían que permanecer en el suelo era lo más fácil
del mundo.
Pero este entretenimiento pronto comenzó a
perder la gracia.
Después de todo, dado que tenían perfectamente en claro que la
cosa no era una langosta, y dado que su mundo tenía la bendición de poseer en
abundancia cosas que sí eran langostas (una buena media docena de las cuales se
encontraba en este momento en suculenta marcha por la playa hacia ellos), no vieron
más razones para seguir perdiendo el tiempo con la cosa y en su lugar decidieron
organizar de inmediato un almuerzo tardío consistente en langostas.
En ese preciso momento, la nave se detuvo
repentinamente en el aire, se puso vertical y se zambulló de cabeza en el
océano, con un gran estrépito de espuma que obligó a los isleños a huir gritando hasta
los árboles.
Cuando resurgieron, nerviosos, unos minutos
después, lo único que pudieron ver fue un círculo de agua suavemente delineado y
algunas burbujas gorgoteantes.
Qué raro, se dijeron el uno al otro entre
bocado y bocado de la mejor langosta que se pueda comer en cualquier parte de la
Galaxia Occidental, ya es la segunda vez que sucede lo mismo en un año.
La nave, que no era una langosta, buceó
directamente hasta una profundidad de sesenta metros, y se detuvo allí, en el
espeso azul, al tiempo que inmensas masas de agua ondulaban a su alrededor.
Mucho más alto, donde el agua era mágicamente clara, una brillante formación de peces se
alejó con un destello.
Más abajo, donde a la luz le resultaba
difícil llegar, el color del agua se perdía en un azul oscuro y salvaje.
Aquí, a sesenta metros, el sol alumbraba
débilmente.
Un enorme mamífero marino de piel satinada pasó perezosamente,
inspeccionando la nave con una especie de interés a medias, como si hubiese estado
esperando encontrarse con algo así, y luego se deslizó hacia arriba, alejándose
rumbo a la luz rizada.
La nave esperó un minuto o dos, tomando
lecturas, y luego descendió otros treinta
metros.
A esta profundidad, el panorama se estaba
poniendo seriamente oscuro.
Pasado un momento, las luces internas de la
nave se apagaron, y en el segundo o dos que pasaron hasta que de repente se
encendieron los reflectores exteriores, la única luz visible provino de un pequeño cartel
rosado, vagamente iluminado, que decía Corporación Beeblebrox de Salvataje y Asuntos
Realmente Disparatados.
Los enormes reflectores se movieron hacia
abajo, iluminando un vasto cardumen de peces plateados, los cuales viraron y se
alejaron en silencioso pánico.
En la tenebrosa sala de control, que se
extendía describiendo un amplio arco en la proa sin punta de la nave, cuatro cabezas
estaban reunidas alrededor de una pantalla de computadora que estaba analizando las
debilísimas e intermitentes señales que emanaban de lo profundo del lecho marino.
- Ahí está - dijo finalmente el dueño de una de las cabezas.
- ¿Podemos estar totalmente seguros? - dijo el dueño de otra de las cabezas.
- Ciento por ciento seguros - replicó el dueño de la primera cabeza.
- ¿Están un ciento por ciento seguros de que
la nave que se estrelló contra el fondo
de este océano es la nave de la que ustedes
dijeron estar un ciento por ciento seguros
que con una seguridad del ciento por ciento
nunca podría estrellarse? –dijo
el dueño de las dos cabezas que quedaban-
. Eh - dijo levantando dos de sus
manos-. Sólo preguntaba.
Los dos funcionarios de la Administración de
Seguridad y Reaseguro Civil respondieron a esto con una mirada muy fría,
pero el hombre con el número de cabezas sin par, o más bien dicho par, no lo
advirtió.
Se recostó en el asiento del piloto, abrió
dos cervezas - una para él y la otra también- , apoyó los pies sobre la consola
y le dijo "Hola, nene" a un pez que pasaba del otro lado del
ultracristal.
- Sr. Beeblebrox - comenzó el más bajo
y menos tranquilizador de los dos funcionarios, en voz baja.
- ¿Sí? - dijo Zaphod, golpeteando una lata repentinamente vacía contra algunos de
los instrumentos más sensibles-. ¿Listos
para el chapuzón? Vamos.
- Sr. Beeblebrox, dejemos una cosa
perfectamente en claro...
- Sí, hagámoslo - dijo Zaphod-. Qué tal esto
para empezar: ¿por qué no me dicen lo
que hay realmente en esa nave?
- Se lo hemos dicho - dijo el
funcionario-. Subproductos.
Zaphod intercambió consigo mismo una cansada
mirada.
- Subproductos - dijo-.¿Subproductos
de qué?
- De procesos - dijo el funcionario.
- ¿Qué procesos?
- Procesos que son perfectamente seguros.
- ¡Santa Zarquana Voostra! - exclamaron a coro ambas cabezas de
Zaphod-. ¡Tan seguros que tuvieron que construir una nave
que es una maldita fortaleza para llevar esos subproductos hasta el agujero negro más
cercano y arrojarlos allí! Sólo que no pudo llegar porque el piloto tomó un
desvío... ¿estoy en lo correcto?... para recoger algunas ¿langostas...? Está bien, el tipo era
muy simpático, pero... quiero decir, bastante peculiar, esto parece un chiste,
esto es un almuerzo de proporciones exageradas, esto es un inodoro aproximándose
a la masa crítica, esto es... esto es...¡un fracaso total del vocabulario!
- ¡Cállate! - gritó su cabeza derecha a su cabeza izquierda-.
¡Estamos desvariando!
Para calmarse, aferró firmemente la lata de
cerveza que quedaba.
- Oigan, muchachos - prosiguió,
después de un momento de paz y contemplación.
Los dos funcionarios no dijeron nada.
Conversar a este nivel era algo a lo que
sentían que no podían aspirar-. Sólo quiero saber - insistió Zaphod- en qué me están metiendo.
Marcó con un dedo las lecturas intermitentes
que discurrían en la pantalla de la computadora.
No las entendía, pero no le
gustaba para nada su aspecto.
Eran todas confusas, con montones de números
largos y cosas así.
- Se está rompiendo ¿verdad? - gritó-. La bodega está llena de barras
aoristas radiantes epsilónicas o algo por el estilo,
que freirán todo este sector del espacio durante trillones de años, y se está
rompiendo. ¿Es así la historia? ¿Es eso lo que vamos a bajar a buscar? ¿Voy a salir de esa
ruina con más cabezas todavía?
- No hay posibilidad de que sea una ruina,
Sr. Beeblebrox - insistió el funcionario-.
Le garantizo que la nave es perfectamente
segura. No es posible que se rompa.
- ¿Entonces por qué están tan interesados en
ir a verla?
- Nos gusta ir a ver cosas que son
perfectamente seguras.
- ¡Maldiiiciooooón!
- Sr. Beeblebrox - dijo el
funcionario, con paciencia- , ¿me permite recordarle que
tiene usted un trabajo que hacer?
- Sí, bueno, tal vez se me fueron de repente
las ganas de hacerlo. ¿Qué creen que
soy, uno de esos tipos que no tienen ninguna
clase de no- sé- qué morales... cómo se
dice... esas cosas morales...
- ¿Escrúpulos?
-...escrúpulos, gracias, o lo que sea? ¿Y
bien?
Los dos funcionarios aguardaron con calma.
Tosieron suavemente para ayudarse a
pasar el tiempo.
Zaphod suspiró algo así como "adónde
va a llegar el mundo" para autoabsolverse
de toda la culpa y se hamacó en el asiento.
- ¿Nave? - llamó.
- ¿Eh? - dijo la nave.
- Haz lo que yo hago.
La nave lo pensó durante unos milisegundos y
luego, después de verificar por partida doble todos los sellos de sus
escotillas reforzadas, comenzó, lenta e inexorablemente, bajo el débil resplandor de
sus propias luces, a hundirse en las más hondas profundidades.
Ciento cincuenta metros.
Trescientos.
Seiscientos.
Aquí, a una presión de casi setenta
atmósferas, en las heladas profundidades donde no alcanza la luz, la naturaleza guarda
su imaginería más extravagante.
Dos pesadillas de treinta centímetros de largo
relucieron desenfrenadamente bajo la blanca luz, bostezaron, y volvieron a esfumarse en
la negrura.
Setecientos cincuenta metros.
Junto a los sombríos límites de los haces de
luz de la nave, cosas secretas y culpables pasaban rápidamente con sus ojos al
acecho.
Gradualmente, la topografía del distante
lecho oceánico que se aproximaba se iba resolviendo con cada vez más claridad en las
pantallas de las computadoras, hasta que por fin pudo adivinarse una forma separada
que se distinguía de lo que la rodeaba.
Era como una enorme fortaleza cilíndrica
torcida, que a partir de la mitad de su longitud se ensanchaba notablemente a fin de
alojar el pesado ultrablindaje con el que estaban revestidas las cruciales bodegas de
carga, cuyos constructores habían supuesto que convertían a esta nave en la más
segura e inexpugnable jamás construida. Antes del lanzamiento, el
material estructural de ese sector había sido apaleado, golpeado, barrenado y sujeto a
todos los ataques que sus constructores sabían que podía soportar, con el objeto de
demostrar que podía soportarlos.
En tenso silencio de la cabina de mando se
agudizó de modo perceptible cuando quedó claro que era ese sector el que se
había partido bastante prolijamente en dos.
- En realidad es perfectamente segura -dijo
uno de los funcionarios- , está
construida de modo tal que si la nave sí se
rompe, no hay ninguna posibilidad de que
las bodegas de carga se fisuren.
Mil ciento sesenta y cinco metros.
Cuatro Trajes Inteligentes Alta-Pres-A
salieron lentamente por la escotilla abierta de la nave de salvataje y nadaron a través la
cortina de luces hacia la monstruosa figura que se destacaba oscuramente contra la
noche marina.
Se movían con una especie de gracia torpe casi cercana a la
ingravidez, aunque oprimidos por un mundo de agua.
Con la cabeza de la derecha, Zaphod
escudriñó las negras inmensidades que tenía encima y, por un momento, su mente
emitió un silencioso rugido de horror.
Echó un vistazo a su izquierda y se alivió al
ver que su otra cabeza estaba entretenida observando sin interés en el
video del casco los pronósticos meteorológicos brockianos de UltraCricket.
Algo detrás de
él, hacia la izquierda, iban los dos funcionarios de la Administración de
Seguridad y reaseguro Civil; algo delante de él, hacia la derecha, iba el traje vacío,
llevando sus implementos y controlando el camino.
Pasaron por la enorme hendidura de la rota
espalda de la Nave Bunker Billón de Años e iluminaron el interior con sus
linternas.
Maquinaria mutilada, entre escotillas de sesenta
centímetros de espesor destrozadas y retorcidas.
Ahora vivía allí una familia de
grandes y transparentes anguilas que parecían gustar del sitio.
El traje vacío los precedió a o largo del
lóbrego y gigantesco casco de la nave, probando las compuertas estancas.
La tercera que revisó se abrió con
dificultad.
Se apiñaron en el interior y esperaron
durante largos minutos mientras los mecanismos de bombeo se encargaban de la espantosa presión
ejercida por el océano y la reemplazaban lentamente con una presión igualmente
espantosa de aire y gases inertes.
Finalmente, la puerta interior se abrió y
tuvieron acceso a un oscuro sector de bodegas exteriores de la Nave Bunker Billón
de Años.
Tuvieron que pasar varias puertas Titan-O-Hold
de alta seguridad más, las cuales fueron abiertas una a una por los
funcionarios, con una variedad de llaves quark.
Muy
pronto estuvieron tan metidos dentro de los poderosos campos de seguridad que
la recepción de los pronósticos de Ultra-Cricket comenzó a debilitarse y Zaphod
tuvo que cambiar a una de las videoestaciones de rock, ya que no existía sitio
al que éstas no pudieran llegar.
Se abrió la puerta final y emergieron en un
gran espacio sepulcral.
Zaphod apuntó la linterna hacia la pared
opuesta e iluminó de lleno un rostro de ojos enloquecidos que gritaba.
El propio Zaphod lanzó un grito en quinta
disminuida, se le cayó la linterna y se sentó pesadamente en el piso, o más bien en
un cuerpo, que había estado allí tirado por unos seis meses sin ser perturbado y que
reaccionó al hecho de que se le sentaran encima explotando con gran violencia.
Zaphod se preguntó qué hacer al respecto, y luego
de un breve pero turbulento debate decidió que lo más indicado sería desmayarse.
Reaccionó unos minutos después y fingió no
saber quién era, dónde estaba o cómo había llegado allí, pero no pudo
convencer a nadie.
Después fingió que su memoria volvía de golpe y que la impresión
causada le provocaba otro desmayo pero, muy a su pesar, el traje - por el que estaba
comenzando a sentir un serio rechazo- lo ayudó a ponerse de pie, forzándolo a hacerse
cargo del entorno.
El entorno estaba iluminado con luz leve y
enfermiza, y era desagradable en varios aspectos, el más obvio de los cuales era la
colorida distribución de partes del fallecido y lamentado Oficial de navegación de la nave en
los pisos, paredes y techo, y muy especialmente en la mitad inferior de su
traje, el de Zaphod.
El efecto era tan pasmosamente asqueroso que
no volveremos a referirnos a él en ninguna parte de esta narración... salvo para dejar sentado
que obligó a Zaphod a vomitar dentro del traje, el cual, consecuentemente, se
quitó e intercambió, luego de realizar las modificaciones correspondientes en el
alojamiento de la cabeza, con el traje vacío.
Por desgracia, el hedor del aire fétido de la
nave, seguido por el panorama de su propio traje, que caminaba por ahí envuelto en
intestinos en putrefacción, fue suficiente para hacerlo vomitar también en el otro traje,
problema con el cual él y el traje tendrían que aprender a convivir.
Listo. Eso es todo. No hay más
asquerosidades.
Por lo menos, no hay más de esa asquerosidad
en particular.
El dueño del rostro que gritaba ahora se
había calmado ligeramente y estaba balbuceando incoherencias dentro de un tanque
con líquido amarillo: un tanque de suspensión de emergencia.
- Fue una locura - balbuceaba- , ¡una locura! Le dije que
podíamos probar la
langosta al volver, pero él estaba
enloquecido. ¡Obsesionado! ¿Ustedes alguna vez se
ponen así por las langostas? Porque yo no. Me
parecen demasiado gomosas y
resbaladizas para comer, y su sabor no es
gran cosa, es decir, ¿tienen sabor? Prefiero
infinitamente las ostras, y así se lo dije.
¡Oh, Zarquon, se lo dije!
Zaphod contemplaba esta extraordinaria
aparición que se agitaba en su tanque.
El sujeto tenía adosados toda clase de tubos
de supervivencia y su voz salía por unos parlantes que provocaban ecos demenciales en
toda la nave, retornando, fantasmales, desde profundos y distantes corredores.
- Ahí fue donde estuve mal - gritó el loco-. Dije realmente que
prefería las ostras y él dijo que era porque nunca había probado
una langosta en serio, como las que comían en el sitio de donde venían sus
antepasados, que era aquí, y que me lodemostraría. Dijo que no había problema, dijo
que por la langosta de aquí valía la pena todo el viaje, y ni qué hablar del pequeño
desvío que tomaríamos para llegar aquí, y juró que podía controlar la nave en la
atmósfera, pero fue una locura, ¡una locura! - gritó, e hizo una pausa, moviendo los ojos
de un lado a otro, como si la palabra hubiera despertado algo en su
mente
-. ¡La nave quedó fuera de control! Yo no podía creer lo que estábamos haciendo,
nada más que para demostrar una afirmación sobre la langosta, que realmente
es un alimento tan sobrestimado. Lamento mencionar tanto a la langosta.
Trataré de
evitarlo por un minuto, pero he estado tanto tiempo solo con mis pensamientos estos meses
en el tanque... ¿pueden imaginarse lo que es encontrarse encerrado en una nave con
los mismos tipos durante meses, comiendo basura mientras un sujeto habla todo
el tiempo solamente de langostas, y luego pasarse seis meses flotando en un
tanque, pensando en ello?
Prometo que trataré de no hablar de langostas, en serio.
Langostas, langostas, langostas... ¡basta!
Creo que soy el único sobreviviente. Soy el único que logró llegar a un tanque de
emergencia antes de caer.
Envié una señal de auxilio y luego nos estrellamos. Es un
desastre, ¿verdad? Un desastre total, y todo porque al tipo le gustaban las langostas.
¿Tiene sentido lo que estoy diciendo? Me resulta difícil darme cuenta.
Los miró, suplicante, y su mente pareció
bajar lentamente a tierra firme como una hoja que cae.
Pestañeó y los miró con expresión rara, como
un mono estudiando un pez extraño.
Toqueteó con curiosidad el cristal del tanque
con sus dedos arrugados.
Unas pequeñas y espesas burbujas amarillas se
escaparon por su nariz y su boca, quedaron brevemente atrapadas en el estropajo
de sus cabellos y luego continuaron su errática marcha hacia arriba.
- Oh Zarquon, oh cielos - murmuró
patéticamente para sí-. Me han encontrado. Me han rescatado...
- Bueno - dijo uno de los funcionarios rápidamente- , lo han
encontrado, por lo menos.-
Se dirigió hacia la computadora central que estaba en el medio de la
cámara y comenzó a revisar rápidamente los circuitos
de monitoreo principales de la nave buscando informes de averías
-. Las bodegas
de las barras aoristas están intactas -dijo.
- Santo cubil del dingo- gruñó Zaphod-
, ¡hay barras aoristas a bordo...!
Las barras aoristas eran dispositivos
empleados en una forma de producción de energía que ahora había sido felizmente
abandonada.
Cuando la búsqueda de nuevas fuentes de energía había llegado a un punto
especialmente frenético, un brillante joven de pronto había localizado el único lugar que
jamás había agotado sus disponibilidades energéticas: el pasado.
Y esa misma noche,
con el repentino golpe de sangre a la cabeza que tienden a inducir tales ideas
repentinas, había inventado un método de explotación, y en el lapso de un año enormes
trechos del pasado ya estaban siendo drenados de toda su energía, sencillamente
agotándose.
Los que declamaron que había que dejar al pasado intacto fueron
acusados de incurrir en una forma de sentimentalismo extremadamente onerosa.
El pasado proporcionaba una fuente de energía
muy barata, abundante y limpia; siempre se podían montar algunas Reservas Naturales
del Pasado, si alguien quería pagar por mantenerlas; en cuanto al reclamo de
que drenar el pasado empobrecía el presente, bueno, tal vez así era, pero los efectos
eran imposibles de medir y uno tenía que mantener el sentido de las
proporciones.
Recién cuando se advirtió que el presente
realmente estaba empobreciéndose y
que la razón de esto era que los bastardos
del futuro -holgazanes ladrones y egoístas estaban haciendo exactamente lo
mismo, todo el mundo se dio cuenta de que todas y
cada una de las barras aoristas, y el
terrible secreto de cómo se construían, debían ser
completamente destruidas para siempre.
Todos adujeron que era por el bien de sus abuelos
y nietos, pero, desde luego, era por el bien de los nietos de sus abuelos y de
los abuelos de sus nietos.
El funcionario de la Administración de
Seguridad y Reaseguro Civil se encogió de hombros despreocupadamente.
- Son
perfectamente seguras - dijo.
Miró a Zaphod y de pronto dijo, con una franqueza
poco característica
- : Hay cosas peores que esas a bordo. O
por lo menos -
agregó, golpeteando una de las pantallas de
la computadora- , espero que estén a bordo.
El otro funcionario lo atacó duramente.
- ¿Qué diablos piensas que estás diciendo?
- le espetó.
El primero volvió a alzar los hombros.
Dijo: - No importa. Que diga lo que quiera.
Nadie le creería. Esa es la razón por la que escogimos usarlo a él en vez de
hacer algo oficial, ¿verdad?
Cuanto más descabellada sea la historia que
cuente, más parecerá que él es sólo
un bohemio aventurero que está inventándola.
Hasta puede contar que nosotros
dijimos esto, y quedará como un paranoico. - Sonrió amablemente a Zaphod, que
estaba hirviendo en su asqueroso traje.
-. Puede acompañarnos –le dijo- si lo desea.
- ¿Lo ve? - dijo el funcionario, examinando los sellos exteriores
de ultra- titanio dela bodega de las barras aoristas-.
Perfectamente a salvo, perfectamente seguro.
Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que
contenían armas químicas tan poderosas que una cucharadita podía infectar
fatalmente todo un planeta.
Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que
contenían compuestos zeda- activos tan poderosos que una cucharadita podía volar
todo un planeta.
Dijo lo mismo al pasar por las bodegas que
contenían compuestos theta- activos tan poderosos que una cucharadita podía
irradiar a todo un planeta.
- Me alegro de no ser un planeta -
masculló Zaphod.
- No tiene nada que temer - aseguró el
funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil- , los
planetas son muy seguros. Siempre y cuando... - agregó, Y luego hizo una pausa.
Estaban aproximándose a la bodega más cercana
al punto en que la espalda de la Nave Bunker Billón de Años estaba quebrada.
Aquí el corredor estaba retorcido y
deformado, y el piso tenía parches húmedos y pegajosos.
-. Ajá - dijo-. Ajá y doble ajá.
- ¿Qué hay en esta bodega? - exigió
Zaphod.
- Subproductos - dijo el funcionario,
cerrándose otra vez.
- ¿Subproductos... –insistió Zaphod con
calma- de qué?
Ninguno de los funcionarios le contestó.
En
lugar de ello, examinaron la puerta de la bodega con mucho cuidado y vieron que
sus sellos habían sido retorcidos y arrancados por la misma fuerza que había
deformado todo el corredor.
Uno de ellos tocó ligeramente la puerta.
Se abrió de par en par con el contacto.
Adentro estaba oscuro, con apenas un par de
débiles luces amarillas al fondo.
- ¿De qué? - siseó Zaphod.
El funcionario líder miró al otro.
- Hay una cápsula de escape - dijo- que
la tripulación debía usar para abandonar la
nave antes de echarla en el agujero negro - dijo-. Creo que sería bueno saber que
todavía está allí. - El otro funcionario asintió y se alejó sin
decir palabra.
Con un ademán, el primer oficial indicó a
Zaphod que entrara. Las grandes y débiles luces amarillas fosforecían a unos
seis metros de distancia.
- El motivo - dijo, en voz baja- por
el cual todas las cosas que hay en esta nave
son, sigo manteniéndolo, seguras, es que
realmente nadie está lo bastante loco para
usarlas. Nadie. Al menos, nadie que estuviera
así de loco podría jamás tener acceso a
ellas. Cualquiera que sea tan loco o tan
peligroso hace sonar alarmas muy profundas.
La gente puede ser estúpida, pero no es tan estúpida.
- Subproductos - volvió a sisear
Zaphod, y tenía que sisear para que no se oyera el
Temblor de su voz- de qué.
- Eh... Gente Diseñada.
"Se le otorgó a la Corporación
Cibernética Sirio un enorme fondo de investigaciones para diseñar y producir
personalidades sintéticas por encargo.
Los resultados fueron uniformemente desastrosos.
Toda la "gente" y las "personalidades"resultaron ser amalgamas de ciertas
características que sencillamente no podían coexistir en formas de vida de ocurrencia
natural.
La mayoría eran unos pobres y patéticos inadaptados, pero algunos eran
profundísimamente peligrosos.
Peligrosos porque no hacían sonar la alarma en las demás
personas.
Podían atravesar situaciones igual que los fantasmas
atraviesan paredes, porque nadie detectaba el peligro.
"Los más peligrosos de todos eran tres
idénticos... los pusieron en esta bodega,para ser lanzados, junto con la nave, fuera
de este universo. No son malvados, en realidad son bastante sencillos y
encantadores.
Pero son las criaturas más peligrosas que
alguna vez hayan vivido, porque no haynada que no hagan si se les permite, ni nada
que no pueda permitírseles hacer...
Zaphod miró las débiles luces, las dos
débiles luces amarillas.
Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la iluminación, vio
que las dos luces enmarcaban un tercer espacio donde había algo roto.
Unas manchas
húmedas y pegajosas relucían opacamente en el suelo.
Zaphod y el funcionario caminaron con cautela
hacia las luces. En ese momento, estallaron cuatro palabras del otro
funcionario en sus comunicadores del casco.
- La cápsula no está –dijo
sucintamente.
- Rastréala - respondió de inmediato
el compañero de Zaphod-. Averigua con exactitud dónde ha ido. ¡Debemos saber dónde
ha ido!
Zaphod abrió una enorme puerta deslizante de
vidrio esmerilado.
Detrás de ésta había un tanque lleno de
líquido amarillo, y flotando dentro había un hombre, un hombre de apariencia
amable, con muchas marcas de sonrisa en la cara.
Parecía estar flotando con bastante
resignación y sonriendo para sus adentros.
Otro sucinto mensaje llegó de pronto por el
comunicador del casco.
El planeta hacia el cual se había encaminado
la cápsula de escape ya había sido identificado.
Estaba en el Sector Galáctico ZZ9 Plural Z
Alfa.
El hombre de apariencia amable del tanque
parecía estar murmurando suavemente
para sí, igual que lo había hecho el copiloto
del otro tanque.
Unas burbujitas amarillas adornaron como abalorios los labios del
hombre.
Zaphod encontró un pequeño parlante junto al tanque y lo encendió.
Oyó que el hombre balbuceaba suavemente acerca
de una brillante ciudad sobre una colina.
También oyó que el funcionario de la
Administración de Seguridad y Reaseguro
Civil impartía instrucciones para que el
planeta ZZ9 Plural Z Alfa fuera puesto en
condiciones "perfectamente seguras".
FIN
Douglas Adams ha escrito una serie de novelas donde hace uso de un humor
corrosivo y muchas veces sutil. La primera, que tuvo un gran éxito, fue
"Guía del
Autoestopista Galáctico", a la que siguieron otras, todas en el mismo
tono que hallarán
en este relato.